La dolarización de Argentina, el sueño del ultra Milei que se estrella contra la realidad de los números

El economista ultraliberal Javier Milei habla durante un mitin tras conocer los resultados de las primarias.

Romaric Godin (Mediapart)

El candidato libertario a las elecciones presidenciales argentinas, Javier Milei, se impuso en las primarias del 13 de agosto con más del 30% de los votos. Uno de los aspectos de su programa que más atrajo a los electores fue su plan de dolarizar la economía argentina, es decir, sustituir la actual moneda del país, el peso, por el dólar estadounidense.

En una entrevista concedida a Bloomberg el 16 de agosto, el candidato entró un poco más en detalles. Como buen fanático del mercado, pretende dejar que "la gente elija voluntariamente entre las divisas disponibles", lo que su asesora Diana Mondino denomina "libre competencia de divisas". En su opinión, la gente elegirá naturalmente la "mejor moneda", es decir, el dólar. "Nadie quiere pesos en Argentina", explica Javier Milei. A partir de ahí, la economía se dolarizará.

Por supuesto, esta bonita historia oculta una realidad que, sin duda, es un poco diferente. Si bien es cierto que los argentinos desconfían con razón de un peso que pierde constantemente valor y poder adquisitivo, no es seguro que el proceso sea tan fácil como afirma Javier Milei. En un contexto de competencia entre monedas, el dólar será naturalmente más difícil de obtener y, como siempre, la competencia no se traducirá en una mayor justicia, sino en la reproducción agravada de las injusticias ya existentes.

La economía argentina no se dolarizará "por voluntad propia", sino porque los tenedores de dólares tendrán más poder que los demás y dictarán sus decisiones al resto de la economía. Esto será tanto más cierto cuanto que el propio Estado reduzca el gasto público (un 13% del PIB según el programa de Milei) y liberalice la circulación de capitales.

La versión de Milei de la dolarización

De hecho, la propuesta de dolarización de Milei no es una dolarización "estándar" del tipo visto en otros lugares de América Latina (El Salvador, Panamá o Ecuador), o en Europa con el euro (Montenegro y Kosovo). El candidato argentino combina el abandono de la moneda nacional con una forma de "banca libre", una liberalización de la creación de dinero, de la que debería surgir naturalmente la moneda más eficiente.

Por esta razón, Javier Milei acompaña su reforma monetaria con la voluntad de suprimir el Banco Central. En una entrevista concedida a Bloomberg, califica al BCRA, el Banco Central de la República Argentina, de "la peor basura que ha existido sobre la tierra". Pero su odio se extiende a todos los bancos centrales: "Hay cuatro tipos de bancos centrales, los malos como la FED, los muy malos como el Banco Central Latinoamericano, los horriblemente malos y el Banco Central Argentino”. 

Por ello, Javier Milei ha confirmado que, si es elegido, nombrará a su asesor Emilio Ocampo al frente del BCRA, con el objetivo de cerrarlo. Se trataría de prescindir de un banco central, un experimento que ningún país capitalista se aventuró a intentar desde hace casi un siglo.

La inspiración de este experimento se remonta al siglo XIX. En Estados Unidos y Suiza, en particular, los bancos tenían la facultad de emitir libremente dinero en efectivo, que oficialmente estaba respaldado por oro o plata. Si los bancos emitían demasiado dinero en relación con sus reservas, quebraban y sus billetes perdían valor. Este experimento se abandonó en ambos casos tras repetidas crisis. Al final, ambos países tuvieron que crear sus propios bancos centrales: en 1907 en Suiza y en 1913 en Estados Unidos.

52 años después del abandono de la convertibilidad del oro, la mayoría de los gurús libertarios han resuelto sustituir el oro por el dólar

En realidad, el free banking sólo es posible en el contexto de este retorno a un patrón fijo. Detrás de estas propuestas libertarias, sigue existiendo la nostalgia del patrón oro, que sería sinónimo de estabilidad y prosperidad. La escasez del patrón permitiría controlar la inflación y las burbujas financieras. Sobre todo, el Estado y sus "manipulaciones" serían completamente independientes del dinero. Con él, el dinero recupera la forma teórica que tanto apreciaban los partidarios del sistema de mercado total: la de un "velo", una forma neutra que permite medir perfectamente las cosas y, por tanto, dar lugar a un mercado perfecto.

52 años después del abandono de la convertibilidad del oro, la mayoría de los gurús libertarios han resuelto sustituir el oro por el dólar. El Cato Institute, el Adam Smith Institute y Steve Hanke, profesor de economía en la Universidad Johns Hopkins y seguidor de Hayek y Mises, son firmes defensores de la dolarización de las economías latinoamericanas.

