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Medio ambiente

Un oleoducto gigante amenaza a Europa y Canadá

Una mujer se manifiesta en Nueva York con un cartel en contra de la construcción del oleoducto Keystone XK.

THOMAS CANTALOUBE (Mediapart)

Las compañías petroleras canadienses, con el apoyo del Gobierno de ese país, unen fuerzas. A pesar de los daños medioambientales derivados de la explotación de las arenas bituminosas, a pesar de la oposición ciudadana a su transporte hacia el interior del país o a Estados Unidos, a pesar de que la Casa Blanca ha suspendido (de momento, temporalmente) la construcción de la tubería Keystone XL, a pesar de los accidentes industriales, prosiguen los trabajos para la preparación de nuevos proyectos destinados a encontrar salidas comerciales a este petróleo altamente contaminante. Y, en esta ocasión, se lleva a cabo con la connivencia de la Unión Europea.

TransCanada, la misma empresa canadiense encargada de construir la tubería Keystone XL, pretende ahora hacer otro oleoducto gigante, Énergie Est, que cruza Canadá de oeste a este a lo largo de 4.600 kilómetros, para transportar 1,1 millón de barriles de petróleo al día. Este proyecto, del que se habló por vez primera en 2013, se encuentra en su fase activa, después de que el pasado 30 de octubre TransCanada depositara su plan de construcción en la Oficina Nacional de la Energía (ONE, el organismo canadiense responsable de la regulación energética).

Simultáneamente –día arriba, día abajo– la Comisión Europea publicaba la implantación de la directiva relativa a la calidad de los carburantes (DQC), pendiente de aprobación desde 2011, y que renuncia a calificar las arenas bituminosas como “petróleo sucio”. Por tanto, esta decisión abre la vía a la importación europea de las arenas bituminosas canadienses sin penalización para los usuarios, pese a que la Unión Europea reconoce explícitamente en la misma directiva que este tipo de carburante supone una amenaza por su “fuerte impacto sobre el cambio climático”, según los científicos.

El reciente viaje de François Hollande a Canadá ilustró a la perfección este doble discurso europeo. El presidente francés, sin desmarcarse un ápice, dijo, aludiendo directamente por su nombre a la petrolera Total: “Deseo que Francia pueda seguir poniendo de relieve la gran riqueza del oeste canadiense, ya sea mediante las técnicas de explotación, de transformación, la distribución de hidrocarburos o con la construcción de infraestructuras”. Al mismo tiempo, según Le Monde, “trató de convencer a Canadá para que se implique de modo activo en la lucha contra el calentamiento climático, al igual que los países de la Unión Europea”. Como si las dos cosas no estuviesen relacionadas...

Desde el incremento del precio del petróleo en el año 2000, las grandes reservas de arenas bituminosas de Alberta, en Canadá, cuya explotación resulta muy cara, se han convertido en rentables. Sin embargo, a pesar de esta nueva ecuación económica, dichas reservas presentan un doble problema a las compañías petroleras. En primer lugar, están situadas en puntos recónditos de Canadá, lejos de los consumidores y de los grandes puertos. En segundo lugar, las arenas bituminosas necesitan pasar por un importante proceso de refinado antes de su utilización.

Por esta razón, el proyecto Keystone XL, que tiene como objetivo canalizar las arenas bituminosas de Alberta hasta las refinerías texanas del Golfo de México, es fundamental para la industria petrolífera y el Gobierno canadiense, que quiere obtener el máximo aprovechamiento de los recursos de su subsuelo.

Sin embargo, a la vista de las dificultades políticas halladas a la hora de llevar a cabo el proyecto Keystone XL, y dado el carácter extremadamente gravoso de las alternativas existentes (transporte por carretera, tren y barco o la construcción de un oleoducto que llegue al océano Pacífico tras atravesar las Montañas Rocosas), TransCanada ha dado con la alternativa, a saber, transportar las arenas bituminosas hacia el este del país a través de un viejo gaseoducto de los años 70, al que se añadirán unos 1.000 kilómetros adicionales de tuberías, principalmente en la provincia de Quebec, un nuevo puerto petrolero. En América del Norte, se considera el “proyecto de la década” y tiene un coste de 12.000 millones de dólares canadienses (10.500 millones de euros).

