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Elecciones EEUU

Comprendiendo a Trump (y los votantes empezando a hacerlo)

Una seguidora de Trump con una gorra con uno de sus lemas, en la noche electoral.

Paco Reyero | Oklahoma City

El anterior speaker republicano de la Cámara de Representantes, el volcánico Newt Gingrich, obtuvo hace unos meses un gran éxito con el ensayo Comprendiendo a Trump (Understanding Trump), como si un manual de autoayuda de 300 páginas lograra disculpar su desprecio, modos y decisiones. Reverencial hasta postrarse de hinojos, el manual de Gingrich, incluía anécdotas tomadas por divertidas. A saber, Trump le preguntó por la inversión mínima para competir en unas primarias republicanas a la Presidencia. “Entre 70 y 80 millones”, a lo que Trump contestó: “Es más o menos lo que me cuesta un yate pero será más divertido”.

La nación norteamericana ha empezado a comprender a Trump otorgando el control de la Cámara de Representantes a los demócratas y eligiendo gobernadores de este partido en Estados importantes. El Senado, sin embargo, continuará bajo la mayoría republicana. Jimmy Kimmel, el presentador del show nocturno de la ABC, hizo un chiste con los resultados: “Ha perdido el Día de Acción de Gracias”, dijo ante la carcajada del público. La polarización y el enconamiento llegan a la cita con el pavo.

Aunque por la óptica simplista que le gusta propagar a esta administración republicana (la economía funciona, ¿qué más pedís?) y por el manejo monopolístico de una actualidad esclavizada al presidente ha calado la idea de que éstas eran unas elecciones para consolidarlo a él, el continente USA votó el martes cuestiones complejas y diversas.

Mucho más que un plebiscito

Con el comienzo del martes 6 de noviembre, Google alteró su logo para instar a la participación (Go Vote) y los cientos de condados y estados implicados en las elecciones se movilizaron en una marca sin precedentes. Es un error generalizado pensar que los 435 electos para la Cámara de Representantes obedecerán gentilmente la posición central que mantienen sus partidos. Igual, aunque a otro ritmo legislativo, sucede con los senadores. Los diputados whips, seleccionados por los ejecutivas de Demócratas o Republicanos, se empeñan, manu militari, en imponer la disciplina de voto, pero los miembros de la Cámara de Representantes saben que se deben a su circunscripción y, por tanto, en muchas ocasiones se produce una conflicto que raramente sucedería en España, a tenor de la actitud solicita de los diputados en el Congreso ante las sedes centrales.

Self-service electoral

En Norteamérica hay un fuerte compromiso con la participación electoral, tanto que desde templos e iglesias de las más diversas religiones hasta centros municipales deportivos ofrecen sus propiedades para poder depositar el voto. Estos colegios electorales están regidos por voluntarios, no hay ninguna presencia de compromisarios o figuras similares y el elector rellena una papeleta en una suerte de servicio self-service.

En muchos Estados (California, Florida, pero también Texas, Nuevo México o Arizona, entre otros muchos) las instrucciones para el voto aparecen traducidas al español. Para ballot (papeleta) se ha encontrado el extraño palabro de balota. El ballot o la balota, según, es depositado directamente por los electores en una máquina con aspecto de fotocopiadora que lo valida y lo conecta con bases de datos generales. De esta forma, el conteo de un país con decenas de miles de demarcaciones electorales, se hace en apenas unas horas.

La confianza en la prensa

Michael Tomasky, el mordaz articulista de Daily Beast, se preguntaba sobre si ante tal tormenta de despropósitos, la prensa, como equipo de salvamento de la democracia, está haciendo lo suficiente. Las repuesta era no, “la prensa lo está haciendo bien, pero no es bastante”, escribía. Para explicar la velocidad de crucero electoral de Trump –pese a sus auto-turbulencias– es bueno observar cómo ha evolucionado la credibilidad de los medios –los medios reputados, cabría decir– entre los ciudadanos norteamericanos. En 2016, el año de la victoria presidencial de Trump, el porcentaje de ciudadanos que tenían una alta confianza en la prensa era del 32 por ciento. En 1997, el porcentaje se elevaba al 55 por ciento.

A la caída de credibilidad de los medios, se suma la espectacularización estomagante de la televisión. Las cadenas informativas de cable han creado un país alternativo, irreal que, sin embargo, es en el que millones de americanos se observan a diario. Conexiones permanentes, opiniones enfrentadas, mesas de debate sin fin. En este tiempo, Trump ha ido volcando su estrategia hacia la presencia constante en la televisión y también hacia el reclutamiento intensivo de seguidores en las redes sociales. Estos no han dejado de crecer al compás de un intensa expansión del uso de Internet que ya en el año de la victoria electoral de Trump era, según el Pew Research Center, utilizado por casi el 86 por ciento de los americanos. De estos ciudadanos un 79 por ciento usaba Facebook, un 32 por ciento Instagram y un 22 Twitter. Estos porcentajes se expanden, reduciendo el impacto público de los grandes medios.

En Comprendiendo a Trump, Gingritch ridiculizaba la prensa contando cómo Mark Bowden, el autor de Black Hawk (Derribado), realizó un reportaje en profundidad sobre el equipo de fútbol americano Philadelphia Eagles: “Para los jugadores, la idea de que alguien de cincuenta años o así, alguien con sobrepeso que no puede correr ni cien metros sin desmayarse, esté sentado en la cabina de prensa con el aire acondicionado puesto planteándose si ellos podrían haber corrido mejor para el touchdown les resulta irritante”. Para Trump, los periodistas no saben hacer su trabajo y además carecen del conocimiento para poder juzgar a la Presidencia. Igual que Bowden no podía juzgar a los Philadelphia Eagles. El presidente considera a la prensa una parte más del nutrido mundo IYI, (Intellectual yet Idiot, individuos intelectuales pero idiotas, inútiles): él, en cambio, se define como un pragmático y eficaz hombre de acción al que avalan los resultados.

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Demografía y geografía

Según una encuesta de la cadena ABC, una gran mayoría de norteamericanos (43%) considera la atención sanitaria el primer problema y sitúa la emigración por encima de la economía y el desempleo. Es posible que esta sea un renovación generacional a largo plazo y que la demografía cambie la tendencia (más de 58 millones de ciudadanos originarios de países de América central y del Sur viven en Estados Unidos y estas elecciones han dejado notar su presencia con fuertes grupos de presión y asociaciones para orientar el voto).

Pero ante el empuje de la demografía, la geografía (los Estados rojos, con ADN republicano han vuelto a respaldar mayoritariamente a su partido) es el eslabón inexpugnable de la América que dice ser auténtica e imperecedera mientras los tiempos siguen cambiando.

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