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Librepensadores

Las memorias históricas de España

Thierry Precioso

Hace algunas semanas he terminado de leer La herencia del pasado: Las memorias históricas de España del historiador Ricardo García Cárcel, natural de Requena. Este libro aparecía publicado en 2011.

En el prologo el autor apunta que las historias oficiales sirven para legitimar a autoridades políticas como ocurría desde 1939 con el franquismo. Ahora en el Estado español abundan historiadores cuyo principal comedido es hacer florecer mitos que puedan integrar el imaginario épico y lírico de los diversos nacionalismos identitarios. También grupos de presión instrumentalizan el relato histórico, y el historiador valenciano teme que, en nombre de loables principios como el de reparación y justicia para con los damnificados de la represión franquista, se pueda secuestrar una vez más la historia. García Cárcel expresa que el libro La herencia del pasado: Las memorias históricas de España nace con voluntad crítica respecto a las instrumentalizaciones de la memoria histórica y los tópicos de toda procedencia. Dice que hay que superar el miedo a mirar atrás, pero siendo conscientes de que la alternativa no es recordar u olvidar, sino saber o no saber.

En la introducción, titulada Los secuestros de Clío, el historiador expone que la memoria histórica es larga, plural, cambiante y nunca compartida de la misma manera por una totalidad social; por ejemplo, debido a la represión de 1591, Felipe II ha sido especialmente estigmatizado en Aragón. Hay que esperar a fines del siglo XVI para que pudieran editarse unas historias de España propiamente dichas, con un enfoque político-nacional que abarcara la memoria histórica hasta la contemporaneidad del historiador, y que se presentaran al publico en lengua castellana y no en latín. Estas condiciones no se cumplieron hasta las obras de Esteban de Garibay y Juan de Mariana, escritas ambas desde el nacionalcatolicismo oficial pero desde perspectivas diferentes: con una construcción más horizontal en el primer caso y más vertical en el segundo.

Pese a las exigencias de la historia critica de los novatores ya desde finales del siglo XVII, culminada en la obra de Gregorio Mayans, el tradicionalismo siguió hegemónico en el siglo XVIII. La dialéctica nación-progreso se vivía de forma atormentada y ningún historiador español se atrevió a escribir una Historia de España completa, alternativa a la de Mariana, hasta mediados del siglo XIX, cuando lo hizo Modesto Lafuente. La memoria histórica elaborada en el siglo XIX albergaba la emergencia de un nuevo canon ideológico: el liberal, que se confrontaba al viejo canon católico-conservador.

Pero la pluralidad de las memorias se reflejaba también acerca del concepto de Estado: la España vertical de Canovas frente a la horizontal de Pi y Margall. Durante las primeras décadas de la Restauración, la Academia de Historia estaba intentando armonizar las posiciones dispares, pero no pudo liquidar las efusiones del nacionalismo romántico, en particular las de Cataluña y el País Vasco. Esta ultima tan despoblada de héroes fundacionales (Jaun Zuria y la batalla de Arrigorriaga como únicos fundamentos) se fue cargando poco a poco de aditivos históricos-literarios (Amaya, Aitor...).

La Segunda República casi no cultivó la memoria histórica, apenas invocó la Primera República y su referente histórico más buscado fue el de las Comunidades de Castilla, santo y seña de la memoria liberal. En realidad los republicanos tuvieron una conciencia adanista de los tiempos que vivieron. Al contrario, el franquismo articuló una historia oficial que intentó secuestrar Clío una vez más y, a falta de un discurso ideológico propio, hizo un bricolaje mezclando nacionalcatolicismo y falangismo, pero también dejó filtrar cierta herencias carlistas y liberales absolutamente contradictorias con el franquismo puro y duro.

Los historiadores de la misma generación que el autor de La herencia del pasado, Las memorias históricas de España fueron educados durante la infancia en los mitos más rancios de la historia de España, pero al llegar a la universidad en los años sesenta se lanzaron a derribar toda la historia oficial producida por el franquismo. El historiador requenense piensa que la memoria histórica que se atribuye a la transición política a la democracia empieza a fraguarse en la ultima década del propio franquismo; abundando en este sentido señala que en 1973 Ramón Tamames publicó el ultimo volumen de la Historia de España, dirigida por Miguel Artola.

Ricardo García Cárcel no cree en un esencialismo de la Patria, pero tampoco en un inventismo nacional que supone que España es un artefacto creado en el siglo XIX. En este momento los grandes mitos de la historia nacional española, de Santiago a los Reyes Católicos, han sido puestos en solfa. Pero desde otros lados, bajo la coartada que desmitificar es desmovilizar, instituciones autonómicas y grupos de presión ideologizados, asumiendo acríticamente sus tradiciones y leyendas, desarrollan un relato histórico cuyo único objetivo es la justificación de su actitud presente. Después de recordar con Charles Seignobos que “la Historia es la ciencia de lo que ocurre sólo una vez”, el autor reivindica frente a este presentismo una historia critica y metodológicamente rigurosa que estudie el pasado para la comprensión del presente y futuro.

