El dilema de Alemania tras el apagón nuclear: ¿dónde guardar los residuos contaminantes?

Celebración del fin de las centrales nucleares en Alemania

Thomas Schnee (Mediapart)

Berlín, Alemania —

El 15 de abril, Alemania apretaba el botón de "apagón nuclear" al desconectar las tres últimas centrales nucleares del país. El país ya no produce electricidad de ese origen. Ahora debe desmantelar 36 reactores y almacenar los residuos altamente radiactivos resultantes de forma segura y sostenible. 

"La energía nuclear ha proporcionado electricidad a tres generaciones, pero su legado sigue siendo peligroso para 30.000 generaciones. Por eso debemos tomar precauciones y gestionar este proceso con responsabilidad", comentó Steffi Lemke, ministra de Medio Ambiente y miembro de Los Verdes, preocupada en recordar al país que la era del átomo aún no ha terminado. 

Alemania utiliza una clasificación en tres niveles para gestionar sus residuos. Los dos primeros niveles son para los residuos "de vida corta", de baja y media radiactividad. Aquí se incluyen, por ejemplo, herramientas, monos de trabajo, muebles, escombros y otros componentes metálicos de sistemas de centrales eléctricas. Algunos de estos residuos pueden descontaminarse y reciclarse sin restricciones. Algunos de ellos pueden descontaminarse y reciclarse sin restricciones. Otros deben almacenarse en bidones y enterrarse en el suelo durante varios siglos. 

Luego están los residuos de alta radiactividad, es decir, el combustible gastado y los componentes del núcleo del reactor, que pueden irradiar durante decenas de miles de años. Éstos se vitrifican y se encierran en los famosos contenedores Castor (Cast for Storage and Transport of Radioactive Material). Actualmente se almacenan en 16 emplazamientos provisionales, como las minas de sal de Gorleben o Ahaus, y en los emplazamientos de las centrales.

La ley alemana prevé un enterramiento de al menos un millón de años en un yacimiento subterráneo excavado a varios cientos de metros de profundidad en roca geológicamente estable. Porque nadie tiene ni idea de qué civilización ocupará el territorio alemán en ese futuro lejano. 

"Se espera que la cantidad total de residuos de alta radiactividad sea de unos 27.000 metros cúbicos. La cantidad de residuos de baja y media radiactividad asciende actualmente a 120.000 metros cúbicos... Y cabe esperar otros 180.000 metros cúbicos en los próximos años", afirma el físico nuclear Thomas Walter Tromm, del Instituto de Tecnología de Karlsruhe.  

La primera decisión alemana sobre el enterramiento de residuos nucleares se remonta a 1977. El entonces Ministro-Presidente de Baja Sajonia, Ernst Albrecht, eligió la mina de sal de Gorleben como emplazamiento adecuado para los residuos de alta radiactividad. La mina, situada en pleno campo y que atemoriza a los agricultores locales, se convierte pronto en una de las principales referencias para las luchas antinucleares, sobre todo cuando llegan los Castor, que se procesan en la central francesa de La Hague. El último transporte, a finales de 2011, enfrentó a cerca de 50.000 manifestantes contra 20.000 policías. 

El no de Angela Merkel a la energía nuclear

A nivel federal, no fue hasta la coalición SPD-Verdes de Gerhard Schröder (1998-2002) cuando una comisión ad hoc definió por primera vez un marco para la búsqueda de un almacenamiento definitivo. Una comisión nombrada por el Bundestag entre 2010 y 2013 no logró tomar una decisión sobre el futuro de Gorleben. 

También se ha descubierto que la industria nuclear, con la complicidad del gobierno federal, ha almacenado parte de sus residuos nucleares de baja y media radiactividad en las minas de sal de Asse y Morsleben, a veces en condiciones dramáticas. Eso no refuerza la confianza de los ciudadanos alemanes, que ya se muestran reacios a ver un vertedero de residuos nucleares cerca de casa. 

Pero en 2011, el giro de 180 grados de Angela Merkel y su decisión de dejar por completo la energía nuclear para 2022 reactivará el proceso. En 2013 se aprobó una ley sobre la búsqueda de un lugar de almacenamiento, la "Standortauswahlgesetz" (StandAG) y el Bundestag también encargó a un comité de expertos, parlamentarios y grupos de presión que definiera el marco técnico y social de la búsqueda. 

