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Justicia de dos velocidades

Gonzalo de Miguel Renedo

El obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Plà, ha sido capaz de escribir lo siguiente: "El mal llamado Tren de la Libertad en el que algunas mujeres reclamaban el derecho a decidir matar inocentes; este tren, como los trenes de Auschwitz que conducían a un campo de muerte, debería llamarse, no el Tren de la Libertad sino, el tren de la muerte, del holocausto más infame: la muerte directa y deliberada de niños inocentes no nacidos". ¿Qué les parece? Pues qué les va a parecer, una aberración indignante, impropia de quien se presenta como un hombre que predica la paz y el amor. Si militara en Podemos nadie duda que ya le habrían confeccionado un traje judicial a su medida. No hay más que fijarse en el concejal Zapata, a quien por unos tuits en broma escritos cuando no era ni monaguillo, políticamente hablando, le han citado a declarar como imputado en la Audiencia Nacional. En cambio, al obispo, desde que fuera denunciado por sus horribles palabras, emitidas totalmente en serio, ha pasado casi un año sin que la jueza que lleva el caso haya decidido todavía si imputarle o no. Parece como si determinados juzgadores se fijaran en quién comete la acción más que en la acción en sí. Lo del 'parece' es retórica, por supuesto. Todo es retórica cuando se habla de las contradicciones de los poderosos.

Y lo que digo de la justicia temporal casi podría decirse de la de origen divino, inspirada en lo etéreo, en lo incorpóreo o directamente en lo inexistente, para más señas. Sabemos por experiencia de muchos años cómo se ha castigado la pederastia de los curas en la Iglesia Católica: de ninguna manera. Miento como un bellaco. Funciona lo que podríamos llamar movilidad laboral por causa sobrevenida de abuso infantil. Al párroco que se le va la mano entre las piernas de los niños a su cargo sí se le castiga. ¿Cómo? Trasladándole a otra parroquia. Eso sí, sin informar al rebaño de los antecedentes delictivos del pastor con pelliza de lobo. Se conoce que lo deben considerar pecadillos veniales indignos de mayor atención. No, señores de la curia, son unos delitos como la copa de un pino, y con este espíritu ha anunciado el Papa Francisco su deseo y su decisión de que los responsables por tales atrocidades contra la infancia sean castigados con toda severidad, dentro y fuera del seno de la Iglesia. Mira que ha costado escuchar tales palabras con decisión en la jerarquía católica aunque no me extrañaría que sus deseos para frenar la pederastia, esa horrible desviación, se encuentren con la oposición de quienes prefieren expiar las vergüenzas en el confesionario antes que en la justicia ordinaria.

En cambio, esta Iglesia que ha arrastrado los pies para cortar este grave ataque contra los menores indefensos, no se muestra tan parsimoniosa cuando se trata de la orientación sexual de las personas, lleven o no sotana. Hace un par de días, un prelado polaco que trabaja para el Vaticano en lo que era la Santa Inquisición, decidió salir del armario y lo hizo dando un portazo: se declaraba homosexual, que no es una enfermedad, al mismo tiempo que presentaba a su novio, lo que tampoco es delito. Solo ha faltado que anuncie su enlace y entonces si que salta Torquemada de la tumba que posee en propiedad en el infierno. No ha hecho falta. El despido del prelado homosexual por ser homosexual ha sido fulminante. Ni traslado ni expiación. A la puta calle, con perdón.

Así las gastan las justicias humana y cuasidivina, estrictos con las bromas, bien que de mal gusto, permisivos con los fanatismos, rigurosos con lo inocuo, flexibles con la maldad.

Gonzalo de Miguel Renedo es socio de infoLibre

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