En el capitulo I, Los debates sobre la memoria histórica, el historiador señala que, según los promotores de la Ley de Memoria Histórica en el Estado español, siguen enterrados sin identificar 130.000 cadáveres. En el ámbito de la vida cotidiana la polémica en torno a la memoria histórica se ha efectuado en la nomenclatura de las calles, la estatuaria monumental, los referentes históricos a evocar y celebrar. El segundo nivel del debate ha sido el histórico, que tiene también su vertiente judicial y política. Se ha cuestionado que la Ley de Amnistía del 15 de octubre de 1977 impida nuevos procedimientos judiciales contra personas y hechos ocurridos durante la dictadura. Frente a los posicionamientos de personalidades como Baltasar Garzón y Josefina Cuesta, que reivindican la asunción de una nueva Memoria con justicia para las victimas, Santos Juliá cuestiona el supuesto olvido de la Transición.

El autor subraya como las lecturas del pasado son diferentes por parte de cada generación, expone las distintas visiones de Julio Arostegui, Francisco Espinosa y otros historiadores al respecto. Expone que hay que distinguir entre una memoria fría y una memoria caliente. Recordando unas palabras de Fernando Fernán Gómez en las que habló de un “tiempo amarillo” de la memoria de la guerra por parte de su generación, un tiempo de lectura distanciada y discreta de un tiempo borrascoso de nuestra historia; y constatando que nos encontramos en un momento de memoria caliente, de colores duros, el historiador estima que debería imponerse más que nunca, el matiz sobre el color.

Seguidamente pasa a considerar la memoria histórica fuera de España. Evoca el caso de Francia con el régimen de Vichy colaboracionista en la Segunda Guerra Mundial y la descolonización de Argelia, el de Italia con la memoria del fascismo, el caso de Rusia que aun a día de hoy casi no se atreve a exhumar la memoria del estalinismo al contrario de Argentina y Uruguay donde la memoria ha entrado en otra dimensión que no es solamente histórica sino también judicial.

A continuación emprende el debate conceptual entre memoria e historia. Hace tiempo que se enterró el mito de la presuntamente escasa disposición autobiográfica del mundo latino. Hoy está bien constatada la abundancia de escritos y memorias personales en España. Del total de la relación de diarios y autobiografías que registra James Amelang de 1500 a 1800 en Europa, el 24 por ciento son españolas. Las memorias personales se multiplican en los contextos históricos conflictivos como la guerra de la Independencia, las guerras carlistas, la ultima guerra civil y la transición a la democracia.

¿Determinan las memorias personales de los testigos la visión de los historiadores? Además del riesgo de impostura (caso Enric Marco, por ejemplo) siempre posible, hemos de tener en cuenta las limitaciones de la memoria personal. El testimonio de Primo Levi es significativo: “La memoria humana es un instrumento maravilloso pero falaz. Los recuerdos que en nosotros yacen no están guardados sobre piedra, no sólo tienden a borrarse con los años, sino que en ocasiones se modifican o incluso aumentan literalmente incorporando facetas extrañas”. Josefina Cuesta, en La odisea de la memoria, subraya el carácter limitado y selectivo de la memoria, tanto individual como colectiva. No hay memoria-registro sin memoria-relato y, por lo tanto, con construcción subsiguiente. Los recuerdos son el resultado de un proceso creativo en sí mismo. La memoria es una pre-historia, una “materia de historia” a historiar.

En todas las memorias personales subyace en mayor o menor grado, una cierta voluntad de transcendencia. Las de la guerra de la Independencia son más justificativas y personales, como escritas al calor de la coyuntura más inmediata; las de las guerras carlistas, más testimoniales y con vocación de lección histórica integracionista; las de la guerra civil son también esencialmente testimoniales, y desde luego contadas con cierto retraso; y las de la transición a la democracia, ante todo son narcisistas, destinadas a glosar el mito de la Transición (“yo también colaboré”). Pero el debate en torno al concepto de la memoria histórica se ha centrado en los últimos años en la dialéctica entre memoria colectiva e historia oficial. ¿Memoria impuesta o memoria libre?

