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Saint-Jean-Cap-Ferrat, el paraíso francés de los oligarcas rusos

La villa "Mauresque", de Mikhail Fridman, en Saint-Jean-Cap-Ferrat, el 18 de marzo de 2022.

Hélène Constanty (Mediapart)

En el corazón de la península de Saint-Jean-Cap-Ferrat, una majestuosa puerta metálica decorada con follaje plateado, enmarcada por pilares de mármol marrón, protege el acceso a la villa “La Serena”, cuyo nombre está grabado en las piedras del muro que la rodea. Desde la calle, es imposible ver nada. Hay que acercarse para intentar atisbar la enorme villa moderna de estilo californiano entre los huecos del espeso seto que la rodea. Pero, enseguida, un joven con un fuerte acento ruso sale por una pequeña puerta: “¿Son ustedes turistas?”.

Informado del tema de nuestro reportaje –los oligarcas de Saint-Jean-Cap-Ferrat frente a las sanciones internacionales–, pierde inmediatamente los nervios: “¡Está prohibido hacer preguntas aquí! ¡Váyase inmediatamente o llamo a la Policía!”. En su jersey azul marino puede leerse “Major International Protect”, la empresa de seguridad que le contrata, fundada en 2014 en Antibes por un antiguo oficial de la gendarmería.

Apenas nos alejamos, otro vigilante nos llama la atención. Aún más nervioso que su colega, nos graba con el teléfono móvil, mientras grita: “¡Los periodistas nos revoloteáis como lo hacen las moscas alrededor de una mierda!”. Poco después, aparece una patrulla de la gendarmería y se detiene a nuestra altura. El conductor nos dice que les han avisado de la presencia de una “manada de periodistas”, nos pregunta qué hacemos allí y se marcha tras decir “si necesitan ayuda, llamen al 17. ¡Besos!”.

Este viernes, 18 de marzo, reina una extraña atmósfera en Saint-Jean-Cap-Ferrat, el lugar de la Costa Azul más apreciado por los multimillonarios, en el que las grandes fortunas rusas han puesto sus ojos en los últimos 20 años. La calma de las calles bordeadas de majestuosos y cuidados jardines es sólo una ilusión. Tras los altos muros, reina la tensión. Empresarios cercanos a Vladimir Putin han adquirido aquí, una tras otra, las más bellas propiedades de esta verde península, entre Niza y Mónaco.

Han renovado, sin reparar en gastos, las casas que antes habían pertenecido a fortunas industriales francesas e italianas, han construido piscinas, instalado ascensores interiores, habilitado cines y spas... Han sellado herméticamente las vallas, protegido las entradas con imponentes puertas, reconocibles a simple vista, e instalado cámaras de vigilancia no sólo en el interior de sus parcelas, sino también en la vía pública, para controlar el acceso.

Media docena de grandes propietarios de Saint-Jean-Cap-Ferrat, en las listas

Estas parcelas se han vendido a precios de vértigo. Saint-Jean-Cap-Ferrat, donde el metro cuadrado sale a 18.511 euros (precio medio de los chalets en marzo de 2022, según Meilleurs Agents), es la ciudad más cara de los Alpes Marítimos.

Irónicamente, la transacción más loca de los dos últimos años no la hizo un ruso, sino ¡un ucraniano! En 2020, Rinat Akhmedov, el hombre más rico de Ucrania, enemigo del actual presidente Zelensky (al que acusa de haber saqueado su país), pagó 200 millones de euros por la villa “Les Cèdres”, en lo alto de la península: un palacio de 18.000 metros cuadrados rodeado de un parque botánico de 14 hectáreas salpicado de invernaderos tropicales, que fue propiedad de Leopoldo II, rey de los belgas, y en los últimos años de la familia Marnier-Lapostolle, una fortuna francesa de las bebidas espirituosas.

Desde el 15 de marzo de 2022, las villas rusas son el centro de atención. Europa ha decidido aplicar sanciones a personas cercanas al régimen de Vladimir Putin, en represalia por la invasión de Ucrania. Todos sus bienes y propiedades están congelados. Conservan la propiedad de sus bienes, pero no pueden venderlos ni alquilarlos. Estados Unidos y el Reino Unido también han elaborado su propia lista de personas afectadas por las sanciones y la congelación de activos. Según informaciones recogidas por Mediapart (socio editorial de infoLibre), media docena de grandes propietarios de Saint-Jean-Cap-Ferrat figuran en estas listas.

Los pocos vehículos que circulan en este día gris invernal son los camiones de las empresas de construcción, las furgonetas de los jardineros, los coches de las empresas de seguridad y los minibuses de las empresas de limpieza. Ni un oligarca a la vista. Pero el personal encargado de la vigilancia de sus villas está desbordado.

Según hemos podido saber, “La Serena”, ubicada al abrigo de miradas indiscretas en un parque de dos hectáreas junto al mar, con piscina y pista de tenis, pertenece a Oleg Deripaska, de 54 años, amigo íntimo de Vladimir Putin, que hizo su fortuna en condiciones sospechosas durante la privatización de la industria rusa a finales de los años 90.

Es el principal accionista del gigante del aluminio Rusal y del holding En+ Group. Su nombre no figura en la lista de sanciones de la UE, pero sus activos están congelados desde el 6 de abril de 2018 en Estados Unidos, donde se le investiga judicialmente por blanqueo, extorsión y chantaje.

