Hace poco, Argentina se había convertido en un modelo para la extrema derecha —y gran parte de la derecha— del mundo occidental. El autoproclamado presidente libertario Javier Milei, que llegó al poder en diciembre de 2023, había triunfado al tocar la partitura con la que sueñan todos esos movimientos: austeridad ciega en el gasto público y destrucción del Estado social.
Su objeto fetiche, la motosierra, símbolo de sus recortes presupuestarios, se convirtió en un punto de unión. El presidente argentino había logrado lo que prometen los manuales de ortodoxia presupuestaria: había reactivado el crecimiento y vencido a la inflación reduciendo drásticamente el gasto público. Era popular. La cosa era lo suficientemente rara como para darle demasiado bombo.
Esta historia se extendió como la pólvora, hasta el punto álgido de la complaciente y lisongera entrevista de Louis Sarkozy (escritor y comentador de TV, hijo del expresidente francés, ndt) a Javier Milei , empeñado en hacer admitir al inquilino de la Casa Rosada que Francia necesitaba un régimen “al estilo Milei”. Pero eso fue el canto del cisne.
Porque ahora las bravuconadas del poder argentino han sido sustituidas por súplicas. El martes 23 de septiembre, Javier Milei fue a Washington a pedir ayuda a su amigo Donald Trump para salvar una situación financiera que se le ha ido de las manos y que pone de manifiesto el profundo fracaso de una política económica basada en obsesiones y principios caducos.
¿Qué ha pasado? Desde su llegada al poder, la estrategia de Milei se ha centrado en la lucha contra la inflación. De hecho, fue elegido en gran parte porque el gobierno peronista no había logrado controlar el aumento de los precios. Su objetivo era, por tanto, reducir la inflación durante la primera parte de su mandato, con el fin de obtener un éxito electoral en las elecciones de mitad de mandato, el próximo 26 de octubre.
En un primer momento, la austeridad y la devaluación del 50 % del peso, en diciembre de 2023, surtieron efecto: al reducir la demanda, esa política frenó la subida de los precios. En agosto de 2025 se limitaron al 33,6 % (en tasa interanual), frente al 209 % de un año antes.
Las ilusiones del “milagro Milei”
Pero ese “éxito” se basaba en dos condiciones: una recuperación económica que permitiera obtener el apoyo de la población y un peso fuerte para no alimentar de nuevo la inflación importada. En realidad, esas dos condiciones estaban estrechamente relacionadas. Si la recuperación económica era notable, las inversiones aumentarían y, con ellas, también la demanda de pesos. Por lo tanto, el peso no podía sino revalorizarse frente al dólar, lo que garantizaba el mantenimiento de una inflación baja.
El problema es que nada sucedió como antes. Según la doctrina de Milei, la austeridad es un “retorno a la realidad” que favorece las inversiones privadas, hasta ahora ahuyentadas por la acción demoníaca del Estado. Pero el problema de Argentina es su modelo económico, y la motosierra no lo ha cambiado para nada. Tras el fuerte repunte del segundo trimestre, vinculado al aumento mecánico de los salarios reales, la actividad comenzó a ralentizarse. Pero ese crecimiento fue, en primer lugar, una recuperación. A finales de junio de 2025, el PIB real del país seguía por debajo de su máximo de principios de 2022.
Un crecimiento así no podía resolver los problemas del país. Las inversiones extranjeras seguían siendo limitadas por una razón: el modelo argentino sigue desequilibrado, dependiente de las exportaciones agrícolas y las importaciones manufactureras. Una vez desaparecido el efecto de recuperación, el crecimiento comenzó a ralentizarse. La actividad industrial, por su parte, comenzó a retroceder. Entre diciembre de 2024 y junio de 2025, la caída de la producción manufacturera fue del 4,3 %. En cuanto a las exportaciones, siguen estancadas. Entre el segundo trimestre de 2024 y el de 2025, la participación de las exportaciones en el PIB pasó del 22,4 % al 21,8 %.