Al finalizar este recorrido del subcapítulo El debate conceptual: Memoria e Historia, detengo este intento de resumen continuado en la pagina 76. Seguido empieza otro subcapítulo del capitulo I, que se titula La memoria impuesta y la historia oficial. El texto propiamente dicho de La herencia del pasado: Las memorias históricas de España contiene ocho capítulos seguidos de un epilogo titulado, Reflexiones finales. Las Españas que no pudieron ser. De la memoria al imaginario. Largas de una decena de paginas estas reflexiones finales terminan en la pagina 650. Luego la bibliografía más el índice onomástico ocupan unas ciento diez paginas. Aunque este es el primer libro de Ricardo García Cárcel que he leído, me inclino a pensar que La herencia del pasado: Las memorias históricas de España tiene bastante de suma y síntesis de anteriores libros del autor. Es una de esas obras que una vez leídas se sigue consultando. Señalo que el capitulo VI se titula La memoria de la guerra civil y que las setenta y seis paginas dedicadas a la historia de Cataluña en el capitulo IV me han parecido bastante esclarecedoras.

El ultimo subcapítulo del capítulo II se titula Los otros españoles: musulmanes y judíos. En este apartado el historiador indica que hubo oposición a la decisión de expulsar los moriscos, pero que una vez tomada esta resolución en 1609-1610, el silencio fue la nota distintiva, se cerraron filas en torno a la legitimidad de la expulsión y nadie se acordó de ellos después. Hubo que esperar al reinado de Carlos III en el siglo XVIII para ver emerger un cierto arabismo español con la empresa encomiable de catalogación de los manuscritos árabes de la Biblioteca de El Escorial que llevaba a cabo Miguel Casiri. El pionero del arabismo ilustrado en España será José Antonio Conde con su Historia de la dominación de los árabes en España (1820-1821).

En el espacio dedicado a los judíos me ha sorprendido aprender que según Emilio García Gómez, la palabra Sefarad nunca fue usada en la España medieval. Los judíos españoles solamente empezaron a identificar Sefarad con España después de haber sido expulsados. Encuentro que esta información acentúa de manera singular la carga de idealización de lo perdido contenida en esta palabra. Y a una ensoñación del pasado corresponde como un eco, una proyección imaginada del futuro...

En el subcapítulo Las raíces, situado al principio del capitulo V, el autor nos recuerda que Américo Castro remontaba la memoria conflictiva de España a la confrontación en del siglo XVI entre la España cristiano vieja y la España conversa. Pero entre esas dos Españas también emergen en este siglo XVI las terceras Españas que han compartido voluntades de tolerancia y pactismo. Francisco Tomas y Valiente ha señalado en su libro A orillas del Estado las tres aceptaciones del concepto de tolerancia. La primera aceptación subraya la noción de indulgencia, la segunda aboga por la idea del mal menor, es decir que no se ejerce desde el principio de generosidad sino desde el pragmatismo y la tercera forma de tolerancia ya es la libertad, el ejercicio del pensamiento libre en el que no caben las herejías.

Estas tres aceptaciones de la tolerancia han existido en el pensamiento español durante los siglos XVI y XVII. Stefania Pastore ha expuesto el hilo que unía a conversos, alumbrados y erasmistas en el discurso de la tolerancia. Por su parte Stuart B. Schartz, sirviéndose de un enorme cuerpo de evidencias históricas (incluidos los propios registros de la inquisición) desde 1500 hasta 1820, demuestra en su libro Cada uno en su ley. Salvación y tolerancia religiosa en el Atlántico ibérico, cómo no pocos segmentos de la población creyeron en la libertad de conciencia y rechazaron la autoridad exclusiva de la Iglesia en estos asuntos.

Muere el historiador Santos Juliá

Muere el historiador Santos Juliá

Pero la España tolerante no tuvo ocasión de hacer historia. Sufrió el presente sin tener tiempo ni ocasión para mirar al pasado. Habrá que esperar al siglo XIX para encontrar historias de la Inquisición escritas por españoles, tanto desde ópticas liberales como conservadoras. En este subcapítulo Las raíces están también citados los tres libros siguientes: Los moriscos de Villarubia de los Ojos (siglos XV-XVIII), Historia de una minoría asimilada, expulsada y reintegrada de Trevor Dadson; Moros, moriscos y turcos de Cervantes de Francisco Márquez Villanueva y La invención de la Inquisición de Doris Moreno.

Al termino de los subcapítulos y de los capítulos se suele conocer la opinión de Ricardo García Cárcel, aunque alguna que otra vez éste se limita a presentar las opciones en disyuntiva aclarando que aun no se ha decantado a favor de ninguna de las posibilidades. Entre otras cualidades creo haber encontrado en La herencia del pasado: Las memorias históricas de España, una gran ecuanimidad. ___________________

Thierry Precioso es socio de infoLibre

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