Desde Moscú hasta Miami, pasando por Abu Dabi, hace ya unos veinte días que están en marcha las negociaciones diplomáticas sobre el destino de Ucrania, iniciadas tras la presentación por parte de Estados Unidos a Kiev de un “plan de paz” que da prioridad a las preferencias rusas. Un movimiento que los dirigentes europeos parecen reducidos a observar como espectadores consternados, salvo por los intentos de control de daños, fructíferos hasta ahora, pero que siguen siendo precarios.
Pero es cierto que la unidad mostrada y la solidaridad expresada con la causa ucraniana no son poca cosa. Volvieron a hacerlo el lunes 8 de diciembre en Londres, donde Volodímir Zelensky se reunió con el presidente francés y los primeros ministros alemán y británico. Al término de la reunión, el Elíseo se felicitó por el trabajo realizado para “completar” el plan americano con “contribuciones europeas”.
Los apoyos continentales a Ucrania ya han contribuido a que la versión que se debate actualmente ya no sea la inicial, aunque la intervención del secretario de Estado americano Marco Rubio también ha ayudado a limitar las concesiones a Putin de los empresarios estadounidenses ansiosos por firmar contratos para explotar el país agredido. Las filtraciones al semanario alemán Der Spiegel, quizá no tan inocentes, confirmaron además que los dirigentes europeos no confiaban en la iniciativa de paz lanzada por esos empresarios, con los que no desean “dejar solos a Zelensky y a Ucrania”.
Pero la situación sigue siendo crítica, por no decir humillante. No se conoce con detalle el contenido del texto que se está debatiendo, mientras que las diplomacias europeas siguen relegadas a un segundo plano en unas negociaciones que, sin embargo, afectan a la seguridad del continente. El editorialista Wolfgang Münchau, en un texto displicente, se burla de su ignorancia, que atribuye a su vacío estratégico. “Los europeos, se lamenta, no tienen la menor idea de cómo ayudar a Ucrania a derrotar a Putin en el campo de batalla, pero sueñan con llevarlo ante el Tribunal Penal Internacional de La Haya”.
Manifestaciones de impotencia
Menos tajante sobre la inutilidad de los dirigentes del Viejo Continente es la investigadora Gesine Weber, que alerta, no obstante, sobre las ilusiones en las que podrían caer al lograr una vez más evitar una paz en forma de capitulación, como el pasado mes de agosto tras la cumbre entre Putin y Trump en Alaska. Podría entonces cerrarse la “cómoda trampa de la alianza”, ya que algunos consideran “que Washington podría seguir siendo un socio fiable para Europa, un socio complicado, quizás, pero que siempre acaba volviendo a la razón”.
De hecho, las sucesivas negociaciones impulsadas por el inquilino de la Casa Blanca, que persigue su Nobel de la Paz, tienen algo de “El día de la marmota”: los responsables europeos temen la amenaza de un acuerdo en detrimento suyo y luego vuelven a su apatía tras ver de cerca el peligro, sin que tampoco se les vea mejor preparados para el siguiente golpe, ni que hayan logrado entretanto mejorar la posición de los ucranianos, que sufren cada vez más dolorosamente esta guerra de desgaste.
“Nos encontramos ante unas élites políticas que son estructuralmente incapaces de pensar en su destino en materia de seguridad sin Estados Unidos”, se quejaba recientemente en redes sociales el consultor estratégico Stéphane Audrand. “Con cada nueva traición de Trump se repite el mismo ciclo: indignación → pánico → sumisión.” Hasta ahora, la intransigencia de Putin ha frustrado todos los intentos, pero podría llegar un día en que Trump y él ejerzan presiones cruzadas para lograr su objetivo.
¿Por qué los Estados europeos se ven reducidos a una posición tan poco satisfactoria? Una primera respuesta se refiere a su debilidad colectiva en materia militar. “¿Cuántas divisiones tiene el Papa?”, se burlaba Stalin sobre la insignificancia estratégica de un soberano que no tenía los medios para hacer cumplir sus exhortaciones morales. En este juego, los miembros de la "coalición de voluntarios" tendrían muchas dificultades para sustituir a Estados Unidos si este decidiera cortar de forma permanente todo apoyo a Kiev.
