Jamenei, el guía supremo iraní que vive su crepúsculo personal y público

El líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei

Jean-Pierre Perrin (Mediapart)

Desde el ataque israelí de la semana pasada, el líder supremo Alí Jamenei no ha vuelto a aparecer en público. Es evidente que se esconde, ya que Israel ha dejado clara su intención de matarlo: “Eso no conducirá a una escalada del conflicto, sino que pondrá fin al conflicto”, afirmaba Benjamín Netanyahu el lunes 16 de junio en una entrevista con la cadena de televisión estadounidense ABC. La avenida Pasteur de Teherán, donde se encuentra su “oficina”, la Beït al-Rahbar, ha sido bombardeada en varias ocasiones.

Pero al primer ministro israelí aún le falta el visto bueno de Donald Trump. Si bien el presidente de Estados Unidos endureció considerablemente el tono contra Irán el martes, asegurando en particular que “sabían exactamente dónde se escondía”, precisó que no tenían intención de matarlo “por el momento”.

En un mensaje de dos palabras en mayúsculas en su plataforma Truth Social, el presidente americano también exigió la “CAPITULACIÓN SIN CONDICIONES” de Irán, blanco diario desde el viernes de los ataques de Israel, a los que responde.

Oculto, el líder, que solía ser muy locuaz, se ha vuelto igualmente silencioso, limitándose a una declaración de guerra: “El régimen sionista ha cometido con sus propias manos, viles y manchadas de sangre, un crimen en nuestro amado país, mostrando su naturaleza malvada al atacar lugares de vida”.

“¡Es increíble!”, dice indignada una vecina de Teherán que no le tiene mucho aprecio. “Aún no ha hecho ningún discurso público desde el ataque israelí. Aunque esté en un búnker, podría decir algo cuando su país atraviesa una situación así...”.

Ese silencio y esa invisibilidad marcan el ocaso de Alí Jamenei, que, por otra parte, se encuentra en el ocaso de su vida: tiene 86 años y padece cáncer desde hace años. Aunque en teoría sigue siendo quien verdaderamente detenta el poder, no ha sabido impedir que la guerra devastara Irán, cuando su régimen se enorgullecía de ser un modelo de estabilidad en la región, ni proteger su programa nuclear, que era su orgullo y que ahora puede ser destruido.

Odiado por la juventud iraní tras la muerte de Mahsa Amini y la sangrienta represión del movimiento Mujer, Vida, Libertad, se ha convertido en la encarnación del “chiismo negro” que pretendía combatir en su juventud.

Fin del sha, comienzo de su ascenso

Era un joven amable y frágil con turbante negro que, acompañándose de un tar, un laúd de mástil largo, hacía llorar a las familias ricas del norte de Teherán, algunas cercanas a la monarquía —estaban bajo el régimen del sha— durante las rozeh ba sofreh, letanías que se recitan en las veladas conmemorativas de la pasión de Hossein, tercer imán histórico del chiismo, y de otras figuras del martirologio chiíta.

Todo el mundo quería invitarle por su hermoso persa, finamente pronunciado, su profundo conocimiento de la poesía mística iraní y su voz suave, etérea, perfecta para las invocaciones religiosas.

Unos años más tarde, esas familias tuvieron dificultades para reconocer a Ali Jamenei cuando apareció en las pantallas de la televisión iraní, al día siguiente de la revolución islámica, en calidad de imán de la oración del viernes en la Universidad de Teherán. Se trata de una tribuna muy importante y muy política, ya que permite a los oradores lanzar consignas y nuevas directrices de la joven república islámica.

En su brazo, el fusil de asalto americano que lleva durante todos sus sermones para simbolizar que defiende un islam combativo había sustituido al tar. Sus palabras se habían vuelto duras, sus ataques virulentos, sus denuncias violentas. El tímido religioso se había transformado en un implacable acusador.

Hasta el reciente debilitamiento de Hezbolá, se podía ver su foto hasta en las paredes de Beirut

Fue una gran sorpresa cuando, tras la muerte del imán Jomeini el 3 de junio de 1989, el intérprete de tar se convirtió en el Rahbar, el líder de la revolución islámica, encarnando hasta tal punto la legitimidad teocrática que cualquier crítica hacia su persona o sus acciones puede llevar a la cárcel.

