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Alemania se enfrenta a la obra titánica de desmantelar sus centrales nucleares

Descontaminador de la central de Lubmin.

En el taller de descontaminación de la central nuclear de Lubmin, a orillas del Báltico, una enorme sierra corta un cilindro ciclópeo desde hace casi dos horas. “Estamos troceando un pequeño generador de vapor”, explica Alex, mecánico de 31 años. Al igual que su padre antes que él, trabaja en esta vasta zona de 450 hectáreas, en uno de los edificios confinados, dotados de cámaras anticontaminación y concebidos para no dejar escapar ninguna partícula radioactiva.

Para cortar un único anillo de unos 20 cm de largo y 4 metros de diámetro, la sierra necesita casi cinco horas: “El anillo se corta en fragmentos pequeños. Éstos van a cajas de descontaminación donde pasan bajo un chorro de bolas metálicas. Si la radiactividad no desaparece tras varios intentos, se depositan en contenedores especiales que se enterrarán en un lugar destinado a los desechos de intensidad débil y media. Pero si el contador no indica nada, se reciclan”, explica Alex, equipado con el preceptivo mono naranja obligatorio de los “descontaminadores”. Lleva también la cabeza y las piernas protegidas con sendas prendas que se lavan después de cada uso.

La descontaminación del gran anillo de metal llevará casi dos días. Claro que este pequeño segmento del generador sólo representa una ínfima parte de las 1,8 millones de toneladas de desechos, más o menos contaminados, que produce la central de Lubmin, que cuenta con seis reactores de agua presurizada que se “autrodestruye” desde hace 23 años. “Fue construida por la URSS e inaugurada en en 1974. Cuatro reactores VVER-440 funcionaron a pleno rendimiento, llegando a generar el 10% de las necesidades eléctricas de la RDA. Otros dos fueron destruidos, aunque en realidad nunca llegaron a funcionar. Por último, la construcción de los reactores 7 y 8 nunca se llevó a cabo. De estos últimos, sólo existen las estructuras de hormigón no contaminadas”, asegura la portavoz de la empresa encargada de la gestión EWNGudrun Oldenburg.

EWN, dependiente del Ministerio Federal de Finanzas después de la reunificación de Alemania, supervisa el desmantelamiento de las centrales de Lubmin, pero también de Rheinsberg, una pequeña unidad experimental instalada en el Estado de Brandenburgo (cerca de Berlín). EWN es la heredera del complejo nuclear Bruno Leuschner, que toma su nombre de uno de los primeros responsables de la economía planificada de Alemania oriental. En 1990, con la reunificación alemana, el estado ruinoso del sistema de seguridad de la central, que a punto estuvo de provocar un accidente nuclear en 1975, convence a las autoridades de la necesidad de cerrar la central. El desmantelamiento comenzó en 1995.

“Fuimos unos 6.000 en la central, frente a los 850 empleados actuales. Una parte de los mecánicos de entonces son hoy especialistas en descontaminación”, cuenta Horst Tampe, jefe de taller en Lubmin desde 1973. Recuerda bien las protestas posteriores al anuncio del cierre, pero la “supresión de personal se hizo poco a poco” gracias al estatus público de la empresa, subraya. Es decir, gracias al desbloqueo de importantes partidas presupuestarias para recolocar a los trabajadores. El land de Mecklembourg-Vorpommern, también muy afectado por la crisis de los astilleros navales del Este de Alemania, es una de las regiones que padeció la mayor hemorragia de población tras la caída del Muro.

Para hacerse una idea del trabajo hercúleo de lo que significa la descontaminación de una central nuclear como la de Lubmin, resulta interesante conocer cómo funciona el tratamiento de las 1,8 millones de toneladas de desechos. Estos se clasifican en tres categorías de radioactividad. Los más radioactivos, los desechos de alta actividad y de vida larga (HA-VL), como las varillas de combustible, fueron los primeros que se guardaron en el espacio de almacenamiento de la central, tras ser vitrificados y situados en un contenedor transportable conocido como Castor.

Sólo se enterrarán cuando Alemania haya encontrado un lugar de almacenamiento “seguro” y definitivo. Pero estas búsquedas, muchas veces iniciadas y paralizadas, chocan en todas partes con la oposición de la población local y regional, deben finalizar antes de 2031. Sólo Lubmin, hay unas 580 toneladas de residuos HA-VL.

Acto seguido, se tratan unas 10.000 toneladas de desechos radioactivos de baja a media intensidad compactos y que deben ser enterrados en una antigua mina de acero de Baja Sajonia, a partir de 2020. Por último, los desechos restantes, débilmente radiactivos, es decir, cerca del 99% de la masa total, serán tratados y descontaminados en el sitio y en su mayoría reciclados.

El desafío técnico que supone la descontaminación no queda ahí. En primer lugar porque los niveles de radioactividad son más variados. Las partículas en cuestión presentan una duración de actividad radioactiva extremadamente variable, que oscila desde varios meses a más de 100.000 años... En segundo lugar, porque existen múltiples técnicas de descontaminación (por electrólisis, bajo presión seca o mojada, etc.). Y, finalmente, hay que tener en cuenta que para las materias más irradiadas el mayor aparato de medida de la central presenta las dimensiones de un cubo de 1,2 metros de largo, 80 cm de ancho y 1 metro de alto. Y todo, absolutamente todo, desde el generador de vapor de 156 toneladas pasando por los tubos de talla múltiples o los gigantescos tanques de los reactores, absolutamente todo, tiene o va a ser cortado para que pueda... ¡caber en dicho tanque!

