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“Soy un preso político”: los trucos de Trump para construir su realidad paralela

Donald Trump

Nada más ser declarado culpable, la web de Donald Trump colapsó. La página fue incapaz de soportar el peso digital de miles de personas intentando donar dinero al mismo tiempo. 35 millones de dólares, según su equipo de campaña. Consciente de que sus problemas legales son su gran motor de financiación y de que cada vez que pisa un juzgado sube en las encuestas, Trump ha llevado al límite esta semana su estrategia de victimización

“Me acaban de condenar en un juicio político por una cacería de brujas amañada. ¡No hice nada malo! Allanaron mi casa, me arrestaron, me sacaron una foto policial, ¡y ahora acaban de condenarme!”, alentó el jueves a sus seguidores tras conocerse el veredicto por el caso Stormy Daniels. El candidato republicano es culpable de 34 delitos por falsificar registros contables para encubrir el soborno a una actriz porno y evitar que el escándalo afectase a su campaña electoral de 2016.

A cinco meses de las elecciones presidenciales y con otros tres juicios por causas más graves en el horizonte, el expresidente ha visto en esta condena su mejor baza para aupar su candidatura y seguir, sin frenos, en su huida hacia delante.

Preso político para unos, delincuente para otros

Con esta condena, el expresidente ha reforzado su argumento de que es una víctima del establishment, de que todos están contra él. Pero, esta vez, ha ido más allá: ha introducido el concepto de “preso político”. Un marco que invoca en las mentes de sus seguidores la imagen de un Estado no democrático que persigue a sus opositores políticos.

Además, con términos como “caza de brujas” o “amaño” construye una realidad paralela alejada de los hechos y genera ruido y confusión entre los votantes. De hecho, los electores republicanos más fieles no le ven como el primer expresidente de Estados delincuente convicto, sino como un político que es perseguido por el sistema.

Desde su llegada a la Casa Blanca hace ocho años, Trump es experto en hacer que la gente crea lo contrario de lo que ven con sus propios ojos. Manipula la realidad con estrategias de desinformación. Un fenómeno alimentado por el conspiracionismo, que ha alcanzado cotas máximas tras la pandemia y que está ligado a grupos de ultraderecha. Sin su influencia política, no podría entenderse el apoyo masivo que tiene la retórica trumpista, plagada de excesos verbales e ideológicos.

Objetivo: socavar la fe en la justicia 

El jueves, tras salir del tribunal de Nueva York, Trump declaró ante los medios que el juicio había sido “una vergüenza” y que “el veredicto real llegaría el 5 de noviembre”. Desde que perdió la presidencia, se ha comportado como una especie de vengador justiciero que ha sido derribado por la corrupción del establishment de Washington. Continuamente, enfrenta al pueblo (sus seguidores) con la “élite izquierdista” que les atenaza.

Este último año, entre juicio y juicio, ha hecho verdaderos esfuerzos para cuestionar a las instituciones y al Estado de derecho norteamericano. Poco a poco, está consiguiendo socavar la confianza en el sistema político y judicial entre una parte de su electorado. Ahora, además, es incapaz de reconocer la legitimidad de su condena. Según los expertos, esto puede generar un polvorín político que podría estallar en cualquier momento. 

“Hemos entrado en un nuevo territorio político y legal como nación. Ahora Donald Trump obligará a todos los candidatos republicanos a destrozar nuestro sistema judicial. Habrá un discurso aún más venenoso del que escuchamos antes del 6 de enero. Si gana, tendrá un mandato más tóxico que en 2017”, aseguraba el historiador de la Universidad de Nueva York Tim Naftali.

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La culpa es del adversario

Trump culpa directamente a su rival en el Partido Demócrata de sus problemas legales. “Todo esto lo hacen Biden y su gente”, aseguraba el viernes en rueda de prensa. En su visión alternativa de los hechos, que tanta polarización social genera, Biden es un peligro claro. “Si pueden hacerme esto a mí, pueden hacérselo a cualquiera. Son malas personas”, afirmaba alentando a la movilización social.

En el ecosistema mediático del trumpismo, la reacción a la condena ha sido de histeria y de amenazas contra cualquiera que la apoyara.  El veredicto que se ha convertido no en un hecho, sino en un tema de debate que refleja la pérdida de valores democráticos de esta última década. Porque, hace diez años, sería difícil imaginar que un candidato condenado por 34 delitos tuviese unas perspectivas electorales tan altas o que un delincuente como Trump pudiese volver a sentarse en el Despacho Oval.

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