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Librepensadores

Abogados de oficio

Jorge Ulanovsky Getzel

Al finalizar su jornada laboral, Javier prefirió, en lugar de ir a tomar unas cervezas con sus colegas del bufete, dar una caminata, sentarse en una terraza y pedir un café. Estar solo y reflexionar.

Desde hacía días venía sintiéndose bajo de ánimos. Influía en ello el estrés, la cada vez más abultada pila de expedientes que tratar, y sentía la necesidad de contar con un espacio libre en su mente para cuestionarse sobre su presente vital, sabiéndose en la encrucijada de haber traspasado ya la mediana edad. No dudaba en reconocer el haber logrado cumplir con sus más ambiciosos proyectos de vida, contar con el amor de una mujer con quien construir una familia, y en todo lo demás, poder desempeñarse con el propósito existencial de ser un hombre libre. Sin embargo, venía ahora a preguntarse, ¿cuánto había sacrificado en pos de esa libertad?

Ya de pequeño observaba con admiración a todo aquel que realizaba algún trabajo de forma independiente. Artesanos, pequeños comerciantes, mecánicos, panaderos, zapateros, propietarios de tiendas de comestibles, trabajadores autónomos, los que tenía más a mano de observar en la vecindad del barrio en el que crecía. Personas que en general habitaban en la trastienda de los locales que daban a la calle y en los que con frecuencia aparecía por detrás el ama de casa, la abuela o algún familiar trayendo café o algún tentempié al despachante o artesano. Envidiaba a los niños que de vuelta del cole tenían la oportunidad, no más llegar, de abrazar a sus padres. Su padre en cambio, por ser obrero ferroviario, partía cada mañana muy pronto y regresaba muy tarde, dada además su actividad político sindical. Fue militante anarquista y asistía a diario a reuniones con sus camaradas. Se veían muy poco.

Siendo joven adulto, presionado por el deseo de sus padres de tener un hijo con estudios universitarios, optó por estudiar Derecho. Por aquello de que “serás lo que debas ser o, de lo contrario, serás abogado”. Estudiante aplicado, comenzó a interesarse por la política. Aspirando a ser protagonista en la lucha por obtener progresos sociales y combatir las injusticias. Militó en un partido durante un par de años. Primera decepción. Tomó conciencia del grado de hipocresía que recorre las cloacas de la partidocracia. Enfrentándose a la repugnante forma con la que los dirigentes conservan sus sillones utilizando a los militantes de base con supuestos compromisos ideológicos compartidos. Su participación debía limitarse a colaborar cuando no en campañas electorales en campañas financieras. Asistiendo a impepinables reuniones en las que de lo que menos se hablaba era de política. Renunció después de tener una conversación con el secretario general. A quien había manifestado su disgusto por la poca dedicación que se le otorgaba a la definición de los principios y valores programáticos del partido para ocuparse en cambio exclusivamente de disputas por el poder. El secretario le respondió que qué ingenuo era, que para poder desarrollar la aplicación de un programa, fuera cual fuera, lo primero era asegurarse con el control del poder. En la facultad, pudo verse positivamente influido por sentimientos de aprecio y admiración para algunos de sus profesores, a los que respetaba por su sabiduría y capacidad pedagógica. Por lo que optó, con la ilusión de emularlos, de dirigir su especialización hacia el desempeño docente. Segunda gran decepción.

Recuerda ahora, permaneciendo en aquel bar, asimilando pausadamente el sabor penetrante y amargo del café, el tiempo de desencanto sufrido en su trabajo académico y el panorama desolador que rodeó su estancia en aquella institución. Desde el momento en que la universidad adquirió una dimensión como centro autónomo fue conformándose y apropiándose de ella un círculo relevante de figuras locales. Cortados por el mismo sastre, se sintieron corporativamente identificados con una ideología positivista de fácil administración y condimentada con una fuerte dosis de nacionalismo. Con la complicidad de autoasignarse parte del presupuesto en privilegios personales, viajes, choferes, hoteles y restaurantes de cinco estrellas. Las plazas fueron siendo destinadas a fieles amigos y allegados y abundaron las invitaciones con extraordinarias atenciones a colegas de todo el mundo que compartieran y correspondieran a sus políticas académicas.

También se apuntaron en el círculo algunos oportunistas, siempre agradecidos para con viajes turísticos a congresos y obsequios varios pagados por empresas y laboratorios interesados en acelerar el proceso de privatización de la entidad pública. El rector, cacique de esa tribu, era un maníaco compulsivo. Javier le oía divertir a su auditorio con frases como: “Nunca supe qué es eso de la depresión, así que un día la probé y me resultó muy aburrida”. Que celebraban con gran pleitesía todos sus serviles condescendientes. Un signo característico de esos machos ilustrados fue su comportamiento con las mujeres. En la forma de tratarlas se manifestaba un claro síntoma de perversión. Consistía en manipular a quienes les obedecían y humillar a las que se les resistían.

Pero con el tiempo toda esa maquinaria omnipotente empezó a derrapar por la pendiente más subjetiva de algunos de sus protagonistas. Ya sea por problemas personales de salud motivados por excesos, o por depresiones fruto de contrariedades amorosas, estos superhombres fueron inevitablemente exhibiendo sus ocultas prendas íntimas, bastante deslucidas. Plagios, zancadillas mutuas, traiciones, sobornos varios y amoralidad generalizada. Para personajes tan notorios no podía dejar de corresponderles una divulgación escandalosa y folletinesca de sus singulares caídas.

Javier llegó a preguntarse ¿qué hacía él permaneciendo en esa universidad? Adoptó la posición de ser mero espectador de ese triste espectáculo. Más aún ante la total ausencia de una oposición organizada. Era un problema de él, de miedo quizás, dominado por el conformismo y la comodidad de contar con una plaza asegurada lo que le impedía partir. Pero también por la valoración de todo el esfuerzo que significó primero pasar la tesis, luego la oposición y así, de repente, ¿tirarlo todo por la borda?

Al haberse distanciado de la práctica burocrática que exigía engordar su curriculum con publicación de artículos y libros, dirigir tesis e intervenir en congresos y coloquios, no reunía las condiciones como para opositar en una universidad quizás más respetable. Lo que más le preocupaba era que llegara a imponerse un sistema obligatorio de méritos que le hiciera peligrar la continuidad de su titularidad. Por otra parte ¿hasta qué punto podría llegar a encontrar un ambiente indiscutiblemente mejor en otra universidad, por más importante que fuera? Conociendo el espíritu general que predominaba en los feudos académicos de todas partes, competitivo y sórdido. Contando con la tranquilidad familiar de contar su mujer con un respetable ingreso como prestigiosa arquitecta, Javier decidió apartarse de la universidad. Se especializó en derecho laboral, para defender a trabajadores injustamente castigados por la crisis. Interviniendo también, en numerosos conflictos, como abogado de oficio.

De haberse dejado llevar por el conformismo o la ambición económica, otros derroteros se hubieran emplazado en su destino. En el futuro, ¿opositar para juez? De momento, concluye, no se puede quejar. Se siente libre e independiente en su ocupación profesional, moralmente al día, y arropado por el afecto sincero de su familia y numerosos amigos.

 

Jorge Ulanovsky Getzel es socio de infoLibre

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