Librepensadores

¿Honores militares o silencios humanos?

José María Barrionuevo Gil

¡Buenos días nos sean dados a todos! ¡Buenos días! Porque ha llegado la hora del quehacer humano, con los minutos de los generosos silencios, con la memoria compartida, con el dolor unánime. Todos estamos convocados, por lo que se ve, a la efeméride más efímera posible, que es la que puede jalonar tantos tristes recuerdos con un humilde y devoto silencio. Porque los silencios fueron siempre nuestros: los obligados, los autónomos, los honoríficos, los de difícil desempeño... hasta los musicales. Todos participamos en el silencio de las esferas celestes que, al parecer, muchas veces son los únicos que nos dejan hablar. Los que, de verdad, no nos pertenecen son los silencios administrativos, porque por su autoría se nos escapa de las manos y no se aloja en nuestras bocas ni en nuestros oídos. Tampoco queremos que nuestros silencios sean esclavos de la ley mordaza. Por eso llevaremos nuestros pertinentes silencios hasta donde se puedan oír.

Sin ir más lejos, porque todavía nos sentimos cercanos, nos ha llegado por los medios de comunicación que la familia del dictador reclama que sus restos sean depositados en la Catedral de la Almudena y que se le rindan “honores militares” que consisten en “una interpretación del himno nacional completo, con presentación de armas, una descarga de fusilería y la salva de cañonazos que corresponda”.

Como dicen muchos españoles que aman a España y a su gente, pero que no le tienen ningún afecto al mismísimo franquismo: “El problema del franquismo no es que el dictador en jefe muriera en una cama, sino que lo hiciera matando con juicios sumarísimos”.

Nos parece que ya se quemó bastante pólvora en la guerra y en la dictadura y en el principio de la transición. Y por todo ello no estamos para tirar cohetes ni para seguir quemando pólvora ni para tirar salvas de cañonazos, porque, la verdad sea dicha, no queremos resucitar nuestros miedos y, además, se asustan hasta los perros.

No podemos volver al miedo institucionalizado, al injustificado homenaje, a la lacerante humillación de los demócratas, porque es un honor honrarnos con la paz construida con todos y entre todos y no sobre los ojos ausentes sin justificación, sobre la calladas bocas inocentes, sobre los corazones destrozados de vivos y muertos.

Estamos seguros de que nuestros días son nuestros y que no se los debemos a ninguna efeméride. Y menos a una tan ominosa como la de una traición a la democracia que llamó traidores a los que la defendían, hace más de ochenta años, para justificar la rebelión de unos grupos que habían perdido las elecciones y que traicionaron a la democraciamanu militari”.

Tampoco queremos que la tan cacareada “transición ejemplar”, encima, se vea hasta ofendida, arrojando a la cuneta también los acuerdos de aquella ocasión tan vigilada y sitiada y secuestrada militarmente como tan auspiciada y apadrinada por alguna religión.

Si todos somos iguales ante la ley y la muerte, que ni la ley ni la muerte nos hagan distintos ni nos consideren desiguales. Una digna sepultura, como la de tantos españoles, en un humilde lugar como suelen alardear en vida tantos “sencillos”, que suelen, a las primeras de cambio, querer imponer unos fastos que significarían una crueldad para una verdadera democracia que todos tanto nos merecemos.

Ya estamos más que hartos de tantos hitos y tantas apologías del terrorismo, las del terrorismo de Estado también, que nos deberían avergonzar ante un mundo verdaderamente civilizado. Tenemos que ir exhumando de todas nuestras cabezas los prejuicios sembrados a fuerza de adoctrinamientos partidistas que nos enferman de por vida y nos taran mental y políticamente.

De ninguna manera queremos ser ni tan ni más crueles que lo fue el dictador y, por eso, lo queremos honrar no con un minuto de silencio, sino con millones y millones de minutos de silencio.

Tampoco queremos ser tan explícitos como Pablo Neruda: “No mereces dormir / debes estar / despierto, general, despierto eternamente... y que la sangre caiga en ti como la lluvia, / y que un agonizante río de ojos cortados / te recorra mirándote sin término.” (España en el corazón).

¡Silencios! Por favor.

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José María Barrionuevo Gil es socio de infoLibre

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