Esta posición no carece de sustento, dado que la emisión de dólares ha sido muy fuerte en los últimos cincuenta años. Es más, algunos defensores aún más extremistas buscan una alternativa al dólar mediante la introducción de un patrón "sólido" como el Bitcoin, del que existe una oferta limitada. Con este discurso, Nayib Bukele, presidente de El Salvador, un país dolarizado, defendió su idea de convertir Bitcoin en la moneda cooficial del país. Este pequeño país centroamericano es también el punto de referencia de Javier Milei.

Por qué la receta de Milei prendió en Argentina

La narrativa libertaria obviamente pasa por alto dimensiones enteras de la realidad. El patrón oro se abandonó en 1971 no porque los gobiernos gastaran demasiado, sino porque el sistema de Bretton Woods ya no bastaba para garantizar el crecimiento de la economía capitalista. La libre convertibilidad de las monedas permitió la explosión de la deuda pública y privada, y fue este fenómeno el que permitió la financiarización, la globalización y la vuelta al crecimiento, aunque más débil que antes.

Es cierto que esta primavera del crédito parece agotarse ahora bajo el peso de unos aumentos de productividad cada vez menores, pero la vuelta a un patrón fijo no es la solución. Debilitaría aún más el crecimiento mundial al reducir drásticamente el acceso al crédito. Si el dinero vuelve a ser "neutro", no habrá contra-tendencia al capitalismo en crisis.

Pero estas consideraciones sólo son válidas a nivel mundial. En Argentina, la retórica libertaria puede parecer una salida a una economía que se tambalea bajo el peso de la inflación, que no parece que vaya a remitir. Los precios se han más que duplicado en el espacio de un año, y parece que todos los intentos de los gobiernos argentinos de los últimos 75 años han fracasado.

Como resultado, una parte de la población puede verse inducida a creer en una solución dolarizada, sobre todo teniendo en cuenta que, como hemos visto, la vía propuesta por Milei es original. Esto parece bastante lógico en varios aspectos. Al fin y al cabo, nadie quiere pesos en Argentina.

Tener pesos significa ver tu poder adquisitivo bajo amenaza constante. Al día siguiente de las primarias, el 14 de agosto, la moneda argentina se devaluó un 18% con respecto al tipo oficial. Es muy difícil tener confianza en la moneda nacional. Argentina lo ha intentado todo para restablecer la confianza en su moneda, incluso cambiarla por completo.

En 1985, el país introdujo una nueva moneda, el austral, con un tipo de cambio muy fuerte de 80 centavos de austral por un dólar, en un intento de hacer olvidar a la gente los diversos pesos devaluados que ya existían. Seis años después, se cambiaba a 10.000 australes por 1 dólar. En 2001, el peso, reintroducido en 1991, valía un dólar; hoy se necesitan 350 centavos de austral por un billete verde.

Por eso, Javier Milei tiene toda la razón al denunciar al BCRA como "uno de los mayores ladrones de la historia de la humanidad". Esto interpela directamente a los argentinos, que se ven obligados a utilizar una moneda que les hace perder riqueza todo el tiempo. La perspectiva de tener sólo dólares, que en este país son una fuente estable de riqueza y una moneda que todo el mundo quiere tener, es sin duda muy atractiva para una parte de la población.

Además, el riesgo de una transición dolorosa a una moneda exclusivamente en dólares se ve ciertamente reducido por el hecho de que la situación actual ya es crítica y de que muchos argentinos consideran que tienen poco que perder con la experiencia. Este es uno de los terrenos en los que Milei navega felizmente: habiendo fracasado en todo, sus propuestas, a veces grotescas y arcaicas, parecen ser posibilidades para una parte de la población.

Por último, Argentina ya intentó una dolarización parcial en los años noventa. Tras el fracaso del austral, Carlos Menem introdujo un nuevo "peso convertible" que era 100% canjeable por dólares y valía exactamente un dólar. No se trataba de una "dolarización" estricta, ya que Argentina había conservado su moneda nacional, pero era lo mismo, puesto que la paridad era uno a uno con convertibilidad total. La idea era hacer del peso el equivalente perfecto del dólar.

También en este caso el experimento fracasó. Argentina hizo enormes sacrificios, sobre todo en materia de servicios públicos y empleo, para mantener la convertibilidad del peso. A finales de los años noventa, la tasa de desempleo superaba el 20%, la deuda pública se hacía insostenible y cada vez se necesitaban más "esfuerzos" para mantener el tipo de cambio uno a uno. En 2001, el sistema se derrumbó en una crisis que ha pasado a la historia. Argentina dejó de pagar su deuda denominada en dólares y abandonó su paridad con el dólar.