A partir de entonces, su foto aparecerá junto a la de Jomeini en todas las aulas del país, tanto en las escuelas como en las universidades, en las calles de las ciudades y, hasta el reciente debilitamiento de Hezbolá, incluso en Beirut, especialmente en la avenida del aeropuerto.

Su poder es total. Tiene la última palabra en cuestiones estratégicas. También es el jefe de las fuerzas armadas, incluido el cuerpo de los Guardianes de la Revolución (los Pasdaran), y de las fuerzas de seguridad, lo que incluye todas las milicias. Controla la poderosa red de mezquitas y también le corresponde nombrar al presidente de la institución judicial y, directamente, a seis de los doce miembros del Consejo de Supervisión de la Constitución Islámica, piedra angular del sistema, e indirectamente a los otros seis.

Solo un órgano puede supervisar su actuación y, en teoría, destituirlo: la Asamblea de Expertos. Pero la gran mayoría de sus 88 miembros le son fieles.

Alianza estratégica con los Pasdaran

Se abre así un enigma. Aquel mullah “tímido que tomaba su té en un rincón cuando no estaba tocando” según el testimonio de una teheraní, discreto en las elegantes veladas de Teherán, además carente de carisma y de un gran bagaje religioso, a diferencia de su maestro, el imán Jomeini, fundador de la República Islámica, ¿Cómo ha podido convertirse en esa eminencia altiva e inalcanzable, convencida de su doble legitimidad de sucesor de Jomeini, designado como tal para dirigir la revolución islámica mundial, y representante del XII imán, el imán oculto, el Mahdi (Mesías)?

“Mi querido Guía, ni siquiera tus allegados se atreven a escribirte, ni siquiera para saludarte”, escribía hace unos años, con una cortesía muy persa, uno de sus más fervientes seguidores, el editorialista Mohammad Nourizadeh, en una de las cartas abiertas que le envía cada poco.

¿Es su radicalidad, su talento para la astucia y su perfecto conocimiento de los complicados laberintos del poder, una de las marcas de la República Islámica, lo que le ha llevado a lo más alto del pedestal? Sin duda, pero aún más la decisión que tomó muy pronto de acercarse a los Pasdaran, las milicias y los servicios de seguridad.

Nació en 1939 en la ciudad santa de Mashhad, al noreste de Irán, en el seno de una familia bastante modesta con ocho hijos. Su padre era un religioso, pero no pertenecía a la casta de clérigos ricos y terratenientes. Pero era un sayyed, descendiente del Profeta, lo que supone un valor añadido en el chiismo. Más que la teología, lo que interesaba al joven era la literatura y, sobre todo, la poesía, en particular Hafez. También leía ficción, especialmente a Víctor Hugo, y calificó Los miserables de “milagro”.

Chiismo rojo, chiismo negro

Un pensador le influirá profundamente, Ali Shariati, que, mezclando el chiismo con el marxismo, será uno de los ideólogos de la revolución islámica. Enfrentando el “chiismo rojo” al “chiismo negro”, veía en el primero la fe de los oprimidos y humillados, a imagen de Ali, el primero de los doce imanes del chiismo; y en el segundo, una religión en manos de un clero obediente, estatizado y necesariamente corruptor.

Jamenei prosiguió sus estudios en Qom, otra ciudad santa, a partir de 1958. Allí se convirtió en hoyatoleslam (rango intermedio en el clero chií) y allí conoció a Jomeini, abrazándose a su proyecto revolucionario. Milita a su favor y pasa breves períodos en la cárcel en Teherán, donde conoce a otros actores de la futura revolución islámica.

En esa época, tradujo al persa una de las obras más importantes de uno de los fundadores de los Hermanos Musulmanes, Sayyid Qutb, titulada Al-moustaqbal li-hadha ad-din (El futuro de esta religión), en la que el autor defiende la necesidad de garantizar la supremacía del islam a través de la política.

