Estuvo a punto de morir después de que le practicaran un aborto ilegal en México, pero sobrevivió y fundó la farmacéutica que llevó la píldora del día después primero a Estados Unidos y después a millones de mujeres en todo el planeta. No era una científica, una médica ni una política. Sharon Camp, que murió el pasado 25 de octubre en Maryland (EEUU), era una doctora en relaciones internacionales de Pensilvania que constató que la industria farmacéutica no se atrevía a comercializar el anticonceptivo, temerosa del posible rechazo de la población. Y decidió hacerlo ella.
"Tengo un consejo. Al menos una vez en tu vida deja atrás todo por una idea. Una idea grande, descabellada, arriesgada. Yo misma he puesto en práctica esto de la idea descabellada y arriesgada varias veces y, créanme, no hay nada que vaya mejor para desarrollar la capacidad intelectual”, dijo Camp en un discurso que dio en el Pomona College de California, 50 años después de graduarse allí.
“Eso es sobre todo verdad si no tienes experiencia o formación para esa tarea. Si yo he podido hacerme pasar por un ejecutivo de una farmacéutica durante siete años, tras solo haber cursado genética y astronomía como mis dos únicas asignaturas de ciencias en la universidad, tú también puedes. No pasa nada por empezar con algo pequeño, con unos pocos dólares y unas pocas amigas: solo asegúrate de que puedes tener un impacto enorme, porque no hay nada más divertido que conseguir un gran cambio en las cosas que verdaderamente te importan".
Durante los años 60, ya se usaban altas dosis de píldoras anticonceptivas como píldoras de emergencia para mujeres que habían sido violadas. Pero este uso no estaba aprobado ni tampoco era conocido, ni siquiera en un momento en el que la salud reproductiva y la planificación familiar era un asunto que apoyaban partidos de todo el espectro político estadounidense, al considerar que a más y mejores métodos anticonceptivos, menos abortos.
En ese momento, Camp trabajaba en planificación familiar y había descubierto las ventajas de ser lobista en el Congreso. Después de estudiar relaciones internacionales, empezó a interesarse por África y por la situación de la mujer. Así comprobó lo que podía provocar la falta de educación sexual y de recursos en salud reproductiva, y pensó que era buena idea presentarse a congresista para luchar por sus derechos. "No estoy segura de que fuese una feminista, al menos en lo que se refiere a estar en organizaciones femeninas, pero recuerdo una charla sobre hogares liderados por mujeres y cómo eran los más pobres entre los pobres, y así comencé a involucrarme emocionalmente en los asuntos”, dijo en una entrevista en 2003.
Pero pronto descubrió que había un camino más sencillo. "Me di cuenta bastante rápido, una vez que me interesé en cómo funcionaba el lobby por el interés público, de que era más fácil hacer política fuera del Congreso que dentro del Congreso". Siguiendo ese camino, Camp fundó a finales de los 80 una organización con el objetivo de llevar lo que popularmente se conoce como pastillas abortivas (que pueden tomarse hasta unas siete semanas después del embarazo) a Estados Unidos.
Poco después, empezó a interesarse por las píldoras del día después. En los 80, los centros de salud de California habían empezado a empaquetar píldoras anticonceptivas de ocho en ocho, la dosis necesaria para impedir que se produzca el embarazo si se tomaban durante las 72 horas posteriores al sexo. Y en Europa, una empresa húngara estaba fabricando y comercializando pastillas con este uso, pero no conseguía encontrar una farmacéutica estadounidense dispuesta a asociarse con ella. Era 1996 y el movimiento antiabortista estaba ganando relevancia prendiendo fuego a clínicas y disparando contra los médicos.
“Joder, si no lo hacen ellos, tendremos que hacerlo nosotras”, dijo Camp. Así, en 1997 Camp fundó Women’s Capital Corporation, una empresa de solo tres personas, incluida ella, que empezó el largo proceso de investigar desde cero cómo podían comercializar, distribuir y, sobre todo, conseguir la aprobación del medicamento que pretendían vender. Se pusieron en contacto con 150 empresas de capital riesgo que las rechazaron, pero finalmente consiguieron financiación gracias a préstamos de organizaciones que simpatizaban con planificación familiar.