La política del Gobierno centrada en el tema de la inflación ha llevado a mantener un peso artificialmente fuerte frente al dólar, lo que ha lastrado la competitividad exterior del país y favorecido las importaciones. Como resultado, las reservas de divisas, ya de por sí escasas, se agotan rápidamente, ya que las importaciones hacen salir dólares y las exportaciones no generan suficientes ingresos.
Pero, a pesar de sus elogios a Milei, los círculos financieros no estaban dispuestos a prestar a Argentina los medios para hacer rodar su deuda, es decir, para reembolsarla con nuevos préstamos. No les faltaban motivos para mostrarse cautelosos. En primer lugar, por supuesto, la falta de reservas de divisas, que reduce la posibilidad de reembolsar los fondos prestados. Muchos financieros preferían aprovechar las políticas de Milei para recuperar las apuestas prestadas, sin volver a ponerlas en juego.
Pero había otro elemento que les frenaba: la incertidumbre sobre el respaldo de la población a la política de la motosierra. Porque, más allá de las cifras halagüeñas, la situación real de los hogares, enfrentados a los recortes presupuestarios, dejaba dudas sobre el maremoto anunciado por las encuestas de su partido, La libertad avanza (LLA) .
Y como las reservas de divisas están en su nivel más bajo, el Gobierno se encuentra, una vez más, al borde de la quiebra.
El intento de Milei de ir de farol con la complicidad del FMI
Solo el Fondo Monetario Internacional (FMI) y otras organizaciones internacionales como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Banco Mundial pueden impedir esta quiebra que amenaza con arruinar el discurso del presidente.
Sin embargo, según la prensa argentina, el FMI sabía muy bien que Buenos Aires no podía devolver ningún nuevo préstamo. El país ya no puede devolver los 56.000 millones de euros concedidos en 2018 bajo la dirección del entonces ministro de Finanzas, Luís Caputo, que sigue aún en el puesto.
Y, sin embargo, a principios de abril, el Fondo cerró un acuerdo para proporcionar a Argentina 40.000 millones de dólares, la mitad de los cuales proceden de su propio bolsillo. El acuerdo es una oportunidad para un nueva puesta en escena del éxito de Milei. El presidente pronuncia un discurso televisado y aprovecha para anunciar una importante decisión: el levantamiento del control de cambios. Una vieja promesa de la derecha argentina.
Esa puesta en escena tenía como objetivo directo influir en las elecciones legislativas creando una ola de optimismo. El levantamiento del control de cambios era también una garantía para los mercados internacionales: podrían repatriar sus ganancias en dólares sin obstáculos. Pero el riesgo era, evidentemente, que los argentinos, especialmente los más ricos, aprovecharan esa liberalización para cambiar sus pesos por dólares y colocarlos en el extranjero.
La apuesta del Gobierno era que ese flujo se vería limitado por dos fenómenos: el retorno de las inversiones internacionales y la proliferación de oportunidades que generaría el crecimiento argentino, lo que mantendría los pesos en el país.
Oficialmente, el Gobierno argentino anunció que dejaría que el dólar fluctuara entre 1.000 y 1.450 pesos. El 11 de abril, el tipo de cambio oficial era de 1.070 pesos por dólar, un nivel ya artificialmente alto, teniendo en cuenta la inflación. En un primer momento, la situación parecía bajo control. El peso se mantuvo hasta mediados de mayo entre 1.100 y 1.150 pesos por dólar. Una caída del 7 %, bastante razonable.
Pero esa situación ocultaba una aceleración de la salida de capitales. Entre abril y mayo salieron del país casi 10.000 millones de dólares. El Banco Central de la República Argentina (BCRA) debe intervenir para frenar la degradación del peso. Pero la situación es desesperada, ya que la salida de capitales acelera la desaceleración económica.