Esto bastaría sin duda para demostrar la ineficacia de la medida. Pero es posible que con una inflación que ha vuelto a superar el 100% anual, muchos vean los años 90 como una época dorada de estabilidad. También es posible que la propuesta de Milei apareciera como el paso extra que Menem no se atrevió a dar y que hubiera hecho viable el sistema: deshacerse del peso.

Todo esto explica que la historia de Milei haya calado tanto en Argentina. Pero queda una duda. Veinte años después del fracaso del peso convertible, ¿volvería a ser deseable la dolarización completa de Argentina? Para responder a esta pregunta, debemos analizar la situación del país, las consecuencias teóricas y los ejemplos pasados de dolarización.

Experiencias de dolarización

En realidad, el pasado es de poca ayuda. El tamaño de la economía aquí es significativo. La dolarización es la adopción de una moneda extranjera, sobre la que el Estado no tiene ningún control, como única moneda de curso legal. Por lo tanto, la oferta monetaria en esta moneda debe ser suficiente para mantener la economía en funcionamiento. Esto presupone tanto reservas de divisas (a menudo gestionadas por un banco central, con todo el respeto debido a Javier Milei) como un flujo constante de divisas a través del comercio exterior y los intercambios financieros.

Por ello, las economías de los países dolarizados suelen ser pequeñas. El Salvador, dolarizado en 2000, tiene un PIB de 29.000 millones de dólares, sostenido por las remesas en dólares de los emigrantes a Estados Unidos. Panamá, primer país dolarizado en 1904, tiene un PIB de 76.500 millones de dólares, sostenido en gran parte por un sector financiero muy dolarizado. Por último, Ecuador, dolarizado en 1999, es un poco más grande, con un PIB de 106.000 millones de dólares, pero su economía se basa en las exportaciones, sobre todo de petróleo, facturadas en dólares. Está muy lejos de los 632.000 millones de dólares del PIB de Argentina, que también está más diversificada.

Esta fue una de las razones del fracaso de los años 90: era difícil garantizar un flujo suficiente de dólares para financiar la economía. Por eso se decidió utilizar su propia moneda convertible en lugar del billete verde directamente. Pero cuando los dólares no son suficientes, esta defensa no es eficaz, ya que el peso era 100% convertible. Había que devaluarlo o reducir el tamaño de la economía, es decir, sufrir una grave recesión. A menudo, en este caso, se dan ambas cosas.

Entre las ventajas de la dolarización, sin embargo, hay que destacar su eficacia contra la inflación. En Ecuador, la inflación cayó rápidamente en los años siguientes a la dolarización. Pasó del 96% en 2000 al 2,2% en 2005. No es de extrañar: la masa monetaria disminuye y es más difícil distribuir el crédito. Pero la lucha contra la inflación no resuelve todos los problemas.

En teoría, la dolarización permite atraer inversiones extranjeras y desarrollar así la economía modernizándola y aumentando la productividad. En realidad, la situación es más compleja. La inversión extranjera se concentra principalmente en las actividades más rentables, y el efecto sobre la diversificación de las economías sigue siendo discutible. En Ecuador, por ejemplo, la inversión privada se ha concentrado en el sector petrolero, dejando al Estado a cargo del resto del desarrollo.

Aquí es donde vemos los límites de la maniobra. Lógicamente, la dolarización encarece la producción de los productos nacionales, lo que provoca una presión sobre los salarios para mantener la competitividad internacional de las exportaciones. Cuando los precios del mercado mundial son altos y la economía en cuestión tiene superávit por cuenta corriente (es decir, el dinero que sale es menor que el que entra), el problema es fácilmente manejable. Es posible desarrollar políticas sociales (las reservas de dólares son abundantes) y compartir los altos precios de las exportaciones con los salarios.

Pero en caso de choque externo, una economía dolarizada se encuentra sin pantalla de protección. Como las exportaciones son más caras que las de los países con moneda propia, el choque es más fuerte, y mantener un superávit por cuenta corriente (necesario para garantizar un flujo de dólares) se hace difícil. Las únicas opciones son entonces el endeudamiento externo para compensar el déficit, o una política de violentos recortes salariales para reducir la demanda interna de importaciones y restablecer la competitividad.

Tras la crisis de 2008 y la crisis de las materias primas de 2012-2014, Ecuador cayó en esta trampa. Durante un tiempo, el Gobierno recurrió a la deuda externa, principalmente de China, y luego tuvo que dejar de pagar su deuda externa para preservar sus reservas. Finalmente, con la llegada de Lenín Moreno a la Presidencia, de 2017 a 2021, Ecuador entró en una fase de ajuste vía salarios y gasto público, al tiempo que buscaba incrementar el extractivismo, sobre todo en tierras indígenas, para aumentar las fuentes de divisas. Todo ello desembocó en una profunda crisis social, en la que el país sigue sumido tras dos violentos episodios de disturbios en 2019 y 2022.

