Esto ya forma parte de las costumbres de la presidencia estadounidense. Casi todos los días, Donald Trump ofrece un espectáculo en su despacho de la Casa Blanca digno de Uno de los nuestros, de Scorsese. La violencia y la humillación compiten con la adulación ante un público que le es fiel.
La semana pasada, los directivos de los gigantes digitales no fueron una excepción. El 6 de agosto, Tim Cook, director ejecutivo de Apple, llegó al Despacho Oval con un regalo en la mano: una placa conmemorativa de cristal, fabricada por Corning (un grupo vidriero asociado al grupo), montada sobre un pedestal de oro, como no podía ser de otra manera, para complacer los gustos del presidente (Donald Trump mandó recubrir todo su despacho con pan de oro cuando regresó al puesto).
La placa simboliza el lanzamiento de una nueva fábrica, que forma parte de los 600.000 millones de dólares que el grupo se ha comprometido a invertir en Estados Unidos en cuatro años. Como resultado, los productos del gigante digital, gran parte de los cuales se fabrican en la India, estarán exentos de aranceles aduaneros al entrar en el territorio.
Ese mismo día, Donald Trump arremetió contra el director ejecutivo de Intel, Lip-Bu Tan, y pidió su dimisión inmediata, acusándolo de mantener estrechas relaciones con dirigentes del Partido Comunista Chino y de amenazar la seguridad nacional. A continuación, tras reunirse con Jensen Huang, director ejecutivo de Nvidia, le autorizó a vender a China sus semiconductores, considerados entre los más eficientes del mundo. Con una condición: que la empresa revierta a Estados Unidos el 15 % de los ingresos obtenidos por sus exportaciones a China.
Capitalismo neocolonial
Nunca antes el poder estadounidense había practicado tal intervencionismo, ni había recurrido a tales chantajes contra grupos privados americanos. “El capitalismo en Estados Unidos empieza a parecerse al de China”, alertaba Wall Street Journal tras las noticias sobre Nvidia. El diario económico ve en todas estas intervenciones el surgimiento de un capitalismo de Estado.
Un análisis discutido por muchos observadores. Tras los primeros meses de decisiones intempestivas, amenazas, giros espectaculares, arbitrajes inexplicables e irracionales, consideran que no hay ninguna lógica en las políticas de Trump. Se inscriben en la imprevisibilidad de su “real gana”: todo puede cambiar de un momento a otro, según el día, el lugar y el interlocutor.
Más allá del caos mundial provocado por Donald Trump, hay sin embargo constantes y obsesiones en sus políticas. Se encuentran en todas las negociaciones llevadas a cabo por la administración estadounidense. Rompiendo con el capitalismo financiarizado de las últimas décadas, Trump vuelve a un capitalismo extractivo y extorsionario. Le interesa el petróleo, el gas, las materias primas, también los datos digitales, todo lo que le permita sacar provecho y ejercer un poder monopolístico.
“La explotación del petróleo, la explotación de los recursos mineros y el transporte marítimo de mercancías, todos ellos sectores muy rentables a lo largo de la historia, han sido durante mucho tiempo un motor clave de la economía mundial”, recuerda la ensayista Laleh Khalili en su libro Extractive Capitalism. Pero matiza inmediatamente su afirmación: ese capitalismo se alimenta de la corrupción y de la explotación sin límites de los recursos naturales y humanos. Instaura una violencia exacerbada contra todos aquellos que se interponen en su camino. Esta política de acaparamiento en beneficio de unos pocos genera desigualdades insoportables.
Es a este capitalismo al que se refiere Donald Trump. Para él, todas las riquezas del planeta deben ponerse a disposición de Estados Unidos y de su voluntad.
Los nuevos territorios de la era Trump
Mientras los gigantes digitales sueñan con ir a Marte, el presidente americano sigue ambicionando la expansión terrestre. De los desajustes climáticos que amenazan a toda la humanidad, solo se queda con una cosa: la desaparición de los polos, el deshielo de los glaciares y el fin del permafrost son territorios hasta ahora inexplorados que hay que conquistar. Son las nuevas fronteras de su mandato.
