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Oclocracia y la banalidad del mal

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Marcelo Noboa Fiallo

El historiador griego Polibio, 200 años a.C., acuñó el término “oclocracia” o gobierno de la muchedumbre, para alertar sobre la degeneración de la democracia en la polis. La demagogia como instrumento del debate político conllevaría la destrucción de la misma.

España está en Europa, pero cada vez más, se parece a cualquier país de América Latina, a una república bananera, donde el mal gusto, la zafiedad, la retórica incendiaria, el insulto gratuito, la mentira sin sonrojo y como arma política, se abren camino con una naturalidad ciertamente preocupante. Penetra en los hogares que carecen de filtros o escudos protectores para las generaciones del futuro. Preocupante, muy preocupante. Las últimas elecciones en la Comunidad de Madrid, más allá del inapelable triunfo de la derecha y del fracaso de la izquierda por acabar con más de 26 años de políticas neoliberales corruptas, han certificado la muerte del fairplay en la política. El triunfo de la impunidad y el odio han sustituido a la descalificación gratuita, a través de la banalización del mal.

Hubo un tiempo en el que el ganador de unas elecciones empezaba agradeciendo a sus electores y terminaba tendiendo la mano a la oposición. Formaba parte, no sólo de la buena educación, sino del reconocimiento y respeto a los millones de ciudadanos que habían optado por otras opciones políticas, tan legítimas como la del ganador. Toda esta escenificación ha muerto. Hoy, no sólo hay que ganar, sino que hay que machacar.

¿Cuándo se jodió todo esto? Sesudos analistas suelen colocar la “primera piedra” del monolito, en la llegada de los gobiernos nacionalpopulistas ultraliberales (Trump, Bolsonaro, Putin, Johnson, Orbán…). Sin duda, el epicentro, durante más de cuatro años se instaló en la Casa Blanca. El insulto gratuito y el desprecio hacia su antecesor, Barack Obama, alcanzó cuotas nunca vistas en la política estadounidense y se expandió al resto del mundo. Los imitadores empezaron a multiplicarse y con ello, no hemos tenido otra opción que darle la razón al mismísimo William Shakeaspeare, “el infierno está vacío, todos los demonios están aquí”.l

En varias ocasiones he sido crítico (en términos políticos) con la manera de ejercer la política de Pablo Iglesias y con algunos de sus postulados, que no comparto; más no con el programa electoral de Podemos que siempre ha estado en el marco de mis referencias socialdemócratas (lo que ocurre es que nadie se lee los programas electorales y prefieren quedarse con las fakes). Pero el odio vertido por PP/Vox y sus terminales mediáticas, antes, durante y después de la campaña electoral madrileña, no tiene parangón en la historia democrática de España. Es inevitable en estos días recordar los versos de Antonio Machado: “Españolito que vienes/ al mundo te guarde Dios/una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón”. Efectivamente, a muchos se nos está helando el corazón.

Sobrecoge la capacidad que tenemos, como sociedad, para normalizar, para banalizar, lo ocurrido en estos días. Es el triunfo de la inhumanidad por encima de las ideologías, como muy acertadamente señala la periodista Rosa María Artal, “Cazadores presumiendo de su logro con el pie en el cuello de la presa”. Es el triunfo de la oclocracia alimentada por los miserables.

Sorprende la naturalidad con la que hablamos de “cambio de ciclo”, como si la izquierda llevara en el poder 20 años. El actual gobierno de coalición de España lleva poco más de un año (coincidiendo con la pandemia), antes estuvieron en el poder durante dos legislaturas aquellos que hablan de “cambio de ciclo” y en la Comunidad de Madrid, llevan 26 años gobernando. Sorprende la naturalidad con la que han sido capaces de conseguir que no se hable de sus corruptelas (mientras sus líderes continúan desfilando por los juzgados), de la nefasta y hasta delictiva gestión de la pandemia, ni siquiera de su programa electoral (nadie lo conoce ni sabemos si existe o no). Sustituido todo ello por la magia de la palabra “libertad” (prostituyendo la misma), reducida a tomarse unas cañas y “hacer lo que me da la gana” (Ayuso). Sorprende como la flamante ganadora de las elecciones madrileñas, se pasea estos días por los platós de tv, exhibiendo su trofeo de caza (Pablo Iglesias), con el pie en el cuello de la presa, sin soltarlo. Es su verdadero programa electoral y los entrevistadores permitiéndole que no suelte la presa, “creo que Pablo Iglesias es la personificación del mal, no es una buena persona y allí donde va, lleva el mal”. ¿A alguien le sorprende que, a continuación, vayan unos falsos mariachis (por 300 euros) a casa de Pablo Iglesias a cantarle, “rata inmunda, animal rastrero/ escoria de la vida/ adefesio mal hecho…?”. ¿Qué ocurrirá si la escalada del odio provoca que algún descerebrado apriete el gatillo?

Durante el bochornoso y humillante asalto al Capitolio (para vergüenza de la democracia más antigua del mundo), algunos de sus participantes llevaban la consigna de ejecutar a la presidenta del Congreso, Nancy Pelosi. Estos días, el abogado de uno de ellos, señala que su defendido sólo cumplía órdenes de su comandante en jefe, Donald Trump.

Marcelo Noboa Fiallo es socio de infoLibre

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