Cultura

La última aventura de Laura Ingalls

El escritor Pío Baroja.

Hace unos días, la Association for Library Service to Children (ALSC) decidió por unanimidad cambiar el nombre de un premio: la medalla Laura Ingalls Wilder se llama ahora Children’s Literature Legacy Award.

Un momento. ¿Laura Ingalls? ¿La de La casa de la pradera? Sí, pero, no la de la tele, sino la de carne y hueso, a la que se le reprocha que sus novelas sobre la vida de los pioneros en el Oeste americano, publicadas entre 1932 y 1943, “están llenas de frases hoy en día inaceptables”. En vida, ella misma fue consciente, pidió disculpas por su desconsideración y cambió una línea en Little House on the Prairie: donde decía que Kansas tiene “no gente, sólo indios” leemos “no colonos, sólo indios”. Pero, su gesto no basta: sigue siendo “incompatibles” con los valores del ALSC.

"No he leído esa obra, aunque en su momento vi algún episodio de la serie de televisión, y que ya entonces me pareció insoportable y ñoña −dice el escritor Gustavo Martin Garzo−. Tampoco sé cuáles podían ser las ideas de su autora, aunque eso no es lo decisivo tratándose de literatura. A un libro hay que juzgarle por sus valores literarios, no por las ideas de su autor o su autora. Céline escribió libelos terribles contra los judíos, y sin embargo nadie que ame de verdad la literatura debe dejar de leerlo".

Es otro episodio del culebrón protagonizado por autores a los que, por su ideología, se les escamotea el reconocimiento que literariamente (quizá) merecen, también en la literatura infantil. Un debate inagotable, a veces agotador.

Racistas, misóginos y otras especies animales

En España, la discusión sobre autores del siglo XX, en particular los tenidos por fascistas, ha ocupado muchas páginas. Pero lo más parecido al caso Laura Ingalls lo hemos visto cuando, por causa de Memoria Histórica, se ha planteado eliminar sus nombres del callejero. Nos referimos a los Muñoz Seca, Josep Pla, Mihura

La doctora Loreto Busquets, directora de la revista de hispanismo Studi ispanici, es autora de Pensamiento social y político en la literatura española. Desde el renacimiento hasta el siglo XX (Verbum), donde habla del racismo en algunas obras literarias españolas. En efecto, "no es difícil encontrar manifestaciones de desprecio hacia razas consideradas antropológica o culturalmente inferiores (empezando por moros y judíos)" pero también "es posible relevar autores como el Duque de Rivas que no han dudado en poner al descubierto y denunciar la mentalidad racista difundida entre la población española, imbuida de su superioridad por efecto del discurso político y religioso inculcado por el poder".

Es decir, el pensamiento reaccionario asoma con frecuencia, pero la presencia de un pensamiento progresista es menos rara de lo que se creer. El teatro dieciochesco, que ha estudiado bien, "presenta en algunas obras un pensamiento 'revolucionario' –en el sentido que le da la época– que prevalece respecto a otras decididamente conservadoras cuando no reaccionarias": las del citado Duque de Rivas, y las de Álvarez de Cienfuegos, "de un radicalismo revolucionario que nada tiene que envidiar al de otras literaturas, como la francesa". Hay luego una literatura decimonónica "decididamente reaccionaria, muy del gusto de la burguesía conservadora", de la que es ejemplo la producción de Tamayo y Baus.

Busquets sostiene que el discurso "científico" de la raza pertenece a la cultura y a la mentalidad de la época, "pero ello no significa que su asimilación comporte necesariamente una actitud racista, esto es, despreciativa, discriminatoria y persecutoria. Blasco Ibáñez, por ejemplo, se sirve de él en su tetralogía 'social' (La catedral, El intruso, La bodega, La horda) pero no advierto en ella sombra de racismo alguno. Al contrario de, por ejemplo, Pío Baroja, que no oculta su desprecio por seres humanos que estima 'inferiores'". Ya que damos nombres, pregunto a Martín Garzo por autores acusados de racistas como Castelao, o de fascistas, como Eugenio d'Ors o Rafael Sánchez Mazas. "Eran buenos escritores y leer sus libros, por tanto, nos enriquecerá. La literatura no existe para darnos la razón, sino en todo caso para quitárnosla y así hacer tambalear nuestras certezas". Y cita al poeta israelí Yehuda Amijai: "Donde tenemos razón, no crecen las flores".

La vara de medir

¿Es justo y necesario diferenciar entre el valor literario de los autores de su valor ético y moral? Me dirijo al crítico literario Constantino Bértolo.

"Para responder, habría que aceptar una visión de lo literario que no comparto fundamentado en la separación 'pedagógica' entre forma y contenido que en mi opinión, una vez aprobado el bachillerato, da origen a confusiones como las que esta pregunta pone en evidencia". Cree Bértolo que los textos que una comunidad determinada en un momento concreto homologa como literarios deben circular libremente, "siendo esa propia comunidad la que a su vez determine, a través de procedimientos democráticos, si esos textos son convenientes, en cada momento y situación histórica concreta, para la salud semántica de la comunidad". En ningún caso debería prohibirse su circulación, "pero puede hacerse necesario, si la comunidad así lo determina, intervenir sobre ellos mediante la utilización de los 'anticuerpos' culturales que procedan". A su entender, eso sí, en sociedades como la nuestra, divididas en clases, es imposible que esos procedimientos democráticos tengan lugar.

