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La Europa real y visionaria

Barbara Zöller

Con Donald Trump en el poder y los populistas de extrema derecha arrinconados in extremis, por el momento, Europa ya no puede contar con los demás por y para todo, ha de luchar solo por su propio futuro, tal como manifestó Angela Merkel tras el anuncio de Trump de retirarse del Acuerdo de París contra el cambio climático.

Un estudio reciente, realizado por el Parlamento europeo, muestra que un 57% de la ciudadanía considera positivo pertenecer a la Unión Europea, 4 puntos más que en septiembre pasado y comparable con las cifras de 2007, antes de la crisis (58%).

El surgimiento de los movimientos de apoyo a la idea de Europa han logrado despertar las conciencias. Ahora es el momento de compromoterse. Porque Europa es real y visionaria, como dijo Susana del Río Villar. Real en sus ciudadanos y en sus defectos y errores y visionaria en sus avances. Es el momento de trazar nuestro propio futuro y así lo exigen los europeos quienes claman mayoritariamente más medidas contra el terrorismo y contra el desempleo, más protección del medio ambiente y contra el fraude fiscal.

Y una de las mayores preocupaciones de los europeos son las desigualdades entre clases sociales, así como los devastadores efectos de la crisis.

Oxfam, en su informe Europa para la mayoría, no para unos pocos, apunta a la austeridad y los sistemas fiscales injustos como responsables y propone algunas medidas para reducir la desigualdad. El informe resalta que Europa ha alcanzado unos niveles de desigualdad y pobreza alarmantes: “Hoy hay 123 millones de europeos viviendo en situación de pobreza mientras que el continente es el hogar de 342 millones”. La utilización de ingentes cantidades de recursos públicos para rescatar a instituciones privadas ha obligado a los contribuyentes a asumir las pérdidas, además de generar un incremento de la deuda soberana y obstaculizar el crecimiento económico. Desde 2010, el coste de los ajustes ha recaído sobre las poblaciones. Las estimaciones de Oxfam prevén que, si las políticas de austeridad se mantienen, en 2025 entre 15 y 25 millones de personas más tendrán que enfrentarse a las perspectiva de vivir en situación de pobreza. La pobreza en el seno de la Unión Europea no es una cuestión de escasez en época de crisis, sino un problema de distribución de la riqueza.

Quisiéramos tratar los aspectos más fundamentales de preocupación de la ciudadanía europea, como por ejemplo, las desigualdades y la salud. Según Oxfam, una de las medidas para paliar las desigualdades sociales es precisamente reinvertir en los servicios públicos, garantizando que la atención sanitaria y educación sean gratuitas y universales, dando prioridad a la elaboración de presupuestos con una perspectiva de género y desarrollando sistemas de protección social para colectivos vulnerables. La salud pública y las desigualdades sociales son los grandes olvidados de la austeridad europea, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Según esta organización, la única forma de reconstruir la credibilidad en la UE es reducir las desigualdades sociales.

En 2006, la diferencia entre los Estados miembros con mayor y menor esperanza de vida era de ocho años en las mujeres y de catorce en los hombres. En algunos países, la diferencia entre la esperanza de vida nacional y la media de la UE ha aumentado en los últimos veinte años. Igualmente se aprecian diferencias socioeconómicas en el acceso a la asistencia sanitaria. Existe una brecha evidente de ingresos con respecto a la necesidad insatisfecha de asistencia médica.

Los Gobiernos nacionales son los responsables de organizar la asistencia sanitaria y garantizar su prestación. El papel de la UE consiste en complementar las políticas nacionales. La UE cuenta con una Estrategia Sanitaria, cuyo principal instrumento es el tercer Programa de Salud 2014-2020, al que contribuyeron todos los ciudadanos interesados en las políticas sanitarias y la salud pública en una consulta pública. El aumento de la equidad en la salud constituye un elemento clave de la estrategia de salud de la Unión Europea, así como una importante dimensión de las políticas e iniciativas en ámbitos como el tabaco, la obesidad, el alcohol, los jóvenes y la salud mental.

Otro instrumento para asegurar la salud de la ciudadanía son los fondos estructurales de la UE. Invertir en el fomento del empleo, en la reducción de las desigualdades, en trabajar por la inclusión social y una vivienda digna son factores todos ellos que inciden directamente en la salud de los ciudadanos y contribuyen, por tanto a la sostenibilidad del sistema de salud.

Un gran avance para la equidad sanitaria en la UE es la tarjeta sanitaria europea. Es gratuita y da acceso a la atención sanitaria pública - estrictamente necesaria por motivos médicos – durante una estancia temporal en cualquiera de los Estados miembros de la UE, además de Islandia, Liechtenstein, Noruega y Suiza, en las mismas condiciones y al mismo precio que las personas aseguradas en ese país.

¿Qué puede hacer en el futuro la UE y qué pueden hacer sus ciudadanos para construir la Europa en la que la economía esté conectada a la dimensión política, una Europa donde las desigualdades y el desempleo se reduzcan, donde las fuentes de energía sean sostenibles y en la que nuevos socios y nuevos mercados marcarán la estrategia de futuro?

Si comenzamos con las debilidades de la UE hemos de enumerar principalmente dos.

La UE no tiene un gobierno y su toma de decisiones en el seno de sus instituciones adolece de déficit democrático siendo, muchas veces, opacas. Una de las soluciones más inmediatas, propuestas por el ex ministro italiano, Enrico Letta, podría ser la inclusión de un mayor número de ciudadanos en las decisiones europeas. Para el ex-ministro, esta solución pasaría por transformar los 73 escaños británicos en escaños europeos en el Parlamento de Estrasburgo. Los escaños europeos serían elegidos en una votación en el ámbito de la UE. Esta medida aseguraría, según Letta, unas elecciones, en 2019, genuinamente europeas, y se constituiría un parlamento con representantes que expresarán la voluntad de los 400 millones de ciudadanos, en vez de los que, como hasta ahora, son una extensión de las políticas nacionales.

La segunda debilidad es su presupuesto. Éste se elevaba en 2015 a un poco más de 140 000 millones de euros, es decir cuarenta y cinco veces menos que el conjunto de los presupuestos nacionales de los Estados miembros. Este presupuesto representa menos del 1% del PIB de la UE. En consecuencia, las políticas realizadas por la UE son de alcance mucho más limitado que las que pueden ser realizadas a nivel de cada Estado. Para el futuro, la Comisión Europea pretende que el presupuesto de la UE se financie con impuestos y tasas (IVA, tributos ambientales y Sociedades) más que con contribuciones de los socios, y propone vincular los fondos europeos a criterios como la respuesta a la presión migratoria.

¿Cual puede ser el papel de las iniciativas de base para que Europa vuelva a ser visionaria? Algunos movimientos, como Diem25, que el próximo 9 de septiembre quiere presentarse como primer partido político transnacional de Europa, han presentado propuestas concretas – el New Deal - para una Europa de futuro, democrática y participativa. Otros, como Pulse of Europe, el European Movement International o Stand Up for Europe, han logrado dar visibilidad a la Unión Europea, a remover conciencias, a espantar miedos. Han conseguido que los ciudadanos vuelvan a identificarse con la UE, a comprometerse y a implicarse. ¿Tendrán los nuevos movimientos la fuerza y la visión para abrir el camino de una Europa más democrática?

Como decía Stéphane Hessel, ideólogo de los indignados ya fallecido: “Ahora hay que dar paso a la acción, la comunicación, el compromiso...y la esperanza.”

Barbara Zöller es socia de infoLibre

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