Teatro

La precariedad laboral amenaza al ‘off’ madrileño

La sala de teatro Lazonakubik.

Marcos (que pide aparecer bajo seudónimo) trabajó durante año y medio en una conocida sala del teatro alternativo madrileño, donde realizaba labores de responsable de sala y taquilla y técnico de luces y sonido. Esto le ocupaba una media de cinco horas al día, cinco días a la semana, por las que recibía a final de mes unos 500 euros. No tenía contrato ni estaba dado de alta. Marta (de nuevo, pide no dar su nombre) es una cara muy conocida en las salas alternativas. Esta actriz confiesa haber ingresado entre 30 y 50 euros de media por función en los últimos dos años, por debajo del mínimo de 72,94 euros por representación que fija el convenio de la Comunidad de Madrid. Su sueldo mensual depende del número de funciones y de si logra algún trabajo más fuera del circuito. Nunca ha estado dada de alta en el off

Sus casos son un ejemplo de la parte más oscura del teatro alternativo madrileño, una fértil trinchera creativa que desde sus inicios, en torno a 2009, ha producido algunos de los proyectos teatrales más interesantes del sector: nombres como los de Miguel del Arco, Alberto Conejero, José Padilla, Denise Despeyroux o Pablo Messiez sonaron antes en el off. Pero también ha vivido otro feómeno: la precariedad laboral. Algo que todo el mundo conoce y de lo que casi nadie se atreve a hablar, temiendo las consecuencias que podría tener para su carrera. Para elaborar este reportaje, además de las fuentes que aceptan ser citadas con nombre y apellidos, se ha contactado con tres técnicos de distintas salas y seis actores. Todos coinciden en su relato de trabajo infrarremunerado que se adentra con frecuencia en la ilegalidad. 

"Hay mucho miedo a admitir que nos va muy mal, y que todos pasamos mucha hambre". Habla Joaquín Navamuel, gestor junto a Crismar López de la sala Biribó, una de las 50 que operan en toda la capital según la web de turismo del propio Ayuntamiento. Cuando anunciaron su cierre, que se produjo el pasado 27 de marzo, hicieron algo muy poco habitual en el sector: dar datos. Detallaban en un vídeo las magras cifras de su negocio: llenando las 50 butacas en sus tres funciones por semana (viernes, sábado y domingo) y sumando el alquiler del espacio a compañías, obtenían unos ingresos de 2.952 euros al mes; frente a unos gastos (incluyendo alquiler, cuotas de autónomo, seguros, gestoría y devolución de préstamos...) de 3.277 euros. Esta sala no es representativa de un universo muy heterogéneo —espacios que por sus características pueden hacer un máximo de 240 euros por función, y otros que pueden superar los 700—, pero sí sirve de ejemplo de la situación del sector, en el que cada vez se dejan oír más voces críticas.

Y constata, sobre todo, un fenómeno inquietante que resume Álvaro Vicente, director de la revista especializada Godot: "Las salas que se han puesto más serias con respetar la legalidad son las que han terminado cerrando". Otro caso sería el espacio Sol de York, cuyo dueño, Javier Ortiz, clausuró en 2014 con un discurso similar. Para minimizar los gastos, algunas de las salas han optado por constituirse como asociación cultural y no como empresa (es el caso de la conocida La pensión de las pulgas); por contar con empleados en negro (los tres técnicos consultados lo han sido) o por no firmar contratos con las compañías (seis de los siete actores entrevistados han representado de esta manera). "Si no fuéramos asociación cultural, estaríamos de brazos cruzados en casa", justifica José Martret, responsable de La pensión de las pulgas. "Si la gente cobrara por su trabajo, sí que no sería rentable", reitera con amargura el técnico ya mencionado.

Por qué cierra Biribó from Biribo Teatro on Vimeo.

Crear a precio de saldo

La nueva ola del off surgió como respuesta al recorte en los presupuestos de Cultura realizado por ayuntamientos, comunidades y el Gobierno central, que redujo el número de representaciones y de espacios: uno de cada tres desapareció entre 2007 y 2012. Además, el teatro perdió cinco millones de entradas en esos años debido a la bajada del consumo, según datos de la SGAE. Los creadores tuvieron que emprender (ese verbo de moda) y las salas alternativas acogieron a todos aquellos que ya no recibían tantas propuestas como antes. "El sector artístico trabaja mucho en negro por las ganas de hacer, por esa cosa que es el que me vean para dar el salto a otro sitio. Y eso ya ni existe: antes, la sala off era una catapulta a un espacio más grande. Ha pasado al revés: la gente que estaba en el teatro comercial ha venido aquí", explica Navamuel. 

Ahora, el espíritu es otro. Desde hace tres años, el rumor de que el modelo off no es sostenible se escucha cada tanto. "Cuando alguna sala cierra, emerge el tema de la precariedad, pero se van alternando momentos de euforia y momentos depresivos. También es verdad que, tal y como está ahora, esto no puede sobrevivir", apunta Vicente. Ocurrió con el cierre de Garaje Lumière en 2013 (que denunciaba la dificultad de obtener una licencia adecuada a su actividad), el de Sol de York, el de La casa de la portera en 2015 (hermana mayor de La pensión de las pulgas), y de nuevo en estos primeros meses de 2016.

