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Entrevista

Belén Gopegui: “Escribir se parece a pintar algo para saber cómo es”

Belén Gopegui.

El comité de la noche, la última aventura de Belén Gopegui (Madrid, 1963) le ha llevado a transitar los oscuros terrenos de lo conocido en un viaje de ida y vuelta entre Madrid y Bratislava. Dos mujeres españolas, una en el paro y la otra emigrada, ven entrecruzarse sus caminos por los vericuetos de la crisis. La primera, Álex, ha tenido que volver a casa de sus padres a sus treintaytantos y con una hija a su cargo. La motivación que guía sus días es ahora la lucha contra las injusticias, canalizada en su participación en una sociedad clandestina, una red de personas al margen de los partidos y los movimientos sociales al uso cuyo foco se extiende desde España hasta países como Eslovaquia.

Allí, Carla, también en la treintena, trabaja desde hace un tiempo para una empresa de hemoderivados, productos médicos procedentes de la sangre humana donada. La misma que ahora se quiere privatizar y comercializar como un producto cualquiera, sujeto a las voraces leyes del capitalismo. En contacto con un hombre que se dedica a escribir por encargo los relatos vitales de otros, Carla rescatará de su memoria esta historia de tensión entre dos poderes ocultos, el de los dirigentes y el de la gente de a pie, en la que ella tendrá que poner sobre la balanza sus propios principios; probarse a sí misma y a los otros hasta dónde se extiende su moralidad.

Escritora comprometida, esta no es la primera vez que Gopegui introduce su afilada pero siempre elegante pluma en heridas abiertas. En su anterior novela, Acceso no autorizado (2011) ya plasmó una incisiva cartografía del PSOE, una crítica de la política y de la sociedad que abrió con Lo real (2001), novela en la hace ya casi tres lustros retrataba las penurias de la clase trabajadora. Coincidiendo con el lanzamiento de El comité de la noche, la autora publica ahora también una colección de textos bajo el título de Rompiendo algo, en colaboración con el editor Ignacio Echevarría, en los que recupera y compendia artículos y conferencias que recogen su visión sobre la literatura y el papel que esta desempeña.

Pregunta: Es una de los pocos escritores españoles que se aferran a 'Lo real' -lo sociopolítico y actual- para hablar de temas de calado. Otros no se atreven porque suele hacer falta tiempo para poder analizar los sucesos históricos. ¿Le preocupa esta idea, que sus análisis sobre la actualidad puedan revelarse como superficiales o erróneos cuando pase más tiempo y los acontecimientos dejen poso?

Respuesta: Mirar, callar y escribir, y al escribir llegar a ese punto en que estás tan dentro como quien pinta o modela manchándose las manos, es una de las formas posibles de trabajar y es mi manera. Al mirar no trato de adivinar, ni tampoco de reconstruir a toro pasado, sino de reconocer los signos del terreno, ver lo que hay en lo que hay, prestando atención a lo que puede pasar inadvertido. Dentro de un tiempo, nadie puede saber es quiénes serán los dueños, o las dueñas, de la criba con que se escribirá la historia. Porque es distinto, se sabe, lo que sucede de las posibilidades que tiene lo que sucede para llegar a ser significativo.

P: En el libro se contraponen dos ideas, ambas negativas: la de no tener trabajo (en la piel de Álex) y la de tenerlo, pero que este sea 'inmoral' (Carla). ¿Es el trabajo la enfermedad del hombre contemporáneo?

R: Hay una tercera idea en el camino que toman los personajes: organizarse para enfrentar las causas del paro y de aquello que corrompe los trabajos. Y lo hacen sabiendo que la moral individual no es suficiente para enfrentarse a ciertas situaciones, "desgraciado del país que necesita héroes". Así como se acepta que existe lo que la teología de la liberación llamaba pecado estructural -el que se produce en un mundo donde las estructuras violan constantemente los mandamientos, según le gusta recordar a Carlos Fernández Liria-, también creo que hay inteligencia estructural y empatía estructural; con otras reglas políticas y económicas tanto el trabajo como los comportamientos, los días, podrían ser diferentes.

P: Otra idea que recorre la novela es la de la clandestinidad, algo que, en principio, parecía desterrado en esta época de 'libertad de expresión'. ¿Hemos vuelto al pasado? Y, en ese sentido, ¿pueden servirnos técnicas e ideas del pasado para resolver o, al menos, afrontar los problemas del presente?

R: La clandestinidad en esta novela no es, a mi modo de ver, una vuelta al pasado sino la forma de asomarse al borde vertiginoso de las cosas. No es fruto de la persecución sino de la necesidad de adelantar un paso en la batalla. Los personajes de la novela suscribirían la idea de que hay que defender incluso a nuestros enemigos contra la injusticia, sólo que tienen presente la segunda parte del enunciado: defenderles contra la injusticia, no contra todo. Y por lo tanto, defenderse de ellos también con el secreto cuando sea necesario. En cuanto a las ideas del pasado, servirán en parte y en parte deberemos tener en cuenta qué es lo que hoy ha cambiado para modificarlas.