En Canadá, se han movilizado numerosas asociaciones ciudadanas, sobre todo, en Quebec por ser la zona que corre el riesgo de sufrir un impacto mayor derivado de la construcción del proyecto Énergie. La batalla se revela difícil puesto que el Gobierno canadiense –en manos del conservador Stephen Harper desde el año 2006– apoya el proyecto. Lo mismo sucede en Quebec, donde el Partido Liberal en el poder también está a favor. Sin embargo, los riesgos inherentes al proyecto son muy importantes. En principio, TransCanada prevé utilizar gran parte del viejo gaseoducto construido en los 70. Ahora bien, el transporte de las arenas bituminosas requiere añadir muchos productos químicos, por lo que cualquier fuga eventual en la tubería, puede ser mucho más dañina para el medio ambiente. Una fuga de gas puede no ser muy grave, una de petróleo pesado mezclado con disolventes desconocidos (en razón del secreto industrial) cuesta decenas de millones limpiarla.

En Quebec, “el nuevo oleoducto tendrá que atravesar 900 cursos de agua, entre ellos el río Saint-Laurent”, dice Jean Léger, de la Coalición de Vigilancia Oleoducto (CoVo). El riesgo de contaminación es grande, dado que las arenas bituminosas no flotan en el agua como el petróleo, sino que se depositan en el fondo. En cuanto al destino final de la canalización, todavía no está claro. TransCanada prevé varias terminales, entre ellas un puerto nuevo en Cacouna, en el estuario del Saint-Laurent, frente a una zona marítima protegida, lo que suscita un importante rechazo entre los habitantes.

“Tenemos la sensación de que TransCanada ha sugerido un lugar inaceptable para que los contrarios al proyecto concentren ahí todas sus energías, para más tarde proponer una solución de compromiso, que también resultaría perjudicial para el medio ambiente”, sugiere Simon Côté, de la asociación Stop Oléoduc.

“Nunca hemos visto una presión similar”

Al depositar el proyecto de 30.000 páginas en la Oficinal Nacional de la Energía (casi todas en inglés, algo anormal en un país oficialmente bilingüe), TransCanada camina sobre seguro. “El documento es extremadamente técnico y casi incomprensible para el común de los mortales”, afirma Jean Léger. “Por lo que va a resultar difícil rebatirlo”. Además, no se evaluarán las emisiones de “gas de efecto invernadero ni el impacto del proyecto sobre el cambio climático”, tal y como reconoció un portavoz de la ONE al diario Le Devoir. Del proyecto Énergie Est sólo se evaluarán los aspectos técnicos. La ONE, que tiene 18 meses para elaborar su informe, se contentará con emitir recomendaciones. A fin de cuentas, va a ser el primer ministro, favorable al proyecto, el que tenga la última palabra. 

Ante la eventual oposición de los dueños de los terrenos por los que debe pasar la tubería (principal fuente de problemas del oleoducto Keystone XL), TransCanada ya se ha adelantado. Para negociar con las comunidades amerindias, la empresa ha contratado a un lobby en manos del exjefe de la Asamblea de las Primeras Nacioneslobby exjefe, Phil Fontaine. Los argumentos son de peso, tal y como reconoce sin dar rodeos el portavoz de TransCanada, Tim Duboyce: “Todas las comunidades radicadas en tierras por donde pasa el trazado gozan de diferentes beneficios. El derecho de paso incluye ciertas ventajas monetarias. No cruzaremos por el territorio sin recompensarlo”.

Para negociar con los agricultores, el sindicato único, la Unión de Productores Agrícolas (UPA) se ha puesto al frente y negocia con TransCanada en nombre de todos sus integrantes. Aun cuando la UPA posee una importante capacidad de negociación, la petrolera prefiere tener enfrente a un solo interlocutor en lugar de negociar con centenares de campesinos.

Pese a este panorama, muy favorable a Énergie Est, los colectivos ciudadanos de Canadá han comenzado las movilizaciones. Una treintena de entre ellos de Quebec ha reclamado la creación de una Oficina de Audiencias Públicas sobre el medio ambiente (BAPE, por sus siglas en francés), un mecanismo de consulta dirigido a “estudiar el proyecto Énergie Est en su totalidad”. Esta demanda llegue tras la moción adoptada por unanimidad por la Asamblea Nacional de Quebec que reclama una BAPE y rechaza delegar sus competencias medioambientales a la ONE.

