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¿De qué servirá una bandera cuando suba la temperatura?

Carlos Candel Rodríguez

Imaginemos que mañana nos despertamos y la temperatura en nuestro país es tan elevada que resulta insoportable habitarlo, que su incremento provoca la degradación de nuestros campos y seca nuestros acuíferos. ¿Qué haríamos entonces? ¿Trataríamos de mudarnos a territorios más frescos? ¿Les restregaríamos nuestra bandera a los mandatarios de estos países para exigir nuestros derechos, obcecados aún en la defensa férrea e irracional de una identidad ligada exclusivamente a nuestro origen? ¿Seguiríamos cerrándole el paso a aquellos que no estarían interesados en quedarse, sino en, al igual que nosotros, atravesar nuestras tierras camino de un futuro menos árido? ¿Les daríamos la razón a los que insisten en que la riqueza de un territorio sólo depende del esfuerzo de sus ciudadanos y de su capacidad de gestión?

Estos días, Fernando Valladares, un conocido científico experto en cambio global, compartía en su cuenta de Twitter la imagen de la previsión del aumento de temperatura en nuestro planeta hacia el año 2070, extraída de un estudio (“Futuro del nicho climático humano”) publicado por la revista de la Academia Nacional de las Ciencias de Estados Unidos (PNAS), en el que se alerta de que, si no cambian las cosas, en un espacio de 50 años los seres humanos nos veremos expuestos al mayor incremento de temperaturas en los 6000 años previos a la época industrial, es decir, un aumento de 7,5 º. O lo que es lo mismo, 2,3 veces el aumento de temperatura global si tenemos en cuenta que los océanos tardarán más en calentarse, lo que provocará cambios en la franja de territorio en la que ha vivido históricamente el ser humano.

La cuestión aquí no es pensar que dentro de cinco décadas viviremos a siete grados más y alcanzaremos 15 grados en invierno, por ejemplo, y cuarenta y cinco el día más caluroso de verano. No es tan sencillo como abrigarse menos en invierno y darse más baños en la playa en verano. No funciona así. Según el estudio, estas condiciones, comparadas con las existentes en la actualidad, serían similares a las que se viven cada año en el Sáhara. Es decir, que se alcanzarán cerca de 60º. Dicho de otra manera, se darán unas temperaturas al límite de la compatibilidad con la vida de los seres humanos. Teniendo en cuenta que el estudio es una inestable fotografía del futuro, que se fija también en pasadas dinámicas migratorias también relacionadas con cambios de temperatura, y que la nitidez de esta fotografía dependerá en gran medida de otros muchos factores que están por venir y que se desconocen, como es el caso de las precipitaciones, el deshielo u otros fenómenos atmosféricos extremos, la realidad que refleja el estudio es muy alarmante. En la foto se puede apreciar cómo el calentamiento va a afectar a los territorios de manera desigual. Perjudicando gravemente a los llamados Países del Sur y mejorando incluso las condiciones de algunos territorios del Norte, para los que el aumento de temperatura media puede que provoque un mayor distanciamiento de las economías más débiles.

Y, por supuesto, esto no se dará de manera abrupta. No nos encontraremos con una subida de temperaturas drástica del 2069 al 2070. Y tampoco está claro que el proceso se dé en este margen. Puede que sea más rápido. De hecho, ya se nombra en el mismo estudio la relación entre la enorme sequía que atravesó Siria desde el año 2006 hasta el 2010 y las migraciones internas de personas que llegaron a las ciudades, incrementando con ello la tensión entre los ciudadanos de un país que ha terminado por embarcarse en una guerra. No, el cambio no se va a dar de golpe, sino poco a poco. Y, de hecho, ya lo estamos viviendo. Ya está en marcha y no va a mejorar. El estudio sugiere que, a falta de otras medidas, se producirá una migración forzosa de 1 a 3 mil millones de personas que buscarán en latitudes más altas unas mejores condiciones para la supervivencia. Será eso o quedarse en un territorio “saharizado”. Y, como es lógico, estas migraciones se orientarán hacia los lugares con mejores condiciones, lo que, inevitablemente, aumentará las tensiones en los países destino, que se verán incapaces de dar respuesta a una demanda tan elevada de asilo. Es fácil imaginar las medidas que pueden llegar a surgir; de hecho, ya han empezado a ponerse en marcha en el corazón mismo de Europa o el norte de América.

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Hay quienes piensan que estas migraciones se solucionan con muros y concertinas, con mano dura para cerrar el paso a quienes no han contribuido, ya sea con capital o esfuerzo, a la construcción de los Estados ricos. Pero esta es una visión casi infantil. No es cierto que estos territorios ricos no se beneficien de las malas condiciones de otros países, como tampoco es cierto que el problema del calentamiento global se pueda abordar sólo desde la soberanía. El estudio advierte de que las consecuencias de frenar las migraciones se saldarán con esos mil o tres mil millones de personas viviendo al margen de unas condiciones aptas para la vida. Y lo que no terminamos de entender es que los que hoy nos encontramos dentro de esa franja habitable, mañana podemos no estarlo. De hecho, en la fotografía del futuro de la que hablaba, gran parte de nuestro territorio, España, tendría todas las papeletas para pasar a formar parte de esos lugares que alcanzarán los 60 º.

¿Qué sentido tiene entonces seguir escondiéndonos detrás de las fronteras? ¿Por qué no empezamos a ver el mundo de manera global de una vez por todas? ¿Qué tiene que ocurrir para que la humanidad empiece a elaborar un Proyecto de Planeta para todos y cada uno de los seres vivos que lo poblamos?

Carlos Candel Rodríguez es socio de infoLibre

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