Suramérica

La izquierda latinoamericana no está muerta

Macri anuncia su intención de expulsar a Venezuela de Mercosur

La primera decisión del presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Henry Ramos Allup, inmediatamente después de su nombramiento, fue deshacerse de los retratos de su rival político, Hugo Chávez. Incluso pidió que se descolgarán los cuadros del padre de la independencia, Simón Bolívar, que había encargado el difunto presidente. El mensaje era claro: los diputados de la oposición habrán de ser los encargados de dibujar un país a su imagen y semejanza, apartando de un plumazo un pasado político que gozó de unas cotas de popularidad sin precedentes. Más de cuatro meses después de que la oposición se impusiera por una amplia mayoría, en los comicios legislativos, al presidente socialista Nicolás Maduro, es evidente que el Gobierno está decidido a no dar marcha atrás en nada, incluso se muestra dispuesto a tensar al máximo la frágil cuerda de la democracia.

Al igual que sucede en Venezuela, las izquierdas en el Gobierno en América Latina han sufrido importantes derrotas, aunque todavía no han dicho la última palabra. Atrás queda el año 2000 cuando, con el cambio de siglo, en el continente se abrían paso distintas experiencias progresistas heterogéneas, que hacían albergar cierta esperanza a las izquierdas de todo el planeta, desorientadas tras la caída del muro de Berlín. Esta tendencia, eso sí, parece haber cambiado de color: de rojo ha pasado a ser azul. El liberal Mauricio Macri se impuso en Argentina el 22 de noviembre de 2015. Tras 12 años de Gobierno de los Kirchner, promete “un cambio de época”. Más tarde, llegaría la hora de Venezuela, donde el 6 de diciembre, los opositores al chavismo conseguían dos tercios de los diputados de la Asamblea Nacional. Incluso en Bolivia, los ciudadanos se pronunciaban en contra de una reforma de la Constitución que habría permitido al jefe del Estado aspirar a un cuarto mandato.

En el caso de aquellos países donde no se han celebrado elecciones, la presión se percibe en la calle; es el caso de Ecuador o de Brasil. La presidenta Dilma está a punto de ser destituida. En Chile, la popularidad de Michelle Bachelet no remonta: no consigue que se olviden los escándalos de corrupción destapados el año pasado y que salpicaron incluso a su propio hijo.

Los Gobiernos se tambalean. Enredados en casos de corrupción, en plena crisis económica que no logran dejar atrás, causan desconfianza. Para Olivier Dabène, profesor de Ciencias Políticas y presidente del Observatorio Político para América Latina y el Caribe, “del mismo modo que se exageró con la llegada de las izquierdas al poder, ahora se exagera con la llegada de las derechas”. El balance político anual del Opalc pone de manifiesto que es “demasiado pronto para hablar de un nuevo ciclo de alternancias en la zona”.

Las victorias de las fuerzas de oposición a los Gobiernos de izquierda no son implacables. Mauricio Macri logró imponerse en la segunda vuelta con el 51,34% de los votos al peronista Frente para la Victoria (FPV) Daniel Scioli (48,66%), pero no obtuvo la mayoría parlamentaria con su coalición Cambiemos. Dicha coalición se hizo sólo un tercio de los escaños de la Cámara y una quinta parte de los representantes del Senado. El Gobierno ha conseguido su mayoría parlamentaria de la mano del Frente Renovador, heredero del kirchnerismo, dirigido por Sergio Massa, el tercer hombre de las elecciones presidenciales y antiguo jefe de gabinete de Cristina Kirchner (2007-2015) y por los diputados disidentes del partido del expresidente. Es lo que el diputado de este partido, el FPV, Eduardo Seminara, exvicerrector de la Universidad Nacional de Rosario, denomina “la oposición oficialista, construida por los partidarios de Macri”. Esta coalición ha permitido aprobar una ley que autoriza al Gobierno a saldar su deuda con los fondos buitres. Pero este matrimonio de conveniencia es uno de los más frágiles y representa la espada de Damocles de Mauricio Macri.

Votar contra el Gobierno tampoco significa ofrecer apoyo incondicional a la oposición. Las elecciones legislativas de Venezuela sancionaban un Gobierno indefenso en un momento de crisis económica sin precedentes (181% de inflación oficial en 2015). Algo parecido sucedía en Bolivia, donde el “no” al referendo se interpreta como un apoyo a la Constitución y no un voto en contra de un Evo Morales que sigue siendo popular (55% de apoyo en marzo de 2016, según un sondeo del equipo Mori). Por lo tanto, ese no no anticipa la derrota de los partidarios del presidente en las presidenciales de 2019.

