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Qué puede hacer Biden para poner orden en el caos que deja Trump en todo el mundo

Imagen del presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden.

Martine Orange (Mediapart)

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La respuesta china a la elección de Joe Biden a la Casa Blanca no ha tardado en llegar: China sigue su camino. El 15 de noviembre, las 15 naciones de la región de Asia-Pacífico anunciaron la firma de uno de los mayores acuerdos de libre comercio. Con la excepción de la India, todos los países de la región, incluidos Japón, Corea del Sur, Vietnam, Singapur, Indonesia, pero también Australia y Nueva Zelandia, participan en el proyecto. Esto representa un total de 2.200 millones de personas y un PIB total de 26,2 billones de dólares.

Los países firmantes se han comprometido a reducir o incluso eliminar los derechos aduaneros en sus intercambios, a adoptar normas comunes en su producción y a elaborar nuevas normas para el comercio electrónico. Se están empezando a sentar las bases de un mercado asiático único.

Para el Gobierno chino, este acuerdo representa un éxito importante. Pekín ha logrado romper el cerco que Estados Unidos quería imponer convenciendo a los aliados tradicionales de Washington, en particular a Japón y Australia, para que se uniesen a la alianza. Si en algún momento Joe Biden, cuando acceda a la Casa Blanca en enero, tuvo esperanzas de resucitar el acuerdo transpacífico, negociado bajo la Presidencia de Obama-Biden y luego abandonada por Donald Trump y cuyo objetivo principal era poner coto al poder chino en la región, ahora le será difícil llevar a cabo dicho proyecto.

Un bloque económico regional emerge ante nuestros ojos, con China, debido a su peso económico y a su demografía, como director de juego. El mundo da un vuelco de Oeste a Este, bajo la mirada impotente de Estados Unidos.

Esta pérdida de influencia se analiza al otro lado del Atlántico como una de las consecuencias de la política calamitosa de Donald Trump. Durante cuatro años, el presidente estadounidense, a través de tuits devastadores, dictados y decisiones unilaterales, ha exacerbado las tensiones comerciales en nombre de “America First”.

Las sanciones comerciales han recaído sobre todos, incluidos los países supuestamente aliados. China se ha visto particularmente atacada, hasta el punto de desencadenar casi una guerra fría comercial entre Pekín y Washington. A cambio, el Gobierno de Xi Jinping llegó a la conclusión de que el tiempo de las negociaciones y de los acuerdos con la principal potencia mundial había terminado. A partir de ahora, seguiría su propio camino.

Los círculos financieros y de negocios de Estados Unidos desean que se pase esta página lo antes posible, para volver a un rumbo más pacífico. En un extenso artículo publicado por Foreign Affairs en marzo, Joe Biden se comprometió a restaurar la confianza con los países amigos, a reconstruir una diplomacia pacífica y restaurar el liderazgo mundial de Estados Unidos, especialmente en ámbito comercial. ¿Pero puede hacerlo?

“Muchos esperan que cuando el presidente de Estados Unidos Joe Biden asuma el cargo en enero, pueda salvar e incluso restaurar el orden mundial liberal posterior a 1945, liderado por Estados Unidos. Es un deseo comprensible, pero totalmente irreal”, advierte el exministro de Exteriores israelí, Shlomo Ben-Ami. El Instituto Bruegel comparte el análisis: “La historia de la administración Obama-Biden y el largo historial de Biden en el Senado, donde respaldó los principales acuerdos comerciales, incluido el Nafta (TLCAN/acuerdo Estados Unidos, Canadá y México), la Ronda de Uruguay y los acuerdos con China, podrían sugerir un retorno a un enfoque más tradicional de la política comercial, pero esa expectativa no es realista”, escribe el instituto, habida cuenta de los importantes cambios ocurridos en los últimos cuatro años.