Falta de credibilidad
“Técnicamente, los europeos aún no pueden ofrecer las infraestructuras necesarias para continuar la guerra”, afirma Maud Quessard, directora del área “Europa, espacio transatlántico, Rusia” del Instituto de Investigación Estratégica de la Escuela Militar (Irsem). “El ejemplo más evidente es el del intercambio de información.”
“Simplemente tenemos menos medios para recopilar datos, como satélites, y por lo tanto menos información que proporcionar”, confirma Olivier Schmitt, profesor del Real Colegio de Defensa de Dinamarca. “Por lo demás, hay tensión entre la recapitalización de los ejércitos europeos que se está llevando a cabo y el suministro de equipos a Ucrania: esto plantea un problema de priorización entre los medios de defensa para uno mismo o para ese socio.”
Si Ucrania perdiera al socio americano, lo más probable sería un nivel de destrucción del país superior al actual y pérdidas más importantes en el frente. A falta de sustituir al 100 % a Estados Unidos, los Estados europeos podrían verse tentados a aumentar su implicación, indirecta o directa. Pero ahí radica una segunda causa de la situación actual: aunque los europeos tienen más divisiones que el Papa, siguen mostrándose reacios a cualquier compromiso que pudiera llevar a una escalada con Rusia.
En realidad, se deja que Estados Unidos decida si abandonar o no a los ucranianos
Se ha planteado recientemente un debate con la iniciativa SkyShield, cuyos promotores piden a Estados como Francia que destruyan los drones y misiles que caen sobre el oeste de Ucrania. “Es factible, pero hay que estar dispuesto a pagar los posibles costes”, responde Olivier Schmitt. “Tenemos los medios para desplegar los aviones necesarios para proteger el espacio aéreo ucraniano, pero el riesgo de que uno de ellos sea derribado no es nulo.”
El debate surgiría de la misma manera con los militares sobre el terreno, en caso de que las potencias europeas proporcionaran garantías de seguridad a Ucrania. Sin el apoyo explícito de Estados Unidos, ¿qué coste económico y humano estarían dispuestas a asumir esas potencias ante su opinión pública? En este sentido, no es baladí que la coalición de voluntarios solo contemple tales escenarios en caso de alto el fuego, una perspectiva lejana que, precisamente, tiene pocas posibilidades de materializarse sin que los partidarios de Ucrania asuman más riesgos.
“Los europeos solo se posicionan a la defensiva”, señala el investigador Yohann Michel, de la Universidad Lyon-3. “Mientras que Putin no quiere que se desplieguen tropas europeas en Ucrania, la coalición de voluntarios solo las promete una vez que se haya suspendido el conflicto, lo que es la forma más contraproducente de animar al presidente ruso a firmar un alto el fuego. Cuando se repite a nuestra población que no se desplegará en Ucrania durante el conflicto, lo que realmente significa es que se deja que Estados Unidos decida si abandonar o no a los ucranianos.”
Antes de pensar en iniciativas más arriesgadas, aún hay margen para aumentar la ayuda militar a Ucrania
Parece menos claro que sea asumido por parte de las élites europeas dar un salto cualitativo en términos de ayuda financiera y militar a Ucrania, estima Olivier Schmitt, ya que “todavía no hemos sentido realmente de forma colectiva las consecuencias de la guerra en Ucrania. Solo hemos tenido un poco de inflación que se ha estabilizado rápidamente”. La percepción del riesgo sigue siendo diferente en Europa, por lo que la ayuda a Kiev sigue recayendo en gran medida en una docena de Estados agrupados en el norte del continente, los más cercanos.
El compromiso de esos Estados ha compensado la suspensión decretada por Trump de la ayuda militar a Ucrania desde marzo, lo que no es poca cosa. Y antes de pensar en iniciativas más arriesgadas, sigue habiendo margen de maniobra para mejorar la situación sobre el terreno. Francia, tan elocuente, ha gastado menos en ayuda militar al país que Suecia, cuya riqueza nacional es sin embargo menor. Para 2025, ha puesto la mitad que el Reino Unido, la otra potencia con armas nucleares y un puesto en el Consejo de Seguridad.
Apoyarse en otros aliados
El formato actual de la ayuda podría pues mejorarse de forma escalonada, a falta de una implicación que cambiara radicalmente la situación. En este contexto, según Maud Quessard, “la urgencia” sería modificar definitivamente el plan de paz americano, contando con que los europeos sigan siendo imprescindibles para una administración Trump preocupada por concretar oportunidades económicas en su territorio.
Según la investigadora del Irsem, lo que habría que hacer entonces sería “prepararse” más que hasta ahora para el “cambio político fuera de lo común” que se ha producido en Washington. Debería servir de acicate la reciente estrategia de seguridad nacional adoptada por Estados Unidos, que expone claramente su rechazo al modelo de la UE, el apoyo a los partidos de extrema derecha y la voluntad de tutela sobre el continente, en el marco de un mundo dividido en esferas de influencia.
La publicación de ese documento hace muy improbable el escenario de una transición lenta y negociada hacia una Alianza Atlántica más equilibrada, en la que las potencias europeas asumirían un mayor control de su seguridad. El escenario catastrófico de unos “Estados Unidos hostiles”, que Camille Grand, exsecretario general adjunto de la OTAN calificó de “improbable” en junio, quizá no sea exagerado. Los miembros europeos de la Alianza podrían verse rápidamente puestos a prueba por la potencia hegemónica, antes benévola, en un ambiente conflictivo y sin haber podido suplir sus dependencias.
En esta posición de vulnerabilidad, según Maud Quessard, los Estados europeos podrían estar interesados en recurrir a “socios no autoritarios” situados en escenarios más lejanos, pero conectados con Europa por cuestiones de seguridad y/o comercio. “Los países de tamaño casi continental pueden ser aliados importantes, como Brasil en la América Latina”, subraya.
Los Estados europeos están aprendiendo dolorosamente que existe una limitación externa a la supervivencia de su modelo político
“En materia militar”, continua la investigadora, “dos aliados con grandes capacidades, Corea del Sur y Japón, están atentos al conflicto en Ucrania por la multiplicidad de actores implicados. Al otro lado del continente americano, se enfrentan a un problema similar en cuanto a la fiabilidad de Washington, de quien depende su seguridad. Además, son dos potencias tecnológicas con las que se puede trabajar si se busca depender menos de potencias depredadoras como China, Rusia y Estados Unidos.”
De hecho, los Estados europeos están aprendiendo dolorosamente que existe una limitación externa a la supervivencia de su modelo político (basado en el Estado de derecho y el rechazo de las anexiones territoriales) y a la autonomía de sus propias decisiones (por ejemplo, cuando se trata de regular el espacio digital, en contra de los grandes grupos que desean controlarlo). Esa limitación consiste en poder resistir, gracias a unas capacidades de defensa y disuasión adecuadas, a las amenazas de otras potencias, ya sean económicas o de uso de la fuerza.
Es grande la tentación de librarse de esa limitación por lo elevado de los costes de coordinación, inversión y riesgos asociados. Durante varias generaciones, cada Estado podía sentirse ufano por sus prerrogativas en materia militar y diplomática, gracias a la protección de Washington.
“A la cómoda sombra de la primacía americana, los Estados europeos se han podido permitir una política exterior egocéntrica, lucrativa y, en ocasiones, sin escrúpulos”, señala la activista Almut Rochowanski en la revista Jacobin, sospechando que quieren seguir siendo los nepo babies (hijos de famosos) de Estados Unidos. “La inercia es enorme”, coincide Stéphane Audrand, “porque las élites de la mayoría de los países están convencidas del modelo mental surgido de los compromisos de 1949 [la creación de la OTAN, ndr] y de la cómoda instalación de las tropas americanas en Europa.”
Ver másLos líderes europeos cierran filas con Ucrania en plenas negociaciones del acuerdo de paz
Los espacios políticos internos están además fragmentados entre una extrema derecha totalmente dispuesta a negociar la protección de los líderes con los que se alinean ideológicamente, una izquierda dividida en cuanto a su comprensión de las amenazas estratégicas y el interés de responder a ellas de manera conjunta, y una derecha liberal y conservadora incapaz de cuestionar sus políticas de clase para adaptarse a los nuevos tiempos.
Traducción de Miguel López
Desde Moscú hasta Miami, pasando por Abu Dabi, hace ya unos veinte días que están en marcha las negociaciones diplomáticas sobre el destino de Ucrania, iniciadas tras la presentación por parte de Estados Unidos a Kiev de un “plan de paz” que da prioridad a las preferencias rusas. Un movimiento que los dirigentes europeos parecen reducidos a observar como espectadores consternados, salvo por los intentos de control de daños, fructíferos hasta ahora, pero que siguen siendo precarios.