El caso ecuatoriano demuestra que la dolarización, incluso en un país fuertemente dependiente de los ingresos petroleros facturados en dólares, no resuelve todos los problemas. Es cierto que en Ecuador existe un consenso sobre el dólar como moneda nacional, sin que ningún partido político desee volver al azúcar, moneda nacional hasta 1999. Pero se trata de elegir entre dos males: la inflación o el ajuste estructural.

Pero, de hecho, es difícil dar marcha atrás en la dolarización y prometer a los ciudadanos una pérdida de valor de su dinero después de tantos sacrificios para mantenerlo. Para que eso ocurra, hace falta una crisis grave como la de Argentina en 2001. E incluso entonces, como vimos, el billete verde no estaba en los bolsillos de los argentinos. La dolarización completa es de facto casi irreversible. A riesgo de graves crisis.

Los riesgos de la dolarización en Argentina

La realidad es que el problema de estas economías no es sólo monetario. La inflación es un síntoma de un problema más general. El modelo económico argentino es defectuoso. La mayor parte de la producción del país se compone de productos agrícolas destinados al mercado mundial. Casi el 60% de las exportaciones son productos agrícolas o materias primas. Estos ingresos en dólares están en manos de una minoría que no desea convertirlos en moneda argentina y, por lo tanto, invierte muy poco en la producción para la demanda interna.

Al mismo tiempo, para satisfacer las necesidades de su población, el país importa los productos transformados que necesita, así como petróleo. Estos gastos deben pagarse en dólares. Como los dólares escasean, los precios suben para las personas que no disponen de esta moneda. Así pues, el problema es tanto de desigualdad como de productividad.

Aquí es donde la dolarización propuesta por Javier Milei llega a sus límites. Se podría pensar que la abolición del peso daría acceso a todos a los productos importados. Pero nada es menos cierto. Enfrentados a un aumento significativo de sus costes de producción, los exportadores argentinos podrían perder cuota de mercado y reducir los salarios. Sobre todo porque Javier Milei, buen libertario, ha anunciado la liberalización del mercado laboral y, sin duda, su prioridad será reducir la "rigidez a la baja de los salarios".

Pero como también promete violentos recortes del gasto público, necesarios para reducir el déficit y restablecer el acceso del gobierno a los ingresos en dólares, es probable que la demanda interna se desplome. Entonces será difícil acceder a los bienes importados, no por el aumento de los precios, sino por la caída de los ingresos.

Los que se beneficiarán de la dolarización serán, por tanto, los que ya tienen fortunas en dólares. Sobre todo porque, en la fase de "competencia de divisas", los activos en pesos perderán prácticamente todo su valor, como predice el candidato. Muchos no "elegirán" el dólar; simplemente perderán sus pesos y tendrán que buscar dólares, la única moneda que rápidamente será aceptada de facto.

En cuanto a la ola de inversiones prometida por Javier Milei, es altamente incierta por varias razones. En primer lugar, como hemos visto, estas inversiones se limitan a reproducir situaciones existentes y contribuyen poco al desarrollo. En segundo lugar, el país se habrá vuelto más caro que sus vecinos, estará más expuesto a los choques externos y, por último, se habrá vuelto dependiente de una política monetaria independiente de su propia situación, la de la FED.

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Esto podría beneficiar a Argentina en algunos momentos, pero costarle caro en otros, cuando al banco central estadounidense le interesa un dólar fuerte. Para Argentina, la dolarización significaría fusionarse con la economía estadounidense, que sólo representa el 6% de las exportaciones y el 10% de las importaciones, sin acceso a transferencias presupuestarias ni libertad para trabajar. Para mantener el flujo de dólares, habrá que subir los tipos de interés por encima del nivel de la FED. Si la situación económica de Argentina no es tan brillante como la de Estados Unidos, el acuerdo podría salir mal. En ese caso, la financiación pública, aunque se reduzca, podría plantear un problema.

La dolarización puede sin duda resolver el problema de la inflación a corto plazo. Pero no resolverá el problema de la economía argentina y sólo agravará los problemas de desigualdad del país. En términos económicos, los beneficios son pequeños. La inflación ha desaparecido, pero ha sido sustituida por la presión sobre los salarios, el Estado y las instalaciones de producción.

La dificultad se verá agravada por el carácter ideológico de la propuesta de Javier Milei. Él la ve como un medio de imponer su sociedad de mercado. Pero la realidad argentina podría hacer muy doloroso el experimento.

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