Pero la financiación no lo era todo. El mayor obstáculo era conseguir la aprobación de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), la agencia federal encargada de regular los productos alimenticios, las medicinas y el tabaco. Fueron unos años de su vida que Camp solía describir con la palabra “thriller” por los muchos reveses que recibieron, pero ella recordaba que seguía luchando porque sabía que si Estados Unidos validaba la píldora como segura y efectiva, muchos otros países del mundo irían detrás y su adopción se dispararía.
Una de esas batallas fue por el nombre con el que querían vender el medicamento. La FDA rechazó el elegido por la compañía, Plan B, al considerarlo "poco serio". "Pero era muy importante para nosotras que, dadas todas las barreras de acceso, la gente pudiese recordar qué tenía que pedir", explicó después Camp. Y Plan B era fácil de recordar.
Plan B llegó al mercado en 1999 de la mano de la que posiblemente fuese la farmacéutica más pequeña del mundo, y hoy día ese es el nombre con el que popularmente se conoce a la píldora del día después en EEUU. Pero la lucha de Camp no terminó ahí. El siguiente paso conseguir que la píldora anticonceptiva de emergencia se vendiese sin receta, otro logro que Camp no consiguió hasta siete años después, en 2006, y solo para mujeres de 18 años o más. España aprobó la misma medida en 2009, Argentina, en 2023 y Japón lo hizo hace tan solo unas semanas.
A día de hoy, son muchos los que continúan considerando las píldoras anticonceptivas de emergencia como abortivas. Sin embargo, las conocidas comúnmente como píldoras del día después, que se toman en los días posteriores a una relación sexual sin protección o en la que la protección ha fallado, previenen el embarazo al bloquear la fecundación del óvulo, como recuerda la Organización Mundial de la Salud (OMS). Y pese a lo que indica su nombre, son efectivas si se ingieren a lo largo de los cinco días siguientes de la relación, cuando pueden prevenir el 95% de los embarazos. La misma organización recalca que el uso de la anticoncepción de urgencia no tiene ninguna contraindicación médica ni tampoco ningún límite de edad.
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A lo largo de los últimos años, el uso de las píldoras de emergencia ha crecido en Estados Unidos, especialmente después de que el Tribunal Supremo derogase la protección constitucional del derecho al aborto en 2022. Actualmente son 41 estados los que prohíben el aborto de una u otra manera (en 12 está prohibido totalmente, en 29 depende del estado de la gestación).
“Sharon fue una figura central en la comunidad mundial de planificación familiar y salud reproductiva, aunque no era muy conocida por el público, incluso cuando el legado de su vida profesional benefició directamente a millones de personas en todo el mundo”, recuerda la Population Action International (PAI), una organización internacional con sede en Washington que trata de mejorar el acceso a la salud reproductiva en todo el mundo y de la que Camp formó parte. “Sus dos décadas de liderazgo en la PAI ayudaron a que el presupuesto de la Agencia estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID) para la planificación familiar y para programas de salud reproductiva en países de bajos ingresos aumentase dramáticamente”. “Su obra cambió lo que es posible para las mujeres y las niñas en todo el mundo”, ha añadido su presidenta y CEO, Nabeeha Kazi Hutchins.
Sharon Camp murió en una residencia de ancianos en La Plata, Maryland, a pocos minutos de la capital estadounidense pero sin que el mundo supiese quién era. Tampoco se hizo rica gracias a la píldora de emergencia, ya que la mitad de los beneficios fueron a las organizaciones que financiaron el desarrollo producto y que el resto decidió donarlo a otras organizaciones benéficas. Tenía 81 años.
Estuvo a punto de morir después de que le practicaran un aborto ilegal en México, pero sobrevivió y fundó la farmacéutica que llevó la píldora del día después primero a Estados Unidos y después a millones de mujeres en todo el planeta. No era una científica, una médica ni una política. Sharon Camp, que murió el pasado 25 de octubre en Maryland (EEUU), era una doctora en relaciones internacionales de Pensilvania que constató que la industria farmacéutica no se atrevía a comercializar el anticonceptivo, temerosa del posible rechazo de la población. Y decidió hacerlo ella.