El capital huye, la actividad se ralentiza aún más y el capital huye aún más
En el segundo trimestre de 2025, llega la ducha fría. En un año, el PIB registra un crecimiento del 6,3 % gracias al efecto base. Pero en tres meses, la actividad retrocede un 0,1 %, con varios indicadores en rojo: descenso del 1,1 % en el consumo de los hogares, del 0,5 % en la inversión y del 2,2 % en las exportaciones. Resultado: a finales de junio, el PIB real argentino sigue estando por debajo de su máximo de principios de 2022. El milagro se desvanece.
Lógicamente, los capitales siguen huyendo del país. Si el crecimiento se estanca, las esperanzas de una victoria de LLA en octubre se reducen, al igual que las oportunidades de inversión. Un círculo vicioso. El capital huye, la actividad se ralentiza aún más y el capital huye aún más. En mayo, el índice de clima empresarial en el comercio minorista vuelve a ser negativo, lo que denota una contracción de la actividad. En septiembre, se deteriora aún más y se sitúa en − 9,3, un nivel alcanzado solo dos veces en cuatro años. Paralelamente, el peso sigue retrocediendo, sin llegar a un nivel realista. A principios de septiembre, había perdido un 27 % con respecto al 11 de abril, y ahora un dólar vale 1.365 pesos.
La caída del peso
En ese momento, el relato del Gobierno cada vez tiene más dificultades para mantenerse. La caída del peso amenaza con reactivar la inflación y pesa sobre las reservas de divisas. Los 40.000 millones del FMI y sus aliados se derriten como la nieve al sol. Pero lo esencial para Milei es aguantar hasta octubre. Una vez que el Congreso se someta a su voluntad, siempre habrá tiempo para aplicar otra ronda de austeridad y, si es necesario, restablecer el control de cambios.
El golpe de gracia se produjo el 7 de septiembre. Ese día tuvo lugar un ensayo general de las elecciones de mitad de mandato, con las elecciones en la provincia de Buenos Aires, la aglomeración donde vive un tercio de la población. Y el resultado fue contundente: el Partido Justicialista (PJ), peronista, obtuvo el 47 % de los votos, frente al 34 % de LLA.
Los libertarios se vieron penalizados tanto por los efectos sociales de sus políticas como por la corrupción que gangrena su poder. La hermana del presidente, la muy influyente Karina Milei, una especie de gurú de su hermano, fue acusada de recibir sobornos de la agencia de medicamentos, donde había sido nombrado un familiar suyo.
Para los mercados internacionales, es una decepción. Sobre todo porque Milei ha roto de facto su alianza con la derecha neoliberal local del expresidente Mauricio Macri. Sin mayoría absoluta en el Congreso, su margen de maniobra se verá reducido. El Parlamento ya ha rechazado varias medidas de austeridad del presidente.
Ahora ya se ha derrumbado la poca confianza que quedaba en el Gobierno del país y se ha creado un nuevo círculo vicioso: el peso cae en picado, el Banco Central, el BCRA, interviene para limitar los daños y se desprende de las pocas reservas que le quedan. Eso provoca aún más pánico en los mercados y hace que el peso caiga. La semana pasada, la BCRA gastó 1.100 millones de dólares para estabilizar el peso, en vano, mientras que el importe de sus reservas ya no supera los 20.000 millones de dólares.
La última esperanza del gobierno libertario es entonces su aliado estadounidense
El 12 de septiembre se superó el límite “oficial” de 1.450 pesos por dólar y, una semana después, un dólar se cambiaba por 1.475 pesos. Desde el 11 de abril, el peso ha caído un 37 %. No estamos muy lejos del nivel de la devaluación de diciembre de 2023. Desde la llegada al poder de Milei, el peso ha perdido tres cuartas partes de su valor. Y el problema es que el BCRA ya no dispone de medios para detener la hemorragia. Esta vez está en peligro la desaceleración de la inflación y, a un mes de las elecciones, el discurso libertario ya no se sostiene.