Jamenei comparte muchas ideas con ese autor, entre ellas su visión discriminatoria hacia las mujeres: “El hombre está hecho para entrar en el ámbito económico y financiero... Pero la mujer [...] debe parir, amamantar, tiene un físico frágil, es moralmente sensible, es afectiva, no puede entrar en todos los ámbitos [...], lo que crea restricciones para las mujeres... El hombre, más fuerte, es el preferido”.

También su odio absoluto hacia Israel, que califica en numerosas ocasiones de “tumor canceroso”, y hacia los países occidentales: “La civilización occidental empuja a todo el mundo hacia un materialismo en el que las mayores aspiraciones son el dinero, la glotonería y los deseos carnales [...] Occidente, en sus ataques a diestro y siniestro, tiene como objetivo nuestra fe y nuestra identidad”.

En 1979, triunfa la revolución islámica. El sha abandona Irán y Jomeini regresa de su exilio en París. Jamenei no es más que un religioso entre miles. Pero se ha aliado con Alí Akbar Hashemi Rafsanyani.

En 1981, Alí Jamenei es nombrado presidente de la República Islámica de Irán

Pronto se inicia una alianza entre ambos hombres. Rafsanyani le permitirá integrarse en el primer círculo de seguidores de Jomeini. Es la hora de la purga, no solo de los partidarios del soberano derrocado, sino también de los partidos de izquierda que habían permitido el triunfo de la revolución. La represión es terrible. El régimen mata y encarcela.

En respuesta, una serie de atentados especialmente eficaces decapitarán al nuevo poder, eliminando en particular a su cerebro, el ayatolá Mohammad Beheshtí, y a decenas de altos cargos del régimen. Esos asesinatos permitirán a Rafsanyani y Jamenei ascender al poder.

El 27 de junio de 1981, Ali Jamenei fue víctima de una bomba colocada en una grabadora. Perdió el uso de su brazo derecho, lo que le permitió alcanzar el estatus de “mártir viviente”. Ese mismo año, fue nombrado presidente de la República Islámica de Irán, sucediendo a Mohammad Ali Rajai, asesinado el 30 de agosto de 1981. Es el primer ayatolá en ocupar este cargo, que en aquella época no tenía gran importancia.

La oficina del Guía, corazón del poder iraní

El 4 de junio de 1989, tras la muerte de Jomeini, Jamenei fue elegido guía supremo por la Asamblea de Expertos con la ayuda de Rafsanyani, que se había convertido en presidente de la República Islámica de Irán y creía poder manipularlo a su antojo. Un grave error de cálculo. Jamenei es mucho más astuto de lo que parece y marginará a quien se ha convertido en su rival en la carrera por el poder.

Al ser un religioso de rango secundario, Jamenei no tiene, sin duda, las cualidades ni la formación religiosa necesarias para ejercer tal función. Pero maniobrará para ser nombrado ayatolá, aunque los altos mandos religiosos iraníes se opongan y nunca lo consideren un verdadero marja-e taglid, es decir, una “fuente de imitación” para los fieles. Por lo tanto, nunca será reconocido por sus pares.

En julio de 1989 se aprueba una reforma constitucional ya no exige que el Guía sea un marja. Pronto, esos mismos religiosos serán marginados, pero este enfrentamiento, en los bastidores de las escuelas religiosas, deja profundas huellas en el seno del clero chií, que ahora se divide entre los que están alineados con el poder iraní y los demás.

Por el contrario, los Pasdaran y los basij forman un bloque con él. Consciente de sus carencias, Jamenei se apoyó desde el principio en una alianza con ellos para desarrollar su poder y, a cambio, favorecerá su control sobre el país, permitiéndoles construir un imperio económico que escapa a la mirada del Gobierno, que nunca tomará decisiones importantes que no les satisfagan.

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Por eso se rumorea en Irán que el líder ha caído bajo su control: son los Pasdaran los que gestionan y protegen al todopoderoso Beyt al-Rahbar, la “Casa del Líder Supremo”, equivalente a su oficina. En la época de Jomeini, esa “Casa” solo contaba con unos quince cuadros. Bajo el magisterio del ayatolá Jamenei, cuenta con 1.700. Eso da una idea de la importancia que ha adquirido. Ahí está el corazón del poder iraní.

 

Traducción de Miguel López

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