Nada más llegar a la Casa Blanca, señaló a Groenlandia como una presa a cazar por las buenas o por las malas para poder controlar sus recursos mineros. Aunque no sea el tema principal de su reunión con Vladimir Putin el 15 de agosto, el hecho de elegir Alaska como lugar de encuentro no carece de significado. Donald Trump ya piensa en el futuro: cuando los glaciares del Ártico hayan desaparecido casi por completo. Más allá de las riquezas inexploradas del subsuelo, la ruta marítima del Polo Norte será transitable durante todo el año, convirtiéndose en la vía más rápida para cruzar el planeta de un lado a otro, cuyos guardianes serán Estados Unidos y Rusia.
Pero, por ahora, lo que le interesa es el petróleo y el gas. Desde su primer mandato, Trump se ha mostrado fascinado por el mundo del petróleo y los cientos de miles de millones de dólares que genera. Cortejando asiduamente a Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos e incluso a Rusia, actuaba entonces como si su país, el primer productor mundial de petróleo, fuera miembro del cártel de la OPEP, discutiendo con unos y otros sobre precios y producción.
Desde el comienzo de su segundo mandato, el petróleo se ha convertido en una obsesión para él. Quiere exploraciones, perforaciones por todas partes, controlar todas las reservas posibles del mundo, tanto en tierra como en el mar. Pero su preocupación principal es Estados Unidos. Mientras que muchos yacimientos se están agotando y los grupos no quieren relanzar nuevos proyectos por falta de una rentabilidad segura, él está haciendo todo lo posible para animarlos a reactivar la exploración y la producción de petróleo y gas en territorio nacional.
Una de sus primeras decisiones fue recortar todos los fondos destinados a las energías renovables y a todas las tecnologías limpias, porque suponen una amenaza existencial para el sector petrolero americano. Pero para convencer al sector petrolero de que vuelva a invertir, cree haber encontrado la carta ganadora que los convencerá: los riesgos los asumirán los demás países, aquellos que consideran vasallos de Estados Unidos.
En el acuerdo comercial con Japón, impuso que los japoneses invirtieran 550.000 millones de dólares en Estados Unidos para tener acceso al mercado americano con aranceles del 15 %. Y ya ha designado el primer proyecto de inversión obligatoria: los capitales japoneses deberán financiar el gasoducto que conecta Alaska con Estados Unidos. Se trata de un proyecto que ya tiene treinta años que nunca ha llegado a ver la luz por falta de capital y de salidas comerciales suficientes.
A cambio de unos aranceles del 15 % sin reciprocidad, a los europeos se les ha extorsionado con la obligación de comprar 750.000 millones de dólares en petróleo y gas americanos en tres años. Aunque Europa tenga la intención de cumplir al pie de la letra esas exigencias, la producción de petróleo y gas estadounidense disponible —aparte del consumo interno— y las infraestructuras necesarias para transportarlo a Europa no son suficientes para cumplir tales condiciones, salvo que se apliquen precios exorbitantes fuera de cualquier precio de mercado. ¡Pero qué más da! Donald Trump tiene ahí un medio de chantaje que podrá utilizar cuando le plazca contra los europeos.
Diplomacia minera
Desde su regreso a la Casa Blanca, el presidente americano tiene otra obsesión: las materias primas. Trump, irritado por el cuasi monopolio que ha constituido el Gobierno chino sobre todas las materias primas estratégicas y críticas del mundo, lo que le da un medio de presión y chantaje sin igual, e impresionado, según su entorno, por la estrategia china de las rutas de la seda, ha decidido seguir los pasos de Pekín. Ahora está desarrollando una diplomacia minera que tiene como objetivo hacerse con todos los recursos disponibles en el mundo, utilizando todos los medios a su alcance.
Cobre, níquel, tierras raras, tungsteno... todo le interesa, en particular los metales necesarios para las nuevas tecnologías relacionadas con la digitalización y la electrificación de los hábitos. Y el presidente estadounidense ha decidido utilizar todo el poder militar y diplomático de Estados Unidos para apropiarse de ellos.
Así lo demuestra su repentina preocupación por arbitrar conflictos regionales que hasta ahora no le preocupaban mucho: cada vez, a cambio de su arbitraje, arranca derechos mineros para Estados Unidos. El caso más flagrante es el de Ucrania. Para mantener su apoyo militar a Kiev, Trump ha extorsionado al Gobierno ucraniano con un acuerdo sobre la casi totalidad de los recursos mineros y energéticos del país. El gas, el petróleo, las tierras raras y los metales críticos están ahora en manos de grupos americanos para su explotación.