 El muro del silencio

También se sospecha que trató de influir en la campaña presidencial estadounidense de 2016 a favor de Donald Trump. El 10 de marzo de 2022, el Reino Unido lo incluyó a su vez en su lista de sanciones, congeló todos sus activos y le prohibió entrar en su territorio. Cuatro días más tarde, su lujosa casa de Londres era tomada por manifestantes proucranianos, que colocaron pancartas en los balcones en las que se leía “This property has been liberated” (Esta propiedad ha sido liberada) y “Putin go fuck yourself” (Putin vete a la mierda).

Oleg Deripaska, cuya propiedad en Saint-Jean-Cap-Ferrat era hasta ahora un secreto bien guardado, ha dado instrucciones a su personal para que proteja su propiedad de acciones así en Francia.

No está solo. En otras dos ocasiones a lo largo del día, nos vimos así asediados por musculosos vigilantes con acento ruso: frente a la villa “Shoshana”, una elegante villa azul en la costa oriental de la península, propiedad de Arcadi Rotenberg, objetivo de las sanciones europeas desde la invasión de Crimea en 2014. Y frente a la villa “Empyrean”, un edificio contemporáneo del promotor inmobiliario Kirill Pisarev, que no ha sido objeto de las sanciones.

Cada vez que preguntamos a los vigilantes de las otras villas sobre la identidad de los propietarios, nos topamos con un muro de silencio.

El alcalde de Saint-Jean-Cap-Ferrat tampoco quiere hablar del tema. Sin embargo, las sanciones tendrán un fuerte impacto en la economía de la ciudad, muy dependiente de los rusos. De hecho, aunque estén ausentes la mayor parte del año, los oligarcas dan trabajo a un buen número de personas.

¿Cómo van a cobrar estas empresas de construcción, jardinería o limpieza, ahora que las cuentas bancarias de sus ricos empleadores están congeladas?

Así, esta mañana, frente a la villa “Mauresque”, propiedad de Mikhail Fridman, en el punto de mira de las sanciones europeas (cercano a Vladimir Putin y fundador de Alfa Bank, el mayor banco privado de Rusia), un guardia que no habla una palabra de francés abre la camioneta de una empresa de jardinería registrada en Mónaco.

En el otro extremo de la península, un jardinero se afana en podar los olivos de una villa. “Son muy desconfiados y emplean sobre todo a personas que hablan su idioma. Prefiero no trabajar con ellos, faltan al respeto a su personal”, dice, mirando por encima del hombro a la villa “La Chabanne”.

Esta propiedad de 1,2 hectáreas pertenece a la familia de Alexander Ponomarenko, que es objeto de sanciones europeas. El valor de la villa se estimó en 91 millones de euros en 2015, en el momento de la última transacción entre los socios de la sociedad inmobiliaria dueña del bien. Ponomarenko, antiguo campeón de boxeo, propietario de un puerto comercial en el mar Negro y de numerosas empresas de transporte y construcción, ha emprendido unas obras titánicas en la propiedad que parecen no tener fin. Las empresas (ORRSA y CPMG) que realizan las obras, cuyos carteles figuran en la verja, son ambas propiedad de letones, con sede en la Costa Azul, que se negaron a responder a nuestras preguntas.

Al ser la seguridad una de sus obsesiones, los oligarcas se inclinan por confiarla a compatriotas. Beaulieu Sécurité, por ejemplo, cuyo logotipo adorna las puertas delanteras de muchas villas de la península, se la compró el año pasado, a su fundador de la Costa Azul, un inversor ruso. “No puedo pasarle con el gerente, tengo órdenes. No puedo hablar con nadie”, responde la telefonista.

Su principal competidor, SPG, también cuenta con muchos oligarcas entre su clientela. Incluso estuvieron a punto de comprarla los rusos el verano pasado, antes de que el fundador optara finalmente por traspasar la empresa a su hija. Uno de sus directivos accede a hablar con nosotros, con la condición de que no se mencione su nombre. “Tenemos una alta proporción de rusos en nuestra base de clientes. No escatiman en servicios: instalan cámaras, exigen televigilancia las 24 horas y patrullas que rondan dos o tres veces por noche. También se nos pide con frecuencia que contratemos guardias para vigilar sus obras. Hasta ahora, las sanciones no han afectado a nuestras finanzas, ya que los servicios se pagan por adelantado, pero estamos preocupados por el futuro, tememos que no puedan pagar sus facturas”.

Hay que acercarse al pueblo que bordea el pequeño puerto de Saint-Jean-Cap-Ferrat para encontrar un ambiente menos opresivo. En el balcón de la florida casa de campo donde nació hace 75 años, Marcelle Secchi ha colgado una bandera ucraniana, en apoyo del pueblo agredido por la Rusia de Putin. No le sorprende la tensión y la omertá que reina en la península: “Es un tema sensible aquí. Pero no les tengo miedo, mi corazón está con el pueblo ucraniano. Me entristece ver que Saint-Jean-Cap-Ferrat se ha convertido en un refugio de oligarcas. Viven en un mundo paralelo al nuestro, en sus propiedades cerradas a cal y canto, y no pasean por la ciudad”.

La atención mediática internacional centrada en los oligarcas desde la invasión de Crimea ha tenido al menos el mérito de despertar la curiosidad de los ciudadanos sobre la identidad de los propietarios de las villas. El secretismo del que se han rodeado hasta ahora, pronto dejará de ser tal. Pero de ahí a ver, como en Londres, a los manifestantes ocupar las villas de los rusos afectados por las sanciones y exigir que se aloje allí a los refugiados ucranianos, hay un paso que la población de los Alpes Marítimos no parece aún dispuesta a dar.

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Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

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