Coste de la operación: más de 6.000 millones de euros

“A principios de 2018, entramos en una nueva fase al iniciar la descontaminación de los edificios, con el objetivo de terminar el desmantelamiento en torno a 2030”, explica Gudrun Oldenburg. Por larga y peligrosa que sea la operación, el saber hacer acumulado por los expertos de Lubmin cada vez cotiza más al alza.

“Después de la catástrofe de Fukushima, recibimos a políticos, expertos y a periodistas japoneses. Hoy trabajamos en los países del Este, en Lituania, en Eslovaquia o en Bulgaria. También llevamos a cabo un banco de datos para Chernóbil”, dice la portavoz.

“Nuestro mayor contrato fue la construcción en 2015 de un centro de almacenamiento y de descontaminación en la base naval de Mourmansk, que en cierto modo viene a ser el cementerio de los submarinos nucleares rusos, con cerca de 120 submarinos a la espera de ser tratados”. Vladimir Putin y Angela Merkel debían inaugurarlo con gran pompa y boato, pero después de la ocupación de Crimea y con la guerra en Ucrania, todo se anuló”, cuenta con cierta decepción en el rostro.

Desde la decisión alemana de 2011 de acelerar la salida de lo nuclear, 16 reactores de pequeño y gran tamaño comenzaron o están a punto de ser desmantelados en Alemania. A comienzos de 2017, EWN abandonó su antiguo hombre EnergieNord para rebautizarse como “Sociedad de desmantelamiento de instalaciones nucleares”. “Ya no somos la antigua autoridad de tutela, sino una empresa que enseña lo que hace. Y somos competitivos en el plano industrial”, dice el director general de EWN Henry Cordes. En Alemania, la empresa también se alió con el francés Areva para desmantelar otras centrales.

En Lubmin, donde Cordes anunció la construcción de un nuevo centro de almacenamiento intermedio “resistente a los atentados”, nuevas empresas empiezan a invertir en la zona. El líder mundial del negocio de las materias primas, Glencore, ha instalado la Lubmin Oils, que produce aceite industrial con colza. Resulta extraña que la unidad de producción destile un olor orgánico, algo agrio en toda la central. Al lado, empiezan a tomar forma las oficinas de una nueva Iniciativa tecnológica de Pomerania Occidental.

El objetivo de esta iniciativa es reunir diversas empresas de ingeniería especializadas en lo nuclear y tejer una estrecha colaboración con EWN. Entre los 12 socios presentes, destaca la presencia de Applicsign AG, una compañía suiza de desmantelamiento industrial. Porque, precisamente, la Confederación Helvética, que recientemente decidió detener su producción nuclear y se plantea seriamente el desmantelamiento de sus centrales, es un mercado en el punto de mira de EWN. Pero resulta difícil calcular el volumen de la eventual creación de puestos de trabajo en Lubmin.

En el caso del desmantelamiento de la central de Lubmin, por supuesto, es el Estado federal quien la factura total.  Y no es un coste menor. Aunque un principio se habló de un importe de 3.000 millones de euros, ahora asciende a los 6.600 millones de euros. En el resto de centrales alemanas, son los operadores privados quienes tendrán que correr con los gastos. Pero nada garantiza que el contribuyente alemán no tenga que asumirlos también. “Un informe del Ministerio de Economía estima que la necesidad global de las centrales alemanas asciende a 47.500 millones de euros”, recuerdan los expertos del Instituto de Investigación para una Economía de la Energía Regeneradora (IWR) que se apresuran a señalar que “quien crea que los operadores tienen ese dinero se equivoca y mucho”.

Bien es verdad que los cuatro principales operadores nucleares (RWE, EON, EnBW, Vattenfall) se han visto obligados a aprovisionarse de 38.000 millones de euros por este concepto, pero de momento se trata de un mero juego contable y no hay ni rastro de ese dinero depositado en el banco. Además, si una de sus empresas quiebra, el Estado asumirá las deudas. Igualmente, el anterior Gobierno permitió a a los operadores liberarse de uno de los aspectos más gravosos del desmantelamiento: el almacenamiento de los residuos y la búsqueda de un sitio para el enterramiento final de los desechos altamente radiactivos...

Una ley estableció el montante de su participación en 24.000 millones de euros. Y las cuatro compañías remitieron de golpe dicha suma al Tesoro Público en 2017. Pero son numerosos los expertos que consideran insuficiente la cifra: la búsqueda de un lugar definitivo se prolonga desde hace varios años, sin resultados, y los costes reales del almacenamiento previsto para los próximos siglos se desconocen por completo.

Por su parte, EWN no tiene estos problemas y sueña con un futuro dorado. Porque a día de hoy, más de dos tercios de los 448 reactores en funcionamiento en el mundo tienen más de 30 años. Y, a razón de 500 a 1.000 millones por reactor desmantelado, la actividad parece estar garantizada en el futuro. Y que será rentable. ____________

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Traducción: Mariola Moreno

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