La última esperanza del Gobierno libertario es entonces su aliado estadounidense. Donald Trump y Javier Milei han aparecido juntos en numerosas ocasiones y comparten algunas ideas comunes. Desde el punto de vista de Washington, Argentina es un país estratégico. El objetivo de Donald Trump es consolidar un imperio formado por países vasallos leales. En ese proyecto, se opone a los países miembros del BRICS y, en particular, a Brasil. Al gigante sudamericano le ha aplicado aranceles “disciplinarios” del 50 % destinados a derrocar al Gobierno de Lula, que intentaba mantener una cierta neutralidad entre los grandes bloques mundiales. Eso es insoportable para Trump, que ha jurado acabar con Lula y, para ello, necesita que los países vecinos sigan su juego.
Estados Unidos al rescate
Si Argentina volviera a inclinarse hacia el peronismo, sería una derrota estratégica inaceptable para Estados Unidos, en lo que Trump considera su territorio. Por lo tanto, la administración Trump no puede abandonar a Milei.
El lunes 22 de septiembre, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, anunció que Estados Unidos “proporcionaría todas las opciones al presidente Javier Milei”. El mensaje era claro: Estados Unidos se comprometía a hacer “lo que fuera necesario” por Argentina. Una ayuda “incondicional”, precisó. El anuncio hizo que el dólar retrocediera inmediatamente hasta los 1.350 pesos. La crisis se ha calmado por ahora, pero no sin consecuencias.
Al día siguiente, martes 23 de septiembre, el presidente argentino viajó a Washington para negociar las condiciones de esa ayuda, que calificó como “el trabajo conjunto” de “los que defienden la libertad”. En materia de libertad, Argentina se convertirá en un Estado cliente de Estados Unidos. Teniendo en cuenta su situación económica real y su situación financiera, su dependencia de la ayuda estadounidense será permanente. En cuanto a la promesa de ausencia de condiciones, es evidentemente ilusoria y solo pretende tranquilizar a los votantes antes de las elecciones de octubre.
Donald Trump ya ha mostrado sus verdaderas intenciones. Argentina será un mercado abierto a los grupos estadounidenses, que vendrán a servirse según sus necesidades. Por supuesto, pensamos en los recursos de petróleo, gas y litio del país. Pero esa depredación no resolverá el problema de un país cuya producción es inadecuada para sus necesidades y cuyas élites se niegan a invertir en su economía.
Ahora la pelota está en el tejado de los votantes. La ayuda de Washington será utilizada por el gobierno como argumento a favor del presidente. Se afirmará que permitirá detener la caída del peso y garantizar la prosperidad. Pero los argentinos tendrán que decidir si aceptan convertirse en un Estado cliente de Estados Unidos sin garantías reales.
Desde abril, el FMI y luego Trump han acudido en ayuda de Milei con la única finalidad de hacerle ganar las elecciones del 26 de octubre. Por cierto, cabe destacar el turbio juego político que está llevando a cabo el Fondo, que ha olvidado los consejos de prudencia de sus propios equipos para intervenir en apoyo del Gobierno libertario en abril. Pero todo eso tiene un objetivo.
Porque es muy posible que, una vez obtenida la mayoría, el gobierno emprenda una nueva serie de destrucciones sociales. De hecho, eso es lo que esperan los mercados y, sin duda, también el aliado norteamericano. Entonces, la situación se volverá muy peligrosa, ya que para mantener la sumisión a Washington y a los mercados será necesario reprimir aún más duramente a la población. La lógica de Milei, detrás de su fachada libertaria, es la lógica clásica de la extrema derecha sudamericana.
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Traducción de Miguel López
Hace poco, Argentina se había convertido en un modelo para la extrema derecha —y gran parte de la derecha— del mundo occidental. El autoproclamado presidente libertario Javier Milei, que llegó al poder en diciembre de 2023, había triunfado al tocar la partitura con la que sueñan todos esos movimientos: austeridad ciega en el gasto público y destrucción del Estado social.