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Revolución en Líbano: el éxito de un levantamiento pacífico y transconfesional en un país marcado por 15 años de guerra civil

Revolución en Líbano: el éxito de un levantamiento pacífico y transconfesional en un país marcado por 15 años de guerra civil

Una joven libanesa camina sobre un podio improvisado en el primer piso de un edificio abandonado en la plaza Al-Nour, centro neurálgico de Trípoli, segunda ciudad más grande de Líbano. Entre dos arengas que instan a la caída del régimen y al fin de la corrupción, la mujer entona el conocido estribillo de la canción Bi sabah el-alf el-talet ("En la mañana del tercer milenio") de la artista libanesa Carole Samaha: "No conozco ni tu color ni tu religión, todo lo que sé es que eres mi hermano, mi hermano en la humanidad". Desde el pasado 17 de octubre asiste a un movimiento de protesta que moviliza a cientos de miles de libaneses y que forzó la dimisión del primer ministro, Saad Hariri, el martes 29 de octubre; la plaza Al-Nour está abarrotada y son numerosas las banderas libanesas que ondean en ella. Bajo el podio, en una pancarta, puede leerse un eslogan en honor del Ejército libanés, mientras que este último marca a los manifestantes en un ambiente relajado.

Esta escena de unión es sólo una de las muchas que se han vivido desde el comienzo del movimiento de protesta en la capital de mayoría suní del norte del Líbano. Trípoli, con su levantamiento pacífico y transconfesional en un país todavía marcado por 15 años de guerra civil comunitaria (1975-1990), es un modelo revolucionario. Tanto es así que ahora es conocida como “la capital de la revolución” en las redes sociales o “la reina de la revolución” en los medios de comunicación locales.

Un nuevo estatus que destaca. La ciudad costera no siempre ha tenido esa imagen. Con una de las tasas de pobreza más altas del país –el 57% de los tripolitanos viven por debajo del umbral de la pobreza, según un informe de Naciones Unidas (2015)–, representa el símbolo del declive económico del país. Su nombre también hace pensar en escenas de guerrilla urbana vividas durante los enfrentamientos entre las milicias sunitas y alauitas entre 2007 y 2014.

Más recientemente, la reputación de esta ciudad conservadora se veía empañada por el surgimiento de focos de radicalización suní, que llevaron a intervenciones militares mortales contra grupos yihadistas en 2014.

La forma de la protesta en Trípoli es, pues, “sorprendente”, según Bruno Dewailly, profesor-investigador. Uno de los aspectos inesperados de esta rebelión tripolitana es la unidad de poblaciones con perspectivas muy diferentes, reunidas al margen de la lógica confesional y de las afiliaciones políticas. “Cristianos, sunitas, alauitas, drusos: el pueblo libanés está unido...”, confirma un pequeño grupo de manifestantes sobre el terreno.

No todos los manifestantes viven en la ciudad. Muchos vienen de distintos puntos de la zona, desde la vecina Akkar, uno de los distritos más desfavorecidos con mayoría suní, hasta Batroun, una ciudad de mayoría cristiana. Una diversidad geográfica que contribuye a la mezcla confesional.

“Fueron los políticos quienes crearon esta dinámica confesional, hoy todos estamos cansados de ella”, denuncia Abdel Rahman, un manifestante desempleado. Divide y vencerás, Raphael Lefèvre, investigador especializado en Siria y Líbano de la Universidad de Oxford, coincide con esta premisa: “Los enfrentamientos del pasado fueron financiados a menudo por barones locales que, al provocar divisiones e inestabilidad, esperaban mantener su control sobre la ciudad”.

La denuncia de la clase política también es unánime en esta protesta, sin dejar de lado a las figuras políticas tradicionales sunitas. En la plaza Al-Nur, las lenguas se sueltan: “En las elecciones, voté por el Movimiento del Futuro [un partido dominado por los suníes del ex primer ministro Saad Hariri], pero no ha cumplido sus promesas. Ya no confío en ninguno de los partidos gobernantes, tienen que irse todos”, exhorta un manifestante.

Otro signo distintivo, a diferencia de la capital Beirut o de ciudades del sur como Tiro o Nabatieh, es que la movilización en Trípoli no conoció violentas contramanifestaciones, desencadenadas por partidarios de Hezbolá y Amal, partidos de mayoría chiíta. “Su baja representatividad en Trípoli protege de momento el carácter pacífico de la movilización”, explica Raphael Lefèvre.

En otros lugares, el movimiento de protesta se ha caracterizado, de hecho, por las graves tensiones de los últimos días. El martes 29 de octubre, poco antes del anuncio de la renuncia de Saad Hariri, miembros del Partido Amal y de Hezbolá saquearon tiendas e instalaciones instaladas en el centro de Beirut y provocaron violentos enfrentamientos con manifestantes.

