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Turquía

Genocidio armenio, el centenario de un negacionismo

Genocidio armenio, “el centenario de un negacionismo”

Amélie Poinssot (Mediapart)

Hace diez años, Pinar Selek fue arrestada por la policía de Estambul. Fue torturada y encarcelada. Las autoridades querían que confesase los nombres de los kurdos a los que había entrevistado para un trabajo sociológico. Selek no reveló nada. Fue inculpada por atentado terrorista. Hoy, en 2015, después de cuatro procesos judiciales y cuatro absoluciones, la socióloga todavía no se ha librado de este asunto. Vive en Francia, donde se acoge al estatus de refugiado político desde hace diez años.

Selek sigue con sus actividades de investigadora desde el país galo. Después de haber trabajado sobre los kurdos, sobre las feministas y, en general, sobre las minorías turcas, ha empezado a interesarse por los armenios. Pero antes de avanzar en este nuevo eje de investigación, ha querido “situarse en el terreno”, como ella dice, y cuestionar su propia relación con esta comunidad y con su historia, dando por sentado que hasta ahora no era neutral.

Este es el objeto de Porque son armenios, un pequeño libro publicado este invierno por la editorial Liana Levi.Porque son armenios editorial Liana Levi A través de este relato en primera persona, que mezcla sus recuerdos de infancia con su periodo militante y otros episodios pertinentes, Pinar Selek toma consciencia de que se ha dejado invadir, como todos los turcos, por el negacionismo y que se ha equivocado sobre el pueblo armenio.

“En Turquía, incluso los movimientos de izquierda se acostumbraron a la negación del genocidio”, dice Selek. “Incluso aunque tuvieran referencias diferentes, diferentes modos de organización y de acción, tras las operaciones de purificación étnica todos fueron privados de la memoria de sus fundadores no musulmanes: habían sido turquificados”.

La socióloga cuenta su sorpresa ante el silencio de los armenios, su timidez en el colegio o más tarde en el espacio público, su invisibilidad en los movimientos de oposición. Con autocrítica, Selek se da cuenta de que, si no tenía ningún temor de expresar sus opiniones y si, incluso, a veces hacía muestra de arrogancia, fue porque pertenecía a la identidad dominante de Turquía.

Ser armenio hoy en Turquía, escribe la socióloga, es “camuflarse para existir. Yo no era armenia. No podía ni siquiera imaginar lo que era desaparecer, ni mucho menos, morir. Incluso si mis orígenes étnicos estaban muy mezclados en el pasado oscuro de Estambul, yo pertenecía a la identidad turca dominante”.

El genocidio armenio se desarrolló en el territorio actual de Turquía, entre abril de 1915 y julio de 1916. Alrededor de 1.200.000 armenios fueron asesinados y otros miles fueron forzados al exilio. Este genocidio, planificado y ejecutado por el partido Jóvenes Turcos, dirigido por el imperio otomano, todavía no ha sido reconocido oficialmente por el Estado turco, que denomina los hechos de 1915-1916 como “el supuesto genocidio armenio”.

El pasado domingo 12 de abril, como reacción a las declaraciones del papa Francisco, que calificó la masacre como el “primer genocidio del siglo XX”, Ankara llamó a consultas a su embajador en el Vaticano. “Leer aquellos dolorosos sucesos de forma parcial es inapropiado por parte del papa y la autoridad que representa”, declaró el primer ministro turco Ahmet Davutoglu.

Pregunta: ¿Cómo nació su libro Porque son armenios?Porque son armenios

Respuesta: Este año no solo conmemora el centenario del genocidio armenio, sino también el centenario de un negacionismo. Este libro es un testimonio de los restos del genocidio, de lo que significa ser armenio en Turquía hoy, pero también sobre el negacionismo, las resistencias y las transformaciones. He buscado describir cómo una estructura estática organiza y construye el sistema negacionista a todos los niveles, y cómo ese sistema construye la conciencia y la mirada no solo de los turcos, sino también de los opositores y de los propios armenios.

Son historias tan horribles… Pero creo que la política puede hacer milagros. Y en Turquía, algunos militantes armenios han conseguido crear esos milagros. Después de una veintena de años, ellos se preguntan cómo dejar atrás el tabú del genocidio armenio. ¿Cómo avanzar en un contexto de represión policial que destruye toda posibilidad de reflexión? Vemos, en los diferentes países, que los militantes desarrollan estrategias de adaptación, haciendo converger sus luchas, por ejemplo. Esto es lo que ha pasado en Turquía.