En la práctica, aunque Donald Trump ha hecho un daño considerable a las relaciones comerciales internacionales, a menudo ha sido más un acelerador que un iniciador de averías. Antes de su presidencia existían fuertes patrones de fragmentación.

Porque, a pesar de quienes alaban el multilateralismo, hace tiempo que no hay consenso sobre la globalización, que se vendió como algo bueno en las décadas 90 y 2000. No ha tenido el éxito que gustaría decir que ha tenido, causando una explosión sin precedentes de desigualdades entre los países y la destrucción de las clases medias, como han señalado muchos economistas.

Con la crisis de 2008 comenzó la desglobalización. El comercio internacional, que hasta entonces había crecido espectacularmente (entre el 6 y el 10% anual), comenzó a disminuir hasta el 2-3% anual. “En 2008, el comercio internacional representó el 25% de la economía mundial, frente al 14% en 1990. En 2018, el comercio sólo representa el 21% de la economía mundial”, apunta el director general de Fedex, Raj Subramaniam.

La desaceleración ha continuado desde entonces. Se han erigido barreras arancelarias en todo el mundo, siguiendo el ejemplo estadounidense. La pandemia ha acelerado aún más este movimiento de desglobalización, causando una interrupción duradera de las cadenas de producción y suministro mundiales, lo que ha llevado a los gobiernos y las empresas a realizar traslados regionales o locales para garantizar la seguridad de sus suministros.

La Organización Mundial del Comercio (OMC) ilustra por sí misma este importante colapso de la globalización. Al negarse a nombrar representantes estadounidenses para esta institución que se supone que ordena el comercio mundial, Donald Trump la ha sumido en una parálisis total. La OMC ya no puede ni siquiera ejercer su función de árbitro en las grandes controversias comerciales internacionales, como en el caso de Boeing-Airbus, por falta de miembros suficientes.

Pero esta decrepitud estaba en marcha mucho antes de la decisión de Donald Trump. Desde el fracaso de la Ronda de Doha en 2006, que tenía por objeto liberalizar aún más el comercio internacional mediante la eliminación de las últimas barreras a los productos agrícolas, no se ha mencionado ningún proyecto de acuerdo internacional. En cambio, los Estados han preferido firmar acuerdos bilaterales o regionales. Ceta (Europa-Canadá), Jefta (Europa-Japón), Mercosur (Europa-América del Sur) son los productos de la desafección de la OMC.

A día de hoy, la mayoría de los países, empezando por China, dicen estar comprometidos con el multilateralismo “para combatir el proteccionismo”. Muchos consideran necesario reanudar las negociaciones conjuntas en el marco de la OMC para reactivar la cooperación económica internacional. Joe Biden prometió sacar a la institución del estado de letargo en el que la administración Trump la sumió al nombrar rápidamente delegados para ella.

Sin embargo, esto puede no ser suficiente para dar a la máquina un nuevo impulso, dado la importancia de los contenciosos vividos. No hay mayoría para las propuestas de reforma presentadas, ya que las principales potencias regionales –la Unión Europea, Japón y China– quieren mantener o escribir sus normas comerciales sin remitirse a un organismo internacional, independientemente de lo que digan sobre su compromiso con el multilateralismo.

Además, ante el colapso de las economías causado por la pandemia y la amenaza de un empobrecimiento significativo de los hogares, apenas ha llegado el momento de reactivar el comercio, aunque los dirigentes políticos sigan jurando lo contrario.

Pero la oposición más fuerte está en los propios Estados Unidos. Aunque no suscriban la retórica de Trump, muchos demócratas y un gran segmento del público estadounidense comparten su análisis de China. Creen que Estados Unidos ha sido “ingenuo” al abrir de par en par las puertas a las importaciones chinas desde su entrada en la OMC en 2001. Se critica a la institución por su laxitud al no aplicar sus normas sobre competencia leal en materia de empleo y medio ambiente, derechos de propiedad intelectual, no subvención por parte del Estado de las empresas estatales.