El levantamiento de Trípoli también se beneficia de una rica red de asociaciones que le ha permitido organizarse. La Asociación Médica Islámica es una ONG de primeros auxilios que proporciona sobre todo apoyo logístico en las manifestaciones. También se movilizan activistas de la sociedad civil. En los aledaños de la Plaza Al-Nour, por ejemplo, la “escuela de la revolución” incluye varias tiendas de campaña en las que grupos de jóvenes comprometidos llevan a cabo debates políticos. “Las manifestaciones de Trípoli reúnen a actores muy diferentes. Encontrarse, sí, dialogar y unirse para definir objetivos comunes es otra cosa”, matiza no obstante Bruno Dewailly.

Marginalización

Por último, el fuerte simbolismo que encarna la plaza Al-Nour, que a menudo ha desempeñado en la historia de la ciudad el papel de "plaza de la revolución", confiere al levantamiento un aura específica que otras ciudades no tienen. En su centro se encuentra una imponente escultura de letras árabes que forman la palabra Alá (Dios). “Esto da una forma de legitimidad divina a los manifestantes que cantan consignas políticas y económicas”, dice Raphael Lefèvre.

Si el modo de protesta en Trípoli es sorprendente, la revuelta en sí no lo es. “La ciudad ha sufrido demasiado para no rebelarse”, señala Bruno Dewailly. En un vídeo emitido por la televisión local durante la primera semana de la protesta, que se ha hecho viral, un hombre arengaba a la multitud: “Los que no encuentran trabajo, que levanten la mano”. En ese momento, una plaza, atestada de gente, se ve iluminada por miles de teléfonos blandidos por los manifestantes.

Como lo demuestran los edificios del centro histórico, ahora marcados por los impactos de las balas y en avanzado estado de deterioro, Trípoli fue durante mucho tiempo un importante centro económico regional. El punto de inflexión fue probablemente “el comienzo de la guerra civil libanesa y, más concretamente, de la ocupación siria a partir de 1976 y durante 29 años”, según un artículo del think thank Synaps en 2017. “En su calidad de ciudad de mayoría suní con un desarrollo de la militancia islámica autóctona, Trípoli sufría de algunos de los más crueles prejuicios sirios en un momento en que el expresidente Hafez al-Assad estaba involucrado en una brutal lucha contra los Hermanos Musulmanes en Siria”.

El declive de Trípoli se agravó en paralelo con el desarrollo del atractivo de Beirut desde mediados del siglo XX, así como con el fortalecimiento de la actividad del vecino puerto de Tartus, en Siria, desde los años 70.

Al final de la guerra civil, Trípoli se benefició poco de los esfuerzos de reconstrucción. La salida de las tropas sirias del territorio en 2005 impulsó el desarrollo de milicias locales, en particular las financiadas por los países del Golfo. La industria local, que no es competitiva debido a la inflación de los costes de producción, está desapareciendo casi por completo.

El estallido de la guerra en la vecina Siria en 2011 completa el panorama. Además de exacerbar las tensiones comunitarias entre sunitas y alauitas, próximas al régimen de Bashar al-Assad, el conflicto provoca una fuerte presión demográfica sobre la ciudad de 500.000 habitantes, con la llegada de más de 70.000 refugiados.

Al mismo tiempo, la situación económica y las desigualdades sociales han empeorado. Más de una de cada dos personas está desempleada en los barrios pobres de la ciudad, según un estudio de la ONU publicado en 2019. Sin embargo, la capital regional alberga a personalidades muy ricas, como el millonario y exministro Mohammad Safadi y el multimillonario y ex primer ministro Najib Mikati.

La sensación de degradación por parte de la mayoría de los tripolitanos no ha encontrado en los últimos años una respuesta política acorde a sus necesidades, en particular en la escena política suní, lo que ha alimentado esta idea de la relegación. “Se nos priva de todo aquí. ¿Qué nos da el Estado?”, se dice desde el podio de la Plaza Al-Nour.

“Hace varios años que los ciudadanos de Trípoli ya no se sienten representados por Saad Hariri”, dice Raphaël Lefèvre. En una rueda de prensa en 2018, sin embargo, Saad Hariri se describió a sí mismo como el “padre de los sunitas”. Hoy, los manifestantes ya no creen en ello: “Tienen que irse todos. Y Saad Hariri, el primero”.

Desde el comienzo del movimiento, Trípoli se ha convertido en la voz de un país en una situación de crisis económica, social y política y ahora está atrayendo la atención de todos. “Trípoli ya no es la ciudad de los terroristas”, se escucha desde el micrófono instalado en el podio de la plaza Al-Nour.

Fiel a esta nueva imagen, la plaza acogió la noticia de la dimisión del primer ministro Saad Hariri con manifestantes agitando globos de helio con los colores de la bandera libanesa. “Esta es la primera victoria del pueblo”, dice Ahmad, un participante en el movimiento, con entusiasmo.

Mientras tanto, en Beirut, los manifestantes regresaban en menor número al centro de la ciudad tras los actos violentes de la tarde provocados por los partidarios de Hezbolá y Amal. _____________

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Traducción: Mariola Moreno

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