P: También se habla en el libro de aportar cada cual lo suyo ante estos tiempos oscuros. De participar en el cambio en la medida de las propias posibilidades. Como escritora, ¿siente que es esa su obligación: la de denunciar, opinar y aportar ideas a través de sus escritos?

R: A veces he discutido aquellos versos de "Malos tiempos para la lírica": "En mí combaten/ el entusiasmo por el manzano en flor/ y el horror por los discursos del pintor de brocha gorda./ Pero sólo esto último/ me impulsa a escribir". Porque la mayoría de los textos más críticos, incluidos los de Brecht, nacen del entusiasmo por la vida, ambos impulsos están unidos en escritura, no es fácil separar la denuncia del canto. Por otro lado, es imposible no posicionarse, y un tanto absurdo enorgullecerse de no tomar partido, sería como enorgullecerse de no saber lo que se ha hecho.

P: Otra gran cuestión transversal es el feminismo. ¿Cómo podemos superar la crisis económica cuando la mitad de la población sigue teniendo un papel, cuando menos, secundario en la sociedad?

R: Luchando para que ese papel cambie, dejando de cerrar los ojos ante la situación catastrófica de los cuidados, ante las millones de mujeres a quienes se les niega una vida plena, y a veces la vida a secas. Hay que hacer cuanto se pueda y más para que el feminismo mantenga y alimente la fuerza que procede del instinto de supervivencia combinado con una suerte de alegría política colectiva y estructurada.

P: El 15-M, los movimientos sociales y las consignas e ideas que han surgido a partir de ellos son una clara fuente de inspiración para la novela. ¿En qué media cree que estas ideas nos sacarán del atolladero? ¿Estamos ante el fin del capitalismo, el fin de una era?

R: Se está produciendo un cambio en la estructura de sentimiento de esta sociedad unido al relevo generacional. Ha habido otras generaciones pero no supusieron un relevo, y hoy está empezando a darse, al menos y claramente, a pequeña escala en las múltiples formas de autoorganización de la sociedad. Las experiencias, voces, gestos, los actos surgidos en torno al 15-M, nos enseñan, como también la experiencia de quienes llevan siglos luchando por acabar con la opresión y el daño. Habría que combinarlas, tomar lo nuevo y aprender de quienes conocen la resistencia y la violencia de lo viejo que se niega a perder sus privilegios. Pues no parece que el fin del capitalismo este cerca aún, pero sí necesitamos que así sea, más aún en una era en la que es casi imposible imaginar los resultados de cualquier actividad política o económica incluso de mediana envergadura y el riesgo es por tanto, mayor.

P: ¿Se puede dar batalla a las injusticias desde la literatura? ¿Es eso por lo que escribe?

R: Una vez leí esta idea en la que ambos juicios son ciertos: "Sólo porque sabemos lo que sentimos podemos expresarlo en palabras (cuando hablamos) pero al mismo tiempo sólo porque las expresamos en palabras podemos saber cuáles son nuestras emociones (cuando nos oímos)". Escribir se parece a pintar algo para saber cómo es. Y eso que eliges pintar o contar o tratar de saber cómo es, tiene que valer la pena de algún modo. ¿Valer tanto como para combatir una injusticia? Es difícil pero, al mismo tiempo, es innegable que las historias colaboran en la reproducción de normas, comportamientos e ideas. Escribir es expresar el paso de la emoción al pensamiento, ese paso, y sobre qué tramos de vida recae, tiene consecuencias, puede contribuir aunque sea de un modo muy leve y modesto a que el dolor evitable no se afirme, no sea, siquiera, aplaudido por omisión.

P: Utilizar como pretexto de la trama la privatización de la gestión de las donaciones de sangre se intuye como un comentario sobre la creciente pérdida no solo de la privacidad sino, de algún modo, del dominio sobre propio el cuerpo, la alienación absoluta. ¿Es esto lo que quería expresar?

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R: La sangre es un tejido, es un conjunto organizado de células con un comportamiento coordinado para una función específica. La elegí porque es el centro de la vida, lo que somos, lo que se está destruyendo. Es nuestra sangre lo que vendemos al ser obligados a vender -o a no poder vender pero necesitar hacerlo- nuestra fuerza de trabajo, y de ella nos reapropiamos al crear otras relaciones.

P: ¿Por qué utilizar la ficción para hablar de la realidad?

R: Supongo que la ficción debería guardar sueños, y a veces lograr que la desdicha sea un poco menos venenosa. Supongo, como en cierta manera contaba en Acceso no autorizado, que la escritura de una novela podría ser una historia de asistencia remota entre quienes escriben y quienes leen, asistencia de ida y vuelta. Y supongo que hay una forma de prestar atención que sólo puede hacerse a través de lo imaginario.

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