El desafío chino

Antes de volver a hablar de la cooperación internacional, los responsables norteamericanos –demócratas y republicanos– pretenden obtener grandes cambios en estos puntos del poder chino, ejerciendo toda la presión necesaria sobre ellos. Así, aunque diga que tiene la intención de establecer más relaciones diplomáticas con Xi Jinping, Joe Biden ya ha afirmado su intención de hablar con firmeza frente a Pekín. “Joe Biden se enfrenta a un dilema. China ha pasado a estar muy desviada para cooperar plenamente con ella, demasiado grande para ser contenida o ignorada, y demasiado conectada [con el resto de la economía mundial] para poder desacoplarse”, dice el exasesor económico del Gobierno de la India, Arvind Subramanian.

El presidente electo mantiene así una vaguedad artística sobre el futuro de los aranceles, que han aumentado hasta un 62% en ciertas importaciones chinas, por imposición de Donald Trump. ¿Los mantendrá, los abolirá, los reducirá? Las incertidumbres son igual de importantes en el sector de la alta tecnología, una de las áreas de intervención favoritas de Donald Trump.

En pocos meses, ha prohibido el comercio con el fabricante chino de telecomunicaciones Huawei, bloqueó la adquisición de la plataforma TikTok y empujó a los fabricantes estadounidenses a trasladar su producción a Estados Unidos. En menos de dos años, la Administración Trump interrumpió toda la cadena de suministro y fabricación desarrollada por los gigantes de la alta tecnología desde hace años entre China y Estados Unidos. Chips, microprocesadores, software e incluso tierras raras se han convertido en desafíos estratégicos en Estados Unidos.

En estos temas, la ruptura con Donald Trump es más probable que sea más en la forma que en el fondo. “Creo que Biden va a seguir siendo duro con China, pero será un poco más estratégico en su enfoque, en el tipo de relación que queremos con China”, predice Orit Frenkel, exnegociador comercial de la oficina del Representante de Comercio de EE.UU., entrevistado por The Financial Times.

Entonces, ¿podría venir el verdadero cambio en las relaciones con Europa? Joe Biden se ha comprometido a renovar las relaciones con los países europeos, que se han visto socavadas por las desacertadas decisiones de Donald Trump, obsesionado por los déficits comerciales de EE.UU. con Europa.

La crónica de la semana pasada ilustra este deterioro. Uno tras otro, la Unión Europea anunció la aplicación de nuevos aranceles por importe de 4.000 millones de dólares a las importaciones estadounidenses, tras las sanciones autorizadas por la OMC en el conflicto Boeing-Airbus (Estados Unidos, por su parte, había autorizado imponer sanciones de 6.000 millones de dólares a Europa en el mismo litigio).

Posteriormente, la Comisión Europea decidió abrir una investigación contra Amazon, sospechosa de violar las normas de competencia de la UE “al utilizar datos comerciales no públicos para su propio negocio de venta al por menor”.

Por su parte, la Administración Trump permite que se creen dudas sobre el aumento de los aranceles a ciertas importaciones europeas, incluidos los bienes de lujo y los automóviles. Se espera que la decisión se tome el 6 de enero. Aunque se encuentre al final de su mandato, ¿Trump decidirá seguir con su política de represalias? Misterio. Pero nos ha acostumbrado a temer siempre lo peor.

El comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea ascendió a un billón de dólares en 2018, tres veces superior al registrado con China. El volumen de inversiones entre los dos continentes superó los 4,5 billones de dólares, eclipsando las realizadas con China”, señalan desde el Instituto Bruegel para subrayar la importancia del comercio transatlántico y, por lo tanto, para encontrar un terreno común.

Aunque los responsables de una y otra parte del Atlántico deseen reanudar relaciones más pacíficas, es probable que surjan rápidamente muchos puntos de tensión, exacerbados por una situación económica desastrosa, el aumento del desempleo, la inseguridad y la desigualdad.