“Lo que podemos llamar la derecha apenas ha hecho acto de presencia en campaña. La oposición activa emana de los movimientos ciudadanos, alérgicos a los partidos”, señala Jorge Lazarte, exdiputado de la Asamblea (2006-2007) y que hizo campaña por el no. Ahora bien, a estos grupos ciudadanos les falta “la fuerza para aspirar a algo más y para transformarse en movimiento político”. Según Jorge Lazarte, actualmente en Bolivia, “ni la oposición ni los grupos ciudadanos saben cómo reconstituir el sistema de representación”. La oposición de izquierdas al Gobierno, ya sea a través de pequeños partidos, de ONG, de organizaciones amerindias o de movimientos sociales atraviesan dificultades a la hora de hacerse un hueco en el panorama político “oficial” o a la hora de ganar oficialmente.

Esta izquierda, en las presidenciales peruanas celebradas el domingo, ha demostrado gozar de nueva vitalidad. Su renovación se encarna en la figura de la treintañera Veronika Mendoza, del Frente Amplio peruano. Aunque se ha visto superada por el rodillo de Keiko Fujimori, la hija del dictador Alberto Fujimori (1990-2000), que cumple una pena de 25 años por cometer delitos contra la humanidad y por corrupción. Keiko Fujimori obtuvo el 39,18% de los votos, según los primeros escrutinios, incompletos, de la Agencia Nacional de los Procesos Electorales (ONPE). En la segunda vuelta se enfrentará al liberal Pedro Pablo Kuczynski. Pero, la joven Veronika Mendoza obtuvo pese a todo el 16,57% de los votos. Al inicio de la campaña, nadie lo habría imaginado. La izquierda peruana tuvo que reconstruirse bajo Ollanta Humala y el Frente Amplio apenas tiene tres años de existencia.

En el equipo de campaña de Veronika Mendoza, el economista Pedro Francke Ballve justifica el éxito cosechado a la suma de “propuestas de las izquierdas de antes, como el derecho al trabajo y a la justicia social, y nuevos asuntos como es la protección del medio ambiente, la igualdad de género, la lucha contra la discriminación racial y la orientación sexual, el respeto de los derechos de los pueblos amerindios y la pluriculturalidad”. Nada nuevo a escala continental pero que demuestra la eterna influencia de los países vecinos, ya sea a través del Estado “plurinacional” de Bolivia o la defensa de los derechos de las comunidades homosexuales en Argentina o Uruguay. Sin embargo, al insistir en la defensa del medio ambiente, el Frente Amplio se compromete a volver a los programas originales de Bolivia y Ecuador, que priorizaban la explotación de las materias primas, como en Perú. Al igual que numerosas personalidades de izquierdas, Veronika Mendoza se ha sentido traicionado por el presidente saliente Ollanta Humana (2011-2016), sobre todo por su política extractivista. “El Gobierno ha demostrado que actúa en contra de la gente para defender intereses empresariales”, ha escrito en su página de campaña.

Los partidos de izquierdas, poderosas máquinas electorales

La victoria de Mauricio Macri en Argentina no habrá influido tanto en la campaña peruana porque, sobre todo, son las crisis “lo que pueden tener incidencia en la confianza de los pueblos en lo que respecta a la gestión de las izquierdas”, según Pedro Francke Ballve. “La falta de confianza no tiene una única dirección, el pueblo desconfía también de los gobiernos de derechas”, tal y como ha ocurrido en Paraguay. En noviembre de 2015, el partido en el poder, el Partido Colorado, sufrió una derrota simbólica en las elecciones municipales al perder la capital Asunción y seis de las diez principales ciudades del país. La participación sólo fue del 43,8%, de lo que se infiere una desconfianza hacia la clase política.

Cualquiera que sea el alcance del avance de la derecha en los países latinoamericanos, será necesario contar con una importante resistencia por parte de las izquierdas en el Gobierno (o en la oposición). “Hemos perdido la batalla, pero no la guerra”, advertía Evo Morales tras conocerse los resultados del referéndum boliviano. Los progresistas tienen las herramientas para responder. “Estamos cegados por los escándalos, la coyuntura económica y nos olvidamos del balance que es muy bueno, excelente”, apunta el profesor universitario Olivier Dabène. Un logro que pueden utilizar en su beneficio los Gobiernos de izquierdas. Bolivia no está moribunda a pesar del contexto continental. El Banco Central del país prevé un crecimiento económico del 5% para 2016 (en 2015 fue del 4,8%) y la pobreza ha caído del 59% al 39%, entre 2005 y 2014.

