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José Sacristán nos recuerda que "lo primero es antes"

“Un día fui cromo y ese día fue la hostia”. El 158. Ése fue el número que situó a José Sacristán en las páginas del álbum Astros y Estrellas de la Pantalla en 1976. Un cromo de Bruguera que confirmaba el lugar en el mundo del actor de Chinchón.

Un lugar que se sitúa en el cine de su pueblo siendo niño, “ese crío que fui y que no descuido para nada porque le tengo mucho cariño y respeto”. Por eso, sigue jugando, echando cada día una ojeada al niño que fue, “¡pobre de aquél que no lo hace!”. Un crío que, en la delantera del gallinero del Lope de Vega, cayó para siempre en brazos de la fascinación del cine viendo su primera película. Y al que hoy, con pelo cano, mirada dulce y confinado en su casa de Peralejo (Madrid), sueña con regresar.

A Sacristán no le cuesta nada volver la vista atrás porque se reconoce en su camino: “Vengo de un sitio donde la gente dispone de lo mínimo para poder echar a andar”. Por eso, a sus 82 años, sigue caminando mientras no se olvida de mirar al cielo para contarle a su padre que, pese a muchas batallas vividas y al paso de los años, los ajos se siguen vendiendo bien.

La suya es una película casi increíble, de convivencia con la precariedad, de empuje para vencerla, de trabajo y más trabajo, de sueños y de final feliz aunque antes la felicidad le frecuentara poco. Culpable, el franquismo: “Ese régimen que envolvía todo de esa cosa sudada, gris y cochambrosa” que condenó a muerte a Venancio, su padre. Un agricultor chinchonete con una conciencia de clase que nunca dejó de explicar a su hijo: “Cuando ganan las derechas, media libreta de pan y medio cuartillo de vino; cuando ganan las izquierdas, una libreta de pan y un cuartillo de vino”.

La tierra áspera y dura de Chinchón es la seña de identidad de los Sacristán. Lo fue de su padre cuando su condena se convirtió en cuatro años de prisión en el penal de Ocaña y, después, en el destierro obligado de su pueblo que llevó a la familia a vivir hacinada en una habitación de la madrileña calle General Oráa. Y lo es de José cuando recuerda el campo por el lomo doblado, el sudor, el frío y el polvo de la trilla “que nunca acababas de quitártelo”.

Sin embargo, pasados más de 60 años reinventándose delante de las cámaras y subido a los escenarios, el actor sigue cuidando la toma a tierra. En los días duros que nos toca vivir, se deja llevar por la magia de las películas de Stanley Donen: por Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia, por Frank Sinatra en Cantando bajo la lluvia, Un día en Nueva York, y por los danzarines leñadores Pontipee y sus futuras esposas en Siete Novias para Siete Hermanos. Con ellos se recuerda de crío durmiendo en el cajón que por el día albergaba las astillas de la lumbre. Desde aquella mísera cama, jugaba a proyectar con una linterna figuras de mosqueteros, de indios y de vaqueros, de todo hasta donde llegaba la magia de la imaginación.

Con vocación de Don Quijote, no malversar ni descuidar su condición de Sancho Panza ha conducido a Sacristán a disfrutar de aplauso unánime y de respeto sincero. Y como a caminar se aprende caminando, el actor tiene siempre los libros del poeta de Campos de Castilla al alcance de la manoCampos de Castilla: Yo tengo a Don Antonio Machado como libro de cabecera y a él vuelvo no sólo como poeta sino como maestro, como hombre de los que, como decía Miguel Delibes, nos enseñan a mirar”.

Ahora, mientras mira y camina junto a su inseparable Amparo, se empapa de cuanto la vida le devuelve por tanto como le privó. Disfruta del flamenco recordando a la Nati, su madre, “mi cómplice y mi confidente, el sitio donde mejor se estaba”, cuando le cantaba fandanguillos y Somos como dos barquitos antes de dormir. Con Mozart y Beethoven continúa buscando el sosiego de la música clásica, sin embargo, pese a que “me han ido bien las cosas”, no olvida la inquietud de unos tiempos en blanco y negro donde se podía soñar “pero lo jodido era cumplir los sueños”.

Años cincuenta de mecánico tornero convencido de que su verdadero lugar en el mundo no era un taller. Años sesenta de hambre, con un hijo a su cargo, subiéndose a escenarios mientras vendía, por camerinos y lugares clandestinos, los libros prohibidos de Galdós y tantos otros que tachó el franquismo. Y años en los que, pese a dos funciones diarias, el pan entraba, a comisión, trabajando para el Círculo de Lectores. Hasta que, en los setenta, la comedia, ”La Españolada” y el cine del destape le tendieron la mano: “Por encima de todo, mi memoria está en el agradecimiento a la gente que confió en mí, en el disfrute inmenso que suponía para mí levantarme para ir a rodar películas. No soy ningún imbécil, hay algunas que son lo que son pero yo quiero a todas por igual porque han supuesto para mí una pequeña escalada comprobando que me podía ganar la vida con esto de hacer películas”.

Fachada del Teatro Lope de Vega (Chinchón)

Con ellas, desde La Familia y uno más, la primera, hasta las casi 200 que ya ha rodado, llegaron los Premios, los homenajes de su pueblo, un Goya, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, largos aplausos, ovaciones y puestas en pie. Sacristán es agradecido pero suscribe a su gran amigo Fernando Fernán Gómez cuando decía que “la prueba más contundente de tu éxito, es la continuidad en el trabajo. Lo demás, es añadido”.

José Sacristán, Premio Goya de Honor 2022

José Sacristán, Premio Goya de Honor 2022

Esperando que pase el confinamiento para regresar al escenario y volver a poner voz a Delibes en Señora de Rojo sobre fondo GrisSeñora de Rojo sobre fondo Gris, en la vida, Sacristán no se resigna a nada pero tiene serias dudas de que salgamos mejores de la situación que estamos viviendo: “No es el momento de andar tirándose los muertos los unos a los otros; eso es sencillamente miserable”. Enemigo mortal de las definiciones, el actor insiste en la falta de concreción y desorientación de la izquierda, un mal endémico porque “como decía una viñeta de El Roto, las derechas se entienden mientras que las izquierdas se matan”. Y de nuevo, el de Chinchón regresa a Machado para advertir lo que más le preocupa de “un turbio panorama político”: “a distinguir me paro las voces de los ecos que a mí me resuenan ya a ecos que creía habían desaparecido pero vuelven a aparecer”.

Por eso, para cerrar su Playlist, Sacristán nos invita a colaborar y trabajar todos juntos, a aparcar la mezquindad, la necedad y el miserabilismo, a tener claro que “lo primero es antes, a poner en primer término lo que hoy es urgente y evidente: la necesidad de salir adelante entre todos”.

Pese a tener “el culo chamuscado de tantas sillas eléctricas”, humilde, tolerante y decente aquel niño de Chinchón, que soñaba con ser Tyrone Power, sigue procurando que no le miren con desprecio ni desdén. Es así como se hizo y, no deja de hacerse, merecedor del cromo 158.

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