El tema más candente en la actualidad está relacionado con la tributación de los Gafa (Google, Apple, Facebook, Amazon) presentados como los grandes ganadores de este período. Desde hace varios años, la Comisión Europea ha estado en guerra con estos gigantes digitales exentos del pago de impuestos. Apple, Google y Facebook ya han sido multados con varios miles de millones de euros. La Comisión Europea no oculta su voluntad de redactar su propio reglamento, para poder gravar a todos los grupos que trabajan en Europa.

Por su parte, los líderes demócratas han sido particularmente críticos en los últimos meses con el comportamiento de estos mismos gigantes digitales, sospechosos de haber creado monopolios mundiales incontrolables y de prosperar con la captura de rentas mundiales cada vez mayores. Varios representantes estadounidenses ya han presentado propuestas para su desmantelamiento, mientras que el sistema judicial estadounidense ha abierto una investigación contra Google por abuso de su posición dominante.

Por lo tanto, puede haber cierta entente entre Estados Unidos y Europa en este ámbito. Sin embargo, los observadores del asunto se muestran muy cautelosos. En primer lugar, señalan que el deseo de controlar los Gafa podría verse rápidamente debilitado por la segunda ola de Covid y sus inmensas consecuencias económicas. “La prioridad pasa en primer lugar resolver los problemas internos más que las relaciones comerciales”, apuntan desde el Instituto Bruegel, que recuerda que Barack Obama tomó la misma decisión cuando se convirtió en presidente en medio de la crisis financiera mundial.

A continuación, argumentan, el aumento de las tensiones sociales y económicas, exacerbadas por un Donald Trump inductor del delito, la ausencia de una clara mayoría en el Senado, el miedo a ser desafiado cada vez más frontalmente por China tienen todas las papeletas de llevar a Joe Biden a adoptar la línea más susceptible de lograr un consenso, de unir un país fragmentado: prioridad a los intereses americanos.

Biden ya ha dicho, en parte: “La pregunta es, ¿quién escribe las leyes que rigen el comercio? Quién se asegura que protegen a los trabajadores, el medio ambiente, la transparencia, los salarios de la clase media. Estados Unidos, y no China, deben liderar este esfuerzo”.

En este esquema, no se trata de coescribir, participar, negociar. Estados Unidos tiene la pluma. Y eso es lo que la presidencia de Biden, como todas las anteriores presidencias americanas, espera que Europa haga como aliada, unirse a la visión estadounidense y apoyar y respetar las reglas decididas por los Estados Unidos.

Las anteriores presidencias demócratas han demostrado en este ámbito que no han sido más complacientes a este respecto que las presidencias republicanas. Basándose en las leyes de extraterritorialidad, la presidencia de Obama ha sido una de las que más ha perseguido y sancionado a las empresas europeas. Deutsche Bank, Volkswagen, BNP Paribas, Crédit Agricole, Alstom, Technip, por nombrar sólo algunos ejemplos, han sido condenados a pagar miles de millones de dólares en multas por la Justicia de Estados Unidos.

Ante las dificultades, estas leyes de extraterritorialidad podrían volver a entrar en juego muy rápidamente, sobre todo si la Unión Europea, sigue queriendo elaborar sus propias normas, ya sea para gravar a los Gafa, proteger los datos privados, la propiedad intelectual, los medicamentos o la evasión fiscal,

En este punto, aunque Joe Biden pretende mostrarse tranquilizador, los responsables europeos no tienen, por lo tanto, muchas garantías sobre el futuro de las relaciones comerciales con Estados Unidos. Sólo saben una cosa, los tiempos de los tuits incendiarios a cualquier hora, del día o de la noche, las decisiones arbitrarias tomadas de la noche a la mañana dándole un giro a todo, y los golpes que socavan aún más una arquitectura internacional ya dañada, son historia.

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Traducción: Mariola Moreno

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