P: Concretamente, ¿cómo han comenzado los armenios a aparecer en el debate público?

R: Comenzaron a través de la revista Agos, nacida en 1996 gracias a Hrant Dink. Él reunió a intelectuales turcos y armenios y, en dos años, se convirtió en un lugar de importantes encuentros visibles en los medios de comunicación. En realidad, trabajan como hormigas… Y por primera vez en la historia de Turquía fue una voz laica la que habló en nombre de los armenios. Antes de esto, solo el patriarca hablaba por ellos. El entorno de Agos luchó desde el principio por el reconocimiento del genocidio, pero lo abordaba de manera indirecta. Por ejemplo, la revista planteó la cuestión “¿Dónde están los armenios?”. Fue entonces cuando apareció que Turquía no solo contaba con 60.000 armenios, sino con muchos más, convertidos desde hacía mucho al islam.

Agos se convirtió, poco a poco, en una gran red. Y Hrant Dink quiso ir más lejos. Empezó a hablar de genocidio. Fue asesinado en 2007. Pero su muerte no paró el movimiento, como algunos esperaban. Al contrario, transformó las luchas y cambió el discurso de los opositores: fue así como los armenios aparecieron en el debate público. Reunieron a mujeres, lesbianas, gays, bisexuales, transexuales (colectivo LBGT) y kurdos que ya luchaban por sus derechos.

Así fue como, tras la muerte de Hrant Dink, se vio emerger un verdadero movimiento social alrededor de la causa armenia. Fueron sobre todo jóvenes, muy activos y visibles: algo nuevo para la sociedad turca. Solo el entierro de Dink reunió a 300.000 personas bajo una pancarta que decía: “Somos armenios”.

P: Las mentalidades han evolucionado mucho. ¿Sigue el poder político esta evolución?

R: No. Si hay un cambio profundo en la sociedad, no lo hay en las estructuras políticas, creo. La estructura nacionalista del Estado turco se resiste. Observamos, a pesar de todo, una influencia de las luchas sociales sobre el poder: el término genocidio ya no es tabú en Turquía. Ha sido muy empleado por el consejero del primer ministro, que es armenio.

Además, es la primera vez que tenemos a un armenio a ese nivel. El primer ministro, Ahmet Davutoglu (miembro del AKP, Partido de la Justicia y del Desarrollo), ha dirigido palabras de compasión hacia el pueblo armenio desde principios de año… Son, evidentemente, progresos. Pero al mismo tiempo, el Gobierno continúa teniendo propósitos muy nacionalistas… Todavía no se ha pasado a los actos. Se necesita una política de reparación, incluso simbólica, y hay que concretar. Cambiar los nombres de las calles, por ejemplo, para borrar a los asesinos de nuestras direcciones.

P: ¿Qué espera usted de este 24 de abril que conmemorará el genocidio?

R: Para mí el 24 de abril no es un día de luto. No hay que dejarse invadir por el luto. Yo no quiero vivir enferma del dolor. Como persona que reflexiona mucho sobre las dominaciones, soy de la opinión de que hay que concentrarse sobre la lucha y la reivindicación. Espero del Estado turco un reconocimiento oficial del genocidio, quiero que se traduzca en gestos concretos, como la modificación de programas escolares, y deseo que la cuestión de las reparaciones sea abordada oficialmente. Esto no quiere decir pagar forzosamente reparaciones financieras; de todas formas, el éxodo armenio no pide antiguas propiedades… Esas reparaciones pueden traducirse en una donación simbólica a la comunidad armenia, por ejemplo. Es algo que, en todo caso, hay que discutir.

P: ¿Es imaginable un reconocimiento del genocidio?

R: Tengo la esperanza, sí. Este año, como desde hace cuatro o cinco, la conmemoración reunirá en Turquía al movimiento y al éxodo armenio. Pero conozco, al mismo tiempo, no solamente por mi experiencia sino también por mis investigaciones, la estructura política del Estado turco: hay un armazón nacionalista muy fuerte, más fuerte que el Gobierno, que se encuentra en la justicia, la policía, el ejército… Son mecanismos sucios, mafiosos, muy viejos. El genocidio armenio se encuentra, además, en los cimientos del Estado nación turco, lo que hace más difícil el problema.