A continuación, traslado la pregunta al escritor y crítico Andrés Ibáñez. "Uno lee a un pensador, a un filósofo, por sus ideas. Un pensador que defiende ideas racistas nos repugna, otro que defiende los derechos humanos nos gusta. Pero la literatura no funciona de ese modo". En ese sentido, "leer pensando si un autor es racista o no, es una forma equivocada de leer. En realidad, hay muy pocos autores que sean verdaderamente racistas, nazis, etc. porque el arte estimula la imaginación, es decir, la libertad, así como la compasión y el intento de comprender al otro". Ibáñez pide que comprendamos que las ideas de un autor son a menudo irrelevantes. Las de Yukio Mishima, por ejemplo, "son locas y absurdas, pero a pesar de todo en sus novelas hay una descripción maravillosa de la vida humana en toda su miseria y esplendor. Esto es posible por un milagro del proceso creativo, que hace que un autor vea y sepa cosas como creador que no ve ni sabe como persona".

El debate surge en ocasiones de la incomodidad supone enfrentarse a obras del XIX y XX que podemos tildar de racistas pero que no desentonaban de los valores de su época. "Siempre hay que situarse en nuestra situación actual, que es donde el acto literario (la lectura en este caso) se produce −dice Bértolo−. Leer las relaciones entre Robinson y Viernes inevitablemente incorporará las lecturas del racismo que conviven, conflictivamente o no, en nuestras sociedades. La sociedad lee y nosotros, individual o colectivamente, debemos intervenir sobre esta lectura si esta nos parece inconveniente".

La cita del clásico, tan adaptado a la literatura infantil, me anima a preguntar a Martín Garzo por la actitud que debemos adoptar cuando de libros para los más pequeños se trata. "Lo que hay que pedir a los libros que leen los niños no es tanto que les adoctrinen, sino que los emocionen y les hagan preguntarse todo tipo de cosas. Lo políticamente correcto es un horror y un error. Tiene que ver con ese mundo cada vez más totalitario en que vivimos; un mundo de respuestas, no de preguntas. Un mundo donde nos enseñan a juzgar en vez de a comprender, a hacer nuestras las respuestas que nos tranquilizan en vez de las preguntas que nos cuestionan. Y ahí está los recientes ataques a los hermosos cuentos de hadas para demostrarlo. Hace poco leí un artículo en que una periodista decía que La bella y la Bestia era la historia de un maltratador. Una opinión así demuestra una alarmante incapacidad para entrar en ese juego de lo simbólico sin el que los cuentos no existirían, y en el que los niños se mueven como pez en el agua. Privar a los niños de historias tan extraordinarias como La Cenicienta, La Bella Durmiente o Caperucita Roja, es lo que debería preocuparnos. Los verdaderos cuentos nada tienen que ver con las lecturas ejemplares. A los niños no hay que decirles lo que es la literatura, viven en ella. Todos son Caperucita y el lobo a la vez".

Vuelvo a Laura Ingalls. Me pregunto cuántos autores del panteón español serían literariamente eliminados o postergados si se les aplica ese criterio.

Basado en trechos reales

Basado en trechos reales

"Supongo que aquellos que el actual sistema de producción del homologaciones y prestigios literarios imponga −responde Bértolo−. Al respecto, y dado que en ese sistema actual lo hegemónico es la visión formalista que ya he señalado, no creo que vaya a caer ningún Santiago Matamoros literario. Pero como también en el interior de ese sistema hay un combate continuo por la disputa de la hegemonía, supongo que en las propias respuestas a esta pregunta algunas propuestas de nombres aflorarán".

Ibáñez se revuelve: la actitud de "eliminar" o "postergar" autores "es decididamente nazi. ¿Quién puede 'eliminar' a un autor? Los autores ya están eliminados: se han condenado a sí mismos a desaparecer en sus textos. Son sus textos los que cuentan. Y cuentan sólo para esa extraña criatura solitaria, perversa y llena de fantasías, el lector, la lectora".

Por eso mismo, le parece extraña que se le pregunte a qué autor ética y moralmente indefendible defendería por su calidad literaria, ya que "nadie verdaderamente interesado en la literatura o en el arte piensa de ese modo. ¿Cómo se puede decidir si una persona es moralmente buena o mala? ¿Buena o mala para quién? ¿Desde qué punto de vista? Para sus jueces, Oscar Wilde era un degenerado. Para mí, Sartre es un degenerado: defendía a Stalin y el Gulag. Para otros, Sartre era un modelo de integridad. Es mejor no ser tan justicieros. Lo malo de los verdugos no es que castigan a los que no deben: es que castigan".

Más sobre este tema
stats