Al sentirse fuerte por este precedente, Donald Trump ha repetido el mismo patrón en otros asuntos. Así, se ha implicado mucho en la resolución de la paz entre Ruanda y el Congo, que cuentan con gigantescos recursos mineros que se disputan varios países, entre ellos China, pero también numerosas mafias. Haciendo valer todo su peso para conseguir un alto el fuego y la garantía de las fronteras existentes, a cambio ha conseguido que Estados Unidos tenga un derecho de acceso privilegiado a los recursos mineros del este del país.
A finales de junio se repitió el mismo escenario durante el conflicto entre la India y Pakistán. En las negociaciones para el alto el fuego, Trump consiguió la apertura privilegiada de concesiones mineras a grupos estadounidenses. Desde entonces, considera que Pakistán es un aliado perfecto, al contrario que la India, que sigue comprando petróleo ruso.
El acuerdo firmado entre Azerbaiyán y Armenia sigue la línea de los acuerdos anteriores. En el marco de su mediación en el conflicto, Donald Trump logró establecer una zona de tránsito que permite a Bakú llegar a sus territorios más al oeste. Denominada Trump Route for International Peace and Prosperity (TRIPP), permitirá a los intereses americanos disponer de un derecho privilegiado para acceder a los recursos petrolíferos y mineros de esta región de Asia Central, hasta ahora coto privado de Rusia.
Los datos, materia prima de lo digital
Pero a Trump no solo le interesan los recursos naturales. Con el desarrollo de las tecnologías digitales y el auge de la inteligencia artificial, los gigantes del sector han convencido a la administración estadounidense de que los datos, todos los datos, son recursos indispensables para perpetuar su dominio sobre las nuevas tecnologías.
Hace ya varios años que estos gigantes comenzaron a apropiarse de todos los datos personales a su alcance con el fin de mejorar el rendimiento de su publicidad dirigida, su principal fuente de ingresos, e incluso de manipular la opinión pública, como en el caso del escándalo de Cambridge Analytica.
Pero con el desarrollo de la inteligencia artificial, su apetito se ha multiplicado por diez. Producción intelectual, producción artística, conocimientos científicos y técnicos, saber hacer... En pocos años, han absorbido todo lo que tenían a su alcance ante la indiferencia total de muchos gobiernos, empezando por el francés, que no han sabido valorar la importancia de estas materias primas en la era digital. También con desprecio por la propiedad intelectual, ellos que se muestran tan celosos de sus patentes.
China, inmersa en una batalla mundial por la conquista digital, ha decidido contraatacar y golpear donde los gigantes digitales son vulnerables: precisamente en esos derechos de propiedad que consolidan su poder. A diferencia de ChatGPT, Meta o Google, la empresa DeepSeek y sus competidores Alibaba, Qwen y otros, estrechamente vigilados por el Gobierno chino, han decidido ofrecer gratis sus modelos de inteligencia artificial para facilitar la difusión de sus lenguajes en todo el mundo.
Donald Trump aún no ha reaccionado a este nuevo ataque chino, pero no debería tardar en hacerlo. Desde el comienzo de su nuevo mandato, ya ha declarado la guerra a todas las leyes y protecciones establecidas, especialmente en Europa, que obstaculizan la explotación sin reservas de los datos y la producción intelectual por parte de los gigantes americanos. Un primer ejemplo lo ha dado con Canadá, al que de la noche a la mañana le impuso un arancel del 35 % debido a la tributación de los gigantes digitales.
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Porque en este capitalismo extractivista y de extorsión, en este colonialismo apenas revisado, no hay lugar para los vasallos. Los lenguajes y la creación intelectual en todas sus formas son materias primas indispensables para lo digital que no pueden escapar al dominio estadounidense.
Traducción de Miguel López
Esto ya forma parte de las costumbres de la presidencia estadounidense. Casi todos los días, Donald Trump ofrece un espectáculo en su despacho de la Casa Blanca digno de Uno de los nuestros, de Scorsese. La violencia y la humillación compiten con la adulación ante un público que le es fiel.