Echan la persiana Biribó, La pensión y Lazonakubik (antigua sala Kubik). Aficionados y creadores se han llevado las manos a la cabeza pese a que las dos últimas no cierran por falta de público. La Kubik, dirigida por Fernando Sánchez-Cabezudo, dejará de funcionar por motivos meramente circunstanciales: el dueño del local, una nave en el barrio obrero de Usera, quiere venderla. Aún así, su discurso no es triunfal: "No se puede seguir con esta forma de trabajar sin infraestructuras y sin ayudas. Es una etapa de la que he aprendido mucho, pero no volvería a meterme en un proyecto así". Quiere tomarse un tiempo para pensar... y barajar si se presenta al concurso público anunciado por Ahora Madrid para gestionar los teatros municipales, como hizo con el proceso de 2014. La pensión de las pulgas cierra después de haber hospedado 350 funciones de MBIG, la adaptación de Macbeth que está en el origen del proyecto. Lo hacen, dice Martret, por un gusto por la "itinerancia", pero también buscando un espacio más adecuado a su actividad que esta casa de huéspedes con tres pequeñas salas y ninguna salida de emergencias. "Buscamos un espacio que pueda estar insonorizado, que no esté metido dentro de una comunidad de vecinos... Dar un paso más casi a nivel legal", explica.

El problema, señalan los consultados, no está tanto en lo que se puede considerar un fracaso, sino en lo que se consideran éxitos. "No hay que tener miedo a decir que tener cuatro o cinco espectáculos en cartel no es que te vaya bien económicamente", critica Juan Vinuesa, el único de los actores consultados que acepta aparecer con su nombre. Navamuel va más allá y no duda en calificar de "competencia desleal" la forma de trabajar de aquellos espacios al borde de la legalidad. Aquellos que no tienen seguro, que carecen de licencia o cuya licencia no parece adecuada a su uso, o aquellos que trabajan como asociaciones culturales sin ánimo de lucro, que pueden llegar a estar exentas de IVA y ahorrarse el protestado 21%. La ley especifica que sus cargos no pueden estar remunerados y que los socios no pueden repartirse beneficios, cosa que no siempre se cumple. "Hay mucho desinterés por la situación económica o la situación legal, tanto por parte de la administración como en el sector", denuncia, "Nadie interviene, nadie cierra las salas ni pone una multa. No hay ningún control".

Ambigüedad legal

Creadores y salas han desarrollado un discurso muy particular con respecto a su situación legal. Los teatros han criticado duramente la dificultad para obtener una licencia de actividad que se adapte a su naturaleza. Sánchez-Cabezudo, por ejemplo, estuvo a punto de cerrar la sala cuando tuvo que hacer frente a unas obras de unos 100.000 euros en distintas fases para adecuarse a la normativa. La ausencia de una categoría específica hace que el abanico de licencias bajo las que se amparan las salas sea amplio: del de oficinas con el que opera La pensión, solicitada por el negocio anterior, hasta la estricta denominación de "equipamiento cultural privado" de la Kubik, pasando por salas de reunión, bares o el "terciario recreativo" de Microteatro por dinero, que puso de moda el género en todo el país. 

El entusiasmo no paga el alquiler

El entusiasmo no paga el alquiler

Más curiosa aún es la relación con el convenio colectivo. El pasado junio, se incluyó un nuevo artículo en el que se especificaba que, en aquellas salas de menos de 200 localidades o sin contrato a caché, los actores cobrarían lo que un actor de reparto, los 72,94 euros por función mencionados. Para un protagonista, esto significaba que se reducía el pago por representación de 151,11 euros a menos de la mitad. Parte del sector, entre ellos la sala Biribó y Juan Vinuesa, criticaron la medida. Creen que que es demasiado. Que eso es más de lo que puede permitirse una sala de pequeño formato, y que les condena a la ilegalidad. En un movimientoque sería impensable en otras luchas laborales, abogan por reducir los sueldos. "Es verdad que decir que el convenio sea de 30 o 40 euros es muy triste. Pero primero la legalidad, y luego la mejora de condiciones", esgrime el actor. 

Porque la alegalidad o ilegalidad en la que se mueven algunas de estas salas dificulta su interlocución con la administración, a la que el sector acusa de ponerle palos en las ruedas y de conceder ayudas insuficientes o mal ejecutadas. Ante esto, Navamuel se enciende: "Que si el IVA, las licencias, los festivales, las subvenciones… Pero en el propio sector no somos capaces de hacer una autocrítica: que si hay trabajo en negro, es porque lo preferimos así, porque preferimos ganar 40 euros en negro que 10 dados de alta". Y plantea una pregunta polémica: "¿Cómo vamos a decir que somos profesionales cuando no tenemos contrato ni un sueldo digno?".

Álvaro Vicente se toma unos segundos antes de dar su diagnóstico de la situación, muy poco optimista: "Esto ha sido siempre la madre del cordero, reivindican atención de la administración, pero tienen que arreglar lo suyo, claro. Y está bastante enquistado, no sé muy bien cómo se va a salir de ahí". Si hablamos de salida, Marcos y Marta ya vislumbran la puerta. La actriz continuará "hasta que aguante": "Si puedo seguir pagando el alquiler, bien. Pero, ¿y si quiero ser madre? O, ¿cuánto tiempo voy a estar sin cotizar como Dios manda?". El técnico, que también se dedica a la dirección, ve el final más próximo: "Me he puesto una fecha límite para seguir así. Cuando ves a gente de 40 años que sigue en la misma situación… da miedo".

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