Aunque todavía los canadienses tienen dudas en cuanto al proyecto Énergie Est, el argumento de TransCanada, según el cual el proyecto traería aparejado una rebaja en el precio de los combustibles en el país no resulta creíble. Efectivamente, el oleoducto y el nuevo puerto petrolero implican, sin lugar a dudas, la voluntad de exportar las arenas petrolíferas. “TransCanada prometía que las exportaciones no superarían el 50%, pero todos los especialistas lo creen imposible porque todas las refinerías canadienses funcionan a pleno rendimiento y aquí no hay capacidad para almacenar 1 millón de barriles al día”, dice Simon Côté. “Como mínimo, el 80% de las arenas bituminosas serán para la exportación”.

Exportar, ¿adónde? A Europa, si se juzga la intensa presión ejercida desde Canadá y, en menor medida, Estados Unidos, sobre la Unión Europea en estos últimos años. “Nunca hemos visto una presión similar por parte de un Gobierno, en este caso el de Stephen Harper, a organismo europeos”, juzga Natacha Cingotti, de la confederación medioambiental Amigos de la Tierra Europa.

La mayoría de los esfuerzos están dirigidos a retrasar la trasposición de la directiva sobre la calidad de los carburantes (DQC), adoptada en 2011 y que atribuye un valor de emisiones de gas de efecto invernadero a cada combustible con el fin de reducir las emisiones un 6% en el transporte de aquí al año 2020. Pese a que la directiva debería haberse publicado para su aplicación nacional en 2011 o 2012, Canadá ha hecho todo lo posible por retrasarlo. “Cuantas más negociaciones y más demoras, más se debilitaba. Era una táctica deliberada”, dice Natacha Cingotti. En definitiva, la DQC reconoce que las arenas bituminosas son más contaminantes que los demás carburantes (emiten un 23% de gases de efecto invernadero más que el petróleo ordinario), pero no tiene en cuenta sus peculiaridades a la hora de calcular las emisiones de gas de efecto invernadero de las industrias que las utilizan. ¡Una aberración!

El Gobierno de Stephen Harper ha amenazado con acudir a la Organización Mundial del Comercio por discriminación de sus productos y también ha enarbolado el acuerdo de libreintercambio firmado por Europa y Canadá (CETA) para hacer comulgar con las ruedas de molino de las arenas petrolíferas. Los lobbies de EEUU han actuado del mismo modo ante la perspectiva del acuerdo TTIP (de libreintercambio entre la UE y Estados Unidos). La industria petrolera se siente tan confiada que ExxonMobil ha anunciado este verano una inversión de 1.000 millones de dólares (800 millones de euros) en una refinería de Amberes, en Bélgica, capaz de tratar arenas petrolíferas. Porque a día de hoy sólo hay dos refinerías europeas capaces de transformar este tipo de petróleo pesado (una en España y otra, en Italia).

Según el estudio del Natural Resources Defense Council, de Greenpeace y Amigos de la Tierra Europa, si el proyecto Énergie Est llega a buen puerto, implicaría que el consumo europeo de petróleo procedente de las arenas bituminosas pasará de 4.000 barriles al día a más de 700.000 barriles en 2020, es decir, representará del 5% al 7% del consumo total. Teniendo en cuenta que las arenas bituminosas son más contaminantes, dicho porcentaje equivaldría a poner ¡6 millones de coches adicionales en las carreteras de la UE! Sobra decir que las bonitas promesas de reducir las emisiones de gas de efecto invernadero se esfumarán como el humo...

Más información:

En Quebec, las asociaciones Stop Oléoduc  y Coule pas chez nous se encuentran entre los opositores más activos al proyecto. En sus respectivas páginas web se incluyen numerosas fuentes documentales.En una

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emisión de Radio Canadá, se explica que la decisión de la Comisión Europea de rechazar considerar las arenas bituminosas como petróleo sucio tiene su origen en la presión directa Gobierno canadiense.Dos informes muy completos (en inglés) sobre el impacto de la importación de las arenas bituminosas (el PDF se puede leer

aquí) y sobre cómo los acuerdos de libreintercambio entre Europa y Canadá y los EEUU amenazan las políticas sobre el cambio climático en Europa (disponible aquí). 

Traducción: Mariola Moreno

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