En 1979, Felipe González entendió que para ganar las elecciones era necesario
ensanchar la base electoral y que para ello el PSOE debía renunciar al
marxismo de sus orígenes y aproximarse a los modelos
socialdemócratas reformistas que habían triunfado en Europa. Y le funcionó: en octubre del 82 el PSOE ganó las elecciones y gobernó ininterrumpidamente durante casi catorce años.
Diez años más tarde, en 1989, José María Aznar, como líder del Partido Popular, se convirtió en jefe de la oposición. Comenzó entonces su
estrategia de crispación para desgastar al gobierno, bien resumida en aquel váyase sr. González de 1994 que caló en el imaginario de los electores. Y le funcionó: en marzo de 1996 ganó las elecciones y gobernó durante dos legislaturas, la segunda con la mayoría absoluta de la derecha sin complejos.
En Vistalegre II, certificando el fin de lo que pretenciosamente llamaron con indudable éxito mediático nueva política, se han enfrentado
dos estrategias: la de Errejón y los suyos reivindicando la
transversalidad para captar los votos de un electorado moderado, menos identificado con la izquierda tradicional, ensanchando así su nicho electoral; y la de Iglesias y los suyos defendiendo una
oposición dura en las instituciones y en la calle, que se enfrente al sistema con rotundidad, bien resumida en ese que se vayan acostumbrando con que se despachó días después de una trifulca en el Congreso de los Diputados.
Mientras
el PSOE sigue buscándose a sí mismo (y no acaba de encontrarse), en Vistalegre II parece que ya se han encontrado al imponerse las tesis de Iglesias Turrión, así que ya sabemos qué método se ha elegido en Unidos Podemos para ganar las próximas elecciones (ese metafórico asalto a los cielos):
el ruido.
Ni Errejón es González, ni Iglesias es Aznar, ni aquellos tiempos son estos que vivimos, pero
las estrategias, al menos en su estructura, son
exactamente las mismas y tan viejas como aquéllas.
Veremos si funcionan.
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Jesús Pichel Martín es socio de infoLibre