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Fillon: un órdago a la izquierda francesa

El candidato republicano, Françcois Fillon.

Si François Fillon ha ganado las primarias de la derecha en Francia es porque la izquierda ha dejado de existir. Ése es, ni más ni menos, el mensaje de los votantes. Están seguros de que su ganador tiene temperamento y una ocasión única para actuar sin preguntarse si esta medida o aquélla va a ser demasiado dura de imponer o demasiado arriesgada de aplicar. François Fillon y Alain Juppé presentaban, en esencia, el mismo programa, es decir, el catálogo más liberal y más conservador desde la guerra de 1940-1945. Lo que les ha llevado a desempatar, por una impresionante diferencia de votos, es que el alcalde de Burdeos contaba con redondear los ángulos, mientras que el diputado de París prometía afilarlos. Con Fillon, a tenor de su discurso, no hay lugar a dudas, o se toma o se deja.

Se toma: el aspecto social más importante de la historia de Francia, 500.000 funcionarios menos. Se toma: un plan de austeridad entre dos y tres veces más drástico que el del quinquenato de Hollande. Se toma: bajada masiva de impuestos a los más ricos y a las empresas y aumento del IVA para los hogares. Se toma: adiós a la duración máxima semanal de la jornada laboral, ahora establecida en 48 horas. Se toma: 39 horas remuneradas, 37 en la función pública. Se toma: el contrato se impone sobre la ley. Se toma: desmantelamiento de la Seguridad Social en beneficio de los seguros individuales contratados con compañías privadas. Se toma: reescritura de la historia de Francia en la enseñanza. Se toma: jubilación a los 65 años y derechos completos a los 68 o 70 años.

Hace diez años, la menor alusión a cualquiera de los aspectos aludidos de este sorprendente programa habría desencadenado un malestar general. En 2016, nada de nada. Tranquilidad. Ni manifestaciones, ni huelgas como en 1995, ni contrato de fomento del empleo, ni endurecimiento relativo a las pensiones. Una vez resuelto el asunto de Nicolas Sarkozy, que estorbaba, el electorado de derechas ha elegido, sin temor a que se desencadenaran vientos contrarios, al candidato que va un poco más allá en cada uno de dichas cuestiones y que resumen tranquilamente su método: sin cuartel, sin compromiso, sin negociaciones, órdenes.

Así las cosas, la derecha que votó este domingo no tiene la sensación de que Fillon vaya a iniciar reformas, sino que piensa que “por fin” va a hacer tabla rasa. Hay que estar muy tranquilo para meterse en campaña con semejante programa. Estar seguro de que, en mayo, los franceses no se van a sentir contrariados ante tamaño rosario de sacrificios. Tener la seguridad de que ninguna oposición política o sindical se va a cruzar en su camino.

Este programa, que se confirma al haber elegido al candidato de menos consenso, