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'Sin concesiones'

'Sin concesiones', de Charlene A. Carruthers.

Charlene A. Carruthers

infoLibre publica un extracto de Sin concesiones, de la activista afroamericana Charlene A. Carruthers, un ensayo publicado en inglés en 2018 y traducido ahora por la editorial Consonni. En este volumen, que pretende funcionar como una guía para activistas del siglo XXI, la militante feminista, LGTBI y por la liberación negra parte de estas tradiciones radicales para señalar herramientas y vías de acción. Así, en Sin concesiones se entrelazan el relato autobiográfico, la narración histórica y el ensayo para proponer una nueva concepción de las relaciones entre clase, raza y género.  

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O todas o ninguna

 

Este enfoque sobre nuestra propia opresión está incorporado al concepto de la política de la identidad. Creemos que la política más profunda y potencialmente la más radical se debe basar directamente en nuestra identidad [...]. Si las mujeres Negras fueran libres, esto significaría que todos las demás tendrían que ser libres ya que nuestra libertad exigiría la destrucción de todos los sistemas de opresión.—Colectiva del Río Combahee, 1977

 

No hay nada que haga caer tantas caretas de forma tan directa y efectiva en Estados Unidos como unas elecciones presidenciales. A la humanidad se le da bien sacar lo peor y lo mejor de sí en un ciclo infinito. Sabemos, cómo no, que los candidatos están dispuestos a decir y hacer casi cualquier cosa por ganar. También sabemos que, cada cuatro años, los partidos demócrata y republicano por igual recaudan cantidades astronómicas de dinero que poder gastar en consultoría, anuncios, operaciones sobre el terreno, gorras, carteles para jardines, análisis de datos, llamadas telefónicas a votantes y un sinfín de cosas más. Los candidatos visitan iglesias, celebran mítines, besan bebés y comen pollo frito al estilo Kentucky con la esperanza de demostrar que comprenden las preocupaciones de la gente. Y, aunque estas actuaciones les sirven para recaudar fondos, al final si lo hacen es para ganar el día de las elecciones.

Los estrategas de campaña deciden cuáles son los grupos que mayor cantidad de dinero amasarán y mejor contribuirán a sus intereses, y piensan en qué mensajes serán los que alcancen más repercusión. Las campañas electorales presidenciales de 2016 fueron un ejemplo excelente de lo importante que es el mensaje. No es sorprendente que precisamente los grupos objetivo y el mensaje que estos recibieron hayan sido la clave del debate sobre por qué Hillary Clinton —cuyo partido, comité de campaña y los llamados Super PAC (Comités de Acción Política) recaudaron unos 1.200 millones de dólares— perdió las elecciones frente a un contrincante, el republicano Donald Trump, que tenía menos dinero, estaba acusado de múltiples agresiones sexuales y no tenía experiencia alguna en el servicio público.

Independientemente de dónde se hayan visto o leído las noticias, todas las tertulias predecían la victoria de Clinton. Nate Silver, el rey de los sondeos, predijo que Clinton ganaría por goleada. Estaba a favor del derecho a decidir y tenía el apoyo de una horda de organizaciones feministas importantes, sindicatos y muchas de las principales organizaciones progresistas. Se dio por hecho que las mujeres blancas eran potenciales votantes. La Primera Dama, Michelle Obama, llegó a involucrarse en el periodo de campaña para dar su apoyo a Clinton, mientras el Presidente Barack Obama afirmaba que se lo tomaría como una "afrenta personal" si el electorado negro no salía a las urnas y votaba a Clinton. Como ahora sabemos, ganó tanto el voto negro como el popular... y perdió en el Colegio Electoral.

Me encuentro entre las personas que cayeron en el error de creer que este país nunca elegiría como presidente a un multimillonario racista con múltiples acusaciones por violación y sin ninguna experiencia como funcionario. Mis camaradas y yo nos estábamos preparando para pelear por fin con el partido demócrata, ahora que se iba la administración de Obama. Cuando a las dos y media de la madrugada me desperté y me enteré de que Clinton había perdido las elecciones, no fui la única horrorizada e incapaz de comprender lo que había pasado. Todo el mundo —expertos, progresistas e innumerables personas de a pie— necesitaba explicarse quién o qué tenía la culpa de la derrota de Clinton.

Como era de esperar, el resultado fue un clásico de la llamada Izquierda Estadounidense. No habían pasado dos días desde las elecciones y los artículos sobre "el fracaso de las políticas de la identidad" ya empezaron a salir. La política de la identidad conlleva posturas y acciones basadas en la identificación de las personas según raza, género, clase, religión, discapacidad y otras experiencias vividas. Curiosamente (y de forma intencionada), las identidades que estos artículos señalaban como divisivas coincidían perfectamente con los grupos que la campaña de Trump había puesto en el blanco: las mujeres, las personas musulmanas, las negras y las demás personas racializadas.

Individuos que anteriormente habían creído en las aportaciones positivas de la política de la identidad —como John B. Judis, autor de The Emerging Democratic Majority, que en su día ensalzó el potencial de que "profesionales, mujeres y minorías" creasen mayorías demócratas— habían cambiado de parecer de la noche a la mañana y escribían ahora críticas feroces. En cuanto al porqué del fracaso de los demócratas, Judis concluía que estos habían "sobreestimado la fuerza de una coalición basada en la política de la identidad".

El politólogo Mark Lilla pidió la eliminación total de las políticas de la identidad del liberalismo. Sostenía que estaba cundiendo un "pánico moral entorno a la identidad racial, de género y sexual que ha distorsionado el mensaje del liberalismo y ha impedido su transformación en una fuerza unificadora con capacidad para el gobierno".

Esta llamada al fin de las políticas de la identidad ilustra la necesidad de poner fin al liberalismo. Cuando los liberales dicen que necesitamos cambio con moderación, lo que yo oigo es "tú no" y "aún no". Cuando los académicos blancos alegan que "los demócratas no pueden ganar elecciones simplemente apelando a los grupos identitarios de un electorado estadounidense en aumento" (como escribía Judis), lo que a mí me llega es un análisis erróneo e insuficiente del modus operandi del partido demócrata. Este no albergó ni una sola estrategia para invertir en mujeres y comunidades negras y de tez oscura en la campaña electoral de 2016. Subestiman constantemente a las mujeres negras, a pesar de ser uno de los colectivos de votantes más leales al partido, y como candidatas siempre las privan de los recursos suficientes.

Estos llamamientos al fin de la política de la identidad surgieron en un momento en el que el estado de shock se sentía por todo el mundo. Pero lo que estos llamamientos no llegaron a reconocer del todo es el modo en el que las identidades blanca y masculina, tanto de clase obrera como de clase alta, jugaron papeles decisivos en el resultado de las elecciones. Es más, el hecho de que se identificara a las mujeres, personas negras, latinas y racializadas como malas inversiones políticas demuestra una falta de honestidad y rigor a la hora de explicar las causas de la derrota de Clinton. Clinton perdió en parte porque tanto los medios de comunicación y las organizaciones progresistas como los líderes del partido demócrata subestimaron la fuerza del sexismo, la ansiedad blanca, el miedo que se fue sembrando y la supresión del voto que impidió que muchas personas marginadas (como las previamente encarceladas o las que carecen de documento de identidad oficial) acudieran a las urnas. Si bien es cierto que algunas personas predijeron la derrota, hubo un fallo de cálculo inmenso en cuanto al apoyo que tenía Trump, al igual que a lo largo de la campaña se sobreestimó la efectividad y el atractivo del partidodemócrata. Las elecciones dejaron patente lo que de verdad pensaban los progresistas y liberales que no mostraron ni un ápice de solidaridad hacia los colectivos oprimidos. Las opiniones de la "izquierda" liberal que he podido leer y escuchar no difieren mucho de las de los partidarios de Trump a los que amonestan.

Para poder cambiar esta dinámica habría que reestructurar el sistema de poder dentro del Comité Nacional Demócrata, el de todas las instituciones afiliadas al partido y el de la comunidad filantrópica progresista. Un verdadero cambio político en Estados Unidos requeriría que las mujeres blancas liberales y progresistas dejasen de engañarse a sí mismas y aceptasen que las mujeres blancas votan constantemente en contra de los derechos de las mujeres al dar su apoyo a candidatos clasistas, racistas y sexistas contrarios al aborto. Como he dicho anteriormente, el poder no concede nada que no se le exija de forma organizada. Aún está por verse que ese nivel de organización vaya a llegar antes de las elecciones de 2020.

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Las políticas de identidad estadounidenses son tan antiguas como la fundación del país. En aquel entonces, eran hombres blancos con diversos niveles de riqueza y acceso a recursos quienes debatían y tomaban decisiones destinadas a proteger los intereses de la clase dirigente, que era terrateniente y esclavista. La política de la identidad de los hombres blancos y cristianos del Ku Klux Klan —desde su fundación en 1865 y a lo largo de sus muchas reapariciones— ha supuesto la violación y el asesinato de personas negras. Las personas más poderosas de este país, incluidas las que controlan los programas de estudios de la educación pública, los medios y el gobierno, se sirven de la identidad que tienen en común para promover la amnesia colectiva y crear una imagen distorsionada de lo que conforma el verdadero tejido de este país.

Pero las políticas de la identidad no son divisivas por naturaleza, ni tienen por qué serlo. Puede ser fácil de olvidar, pero son las personas, junto con los sistemas opresores que estas sostienen, quienes crean las divisiones sociales. Pese a que los sistemas opresores y los relatos que sirven para mantenerlos son muy resistentes, existe otra manera. Cuando las políticas de la identidad se alejan de los márgenes, la liberación se vuelve posible. La Colectiva del Río Combahee, una organización de base formada por feministas negras en 1974 y liderada por mujeres negras —también lesbianas—, escribió un manifiesto y dirigió campañas en las que no solo articularon unas políticas de identidad liberadoras, sino que también las pusieron en práctica6. Las políticas de identidad verdaderamente transformadoras provienen de las corrientes feministas y queer dentro de la tradición radical negra. La promesa de la liberación colectiva y el poder que esta alberga existe en cómo se solapan e, incluso, en sus divergencias.

 

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