En Venezuela, aunque la pobreza aumentó en 2012 con los primeros signos de la crisis económica, el pueblo ha adquirido conciencia política. El diputado chavista Francisco Torrealba asegura que el pueblo “sabe que es posible una alternativa. Probó el poder y ya no admite políticas que vayan contra sus intereses”. El exconstitucionalista Jorge Lazarte, que no es sospechoso de comulgar con Evo Morales, coincide. Antes de Evo Morales, “la política prescindía de los excluidos, y no sólo de los amerindios, y el MAS [el partido de Morales] los ha reivindicado y les ha imbuido de la idea de que cuentan. Ahora será imposible hacer política sin ellos”.

El diputado argentino Eduardo Seminara confía en volver a ganarse a este pueblo. En su opinión, la Cámara de los Diputados puede desempeñar el papel de “faro”, pero los partidos de izquierdas deben “asumir a los sectores populares y sus reivindicaciones frente a la corriente dominante para permitir una nueva alianza y una nueva relación de fuerzas”. Señal de que la izquierda argentina no se deja amilanar por la derrota es que periódicamente se echa a la calle. Sólo una semana después de la investidura de Mauricio Macri, diez mil argentinos se manifestaban y según el diputado, las movilizaciones continuarán, dada la impopularidad de las medidas en el programa. “Mauricio Macri tendrá que llevar a cabo dolorosos ajustes para rebajar el déficit. Se verá obligado a desmantelar parte del sistema de bienestar puesto en marcha en la ultima década”, dice el Observatorio Político para América Latina y el Caribe.

Las izquierdas latinas pueden apoyarse en los partidos que siguen siendo poderosas máquinas electorales. A imagen del Partido de los Trabajadores de Brasil (PT), están presentes en el conjunto del territorio mientras que numerosos partidos tienen dificultades para hacer un hueco fuera de la esfera regional. Las formaciones más nuevas, como el MAS boliviano o el PSUV de Venezuela, han conseguido darle la vuelta a la estructura política existente. Ahora se trata de “ellos contra los otros”. ¿Cómo deshacerse de ese PSUV cuando más de tres millones de venezolanos (de los 30 millones de habitantes) participaron en las primarias de junio de 2015 para las legislativas? Venezuela ya no podrá dar marcha atrás a la estructura anterior a Chávez, regida por el pacto del Punto Fijo.

El desafío de estas izquierdas latinas es la unidad. La derrota divide, como lo prueba el ejemplo argentino. Y estos partidos, por poderosos que sean, dependen a veces de figuras carismáticas que monopolizan el liderazgo. El exconstitucionalista boliviano Jorge Lazarte no se anda con rodeos. Aunque habrá que seguir contando con los pro Evo Morales en la política boliviana, la explosión de su partido amenaza: “El MAS sin Evo Morales no es nada. Con él, lo es todo. Es un mosaico de facciones y grupos sociales que encuentran una cohesión por un caudillo”. Con la derrota en el referéndum, el MAS y Evo Morales tienen tres años por delante para encontrar un nuevo líder.

Venezuela ha encontrado un atajo: la creación de un mito que transcendería al tiempo, el de Hugo Chávez muerto el 5 de marzo de 2013. Este mito es la referencia absoluta de su sucesor Nicolás Maduro, explica las políticas aprobadas y cuenta incluso con un lugar de peregrinaje: el cuartel de la montaña, desde donde el padre de la revolución bolivariana dirigió el golpe de Estado fallido en 1992. No es seguro que este escenario sea trasladable a todas las izquierdas latinas.

El Gobierno socialista amarra con esmero los poderes del país. Poco antes de que se constituyese la nueva Asamblea, nombraba a 34 nuevos jueces (13 titulares y 21 suplentes) en el Tribunal Supremo. Puede contar con el Consejo Nacional Electoral, el Banco Central de Venezuela, la empresa petrolera PDVSA y la Administración pública. Influye en el Ejército y en la Justicia. Si Nicolás Maduro pierde la Asamblea o, incluso, la Presidencia, los chavistas, si lo desean, conservarán el poder. No se prevé que se dé semejante catastrófico escenario no está a la orden del día y no tampoco gustaría a todos los Gobiernos progresistas, pero pone de manifiesto que las izquierdas tienen con qué responder.

Las izquierdas latinas no están muertas. Han de hacer frente a nuevos desafíos. Tras estas largas experiencias en el Gobierno, que han podido cansar a su electorado, volver a la oposición puede darles la oportunidad de madurar. A diferencia de lo que sucede en las filas “conservadoras”, la izquierda tiene “vocación de ruptura”, avisa el peruano Pedro Francke Ballve. Así las cosas, América del Sur no atraviesa un nuevo ciclo como se escucha menudo. Se encuentra ante una nueva etapa en un proceso de democratización, a largo plazo, de las luchas de clase.

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Traducción: Mariola Moreno

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