Sus trabajos desembocaron en 2016 en un informe en el que se especifican las estructuras administrativas responsables. La Oficina Federal para la Seguridad de la Gestión de Residuos Radiactivos (BASE), dependiente del Ministerio de Medio Ambiente, es ahora la autoridad supervisora y organiza la cooperación con las autoridades regionales de los dieciséis Estados federados (Länder). Esta BASE controla la Oficina Federal de Almacenamiento Definitivo (BGE), su brazo operativo para la investigación y la gestión de los silos. 

Por último, se creó el Fondo de Gestión de Residuos Nucleares (KENFO). En aquel momento, el gobierno federal estaba batallando con los abogados de los operadores nucleares, que se oponían a la inesperada salida de la energía nuclear. El acuerdo final fue que las empresas financiarían el desmantelamiento de sus centrales y aportarían una cantidad firme y definitiva de 24.000 millones de euros al nuevo fondo. 

El resto lo financiará el contribuyente, cueste lo que cueste. La estimación oficial del coste total de la eliminación de residuos se eleva a 170.000 millones de euros, data de 2015 y se basa en calendarios y proyecciones obsoletos. Esto significa que la industria sale bien parada. 

El abandono de Gorleben, poco seguro

Sobre esta base, el 22 de febrero de 2017 se relanzó oficialmente la búsqueda de un emplazamiento definitivo. La metodología de la futura búsqueda, que deja la decisión final en manos del Bundestag, refuerza el peso del criterio científico en el procedimiento de elección. También se define un sistema de identificación en tres etapas, con un proceso paralelo de consulta pública a nivel federal, regional y local. Por último, se crea una comisión de seguimiento e información para "supervisar" todo el proceso.  

En septiembre de 2020, la primera etapa de la búsqueda dio lugar a la publicación de los análisis geológicos nacionales, centrados en la búsqueda de subsuelos salinos, arcillosos y graníticos. El resultado es que las zonas seleccionadas cubren el 54% del territorio nacional y se extienden por todos los Länder. 

Además, para sorpresa de todos, la mina de sal de Gorleben, que sigue albergando 113 Castor, quedó definitivamente excluida de la lista de posibles silos. Los análisis geológicos concluyeron que el "domo salino" de la mina es insuficiente. 

"La elección del almacenamiento definitivo tuvo una motivación política. En 1977, no fueron razones geológicas las decisivas para la elección, sino el hecho de que el domo salino estuviera situado en una región poco poblada y estructuralmente débil, directamente en la frontera de la antigua RDA. No se esperaba mucha resistencia allí", afirma Ortrun Sadik, activista de Greenpeace. 

El abandono de Gorleben fue un símbolo importante que parece confirmar el deseo de investigar en base a hechos científicos y el apoyo de la población. Aunque llevará tiempo, mucho tiempo. Nadie cree que pueda cumplirse en 2031, año fijado para la finalización de la investigación. Actualmente se habla de 2050 y más allá. 

Sobre el terreno, la resistencia sigue siendo fuerte. En cuanto la BGE publicó el plan del subsuelo, los cantones y municipios situados sobre los subsuelos identificados anunciaron desde el principio que rechazarían de antemano cualquier decisión que los calificara. Esa es también la posición del actual gobierno conservador bávaro, que al mismo tiempo defiende la ampliación de la energía nuclear civil. 

Wolfgang Ehmke, una de las figuras más destacadas del movimiento antinuclear de Gorleben, recuerda que Alemania aún está lejos de ser una zona completamente desnuclearizada. "Como todo el mundo sabe, la planta de enriquecimiento de uranio de Gronau y la de fabricación de combustible de Lingen están excluidas del abandono de lo nuclear.” 

La primera está controlada por Urenco, una empresa propiedad de Gran Bretaña, Países Bajos y Alemania (a través de E.ON). La segunda es propiedad de la multinacional francesa Framatome (ANF). Ambas abastecen a buena parte de las centrales nucleares europeas y dependen de tratados internacionales. Son, por tanto, intocables.    

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Traducción de Miguel López

 

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