Pero creo que no hay que esperar ese reconocimiento basándose solamente en el espacio armenio de Turquía: la cuestión del genocidio no debe reposar únicamente sobre los hombros de los armenios, debe ser una lucha global. Por otro lado, yo estoy orientando mis investigaciones hacia las reivindicaciones de los armenios y la problemática de las reparaciones. ¿En qué casos y en qué medida la justicia internacional ha permitido proteger a las víctimas de la violencia colectiva? ¿Qué rol juega, a fin de cuentas, esta justicia internacional? Lo que descubro, por el momento, no es brillante, pero no estoy más que al principio del trabajo.

P: ¿No hay una contradicción entre esta sociedad civil turca, cada vez más activa, y ese poder conservador sistemáticamente reelegido a pesar de las movilizaciones sociales y los escándalos de corrupción?

R:

El AKP siempre ha sido un partido de derecha. Y Erdogan no es más represivo que los Gobiernos que le han precedido. Por poner un ejemplo, cuando estuve en la cárcel, había 40.000 prisioneros políticos. Todos fueron víctimas de la tortura y las mujeres eran violadas sistemáticamente. Hoy, los prisioneros políticos son mucho menos numerosos.

Para mí, el Gobierno actual es neoconservador y neoliberal. Cuando tiene gestos de apertura hacia los kurdos no es más que por interés, no por convicción. Pero creo que hay que ver los pequeños progresos desde la oportunidad. Yo comparto esa idea de Gramsci de aliar el pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad. En esa complejidad estoy yo. Es fácil caer en el pesimismo, pero la verdad es que podemos cambiar las cosas si la lucha salta al panorama internacional. Hay que servirse de cada pequeño adelanto para a avanzar más. De todas formas, para los militantes es imposible echarse atrás. Las luchas sociales no dan marcha atrás.

P. ¿Las elecciones legislativas previstas para el 7 de junio pueden hacer cambiar las líneas de actuación?

R: El espacio político está moviéndose, efectivamente. El partido del candidato kurdo (el HDP, Partido de la Democracia del Pueblo) que irrumpió el pasado agosto como tercera fuerza para la elección presidencial debería progresar todavía más en las elecciones legislativas del próximo junio. Actualmente cuenta con un 14% en los sondeos. No es solamente un candidato kurdo: detrás de él hay una coalición de izquierda y de izquierda radical en la que encontramos a feministas, militantes del colectivo LGBT, ecologistas… Es el reflejo de Taksim, en cierto modo. Porque la movilización de Taksim, en junio de 2013, no cayó del cielo y tampoco se ha evaporado completamente: se apoya sobre diferentes tipos de dinámica desde hace veinte años. De la misma forma que el retorno al poder de De Gaulle no puso fin al mayo del 68, Taksim no ha desaparecido. El HDP es, entonces, una forma de expresión política de Taksim, incluso aunque tampoco sea una calcomanía, ya que los movimientos libertarios no han hecho reunirse al partido… Pero son gente que irá a votar.

P: A raíz de un embrollo judicial que dura desde hace 17 años, usted dejó su país en 2009 y vive desde 2011 en Francia, donde reclamó asilo político hace dos años. El pasado diciembre, la justicia turca la absolvió de un cuarto proceso judicial. Sin embargo, usted todavía no ha salido de este asunto… ¿Cuándo podrá volver a Turquía?

R: Todavía estoy a la espera de la Corte Suprema de Turquía. Pero no sé cuándo llegará su decisión, puede ser en tres meses o en nueve. Hay tres posibilidades: o bien soy definitivamente absuelta, o condenada a cadena perpetua, o bien el caso se envía a otro tribunal si la Corte Suprema no quiere pronunciarse y decide que ella no tiene competencia en la materia. Tengo que estar preparada para todo, es difícil y los colectivos que me apoyan en Francia están pensando qué podría hacer si me condenan, particularmente en acudir al Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Pero de la misma forma que digo que no hay que dejar que la lucha por el reconocimiento del genocidio caiga solo sobre los hombros de los armenios, mi proceso judicial no debe caer solo sobre mis hombros.

Hace 17 años que soy perseguida: no quiero caer enferma en esta historia, me niego a ser la heroína de esta película de la que no conozco el escenario. Quiero hacer otra cosa con mi vida.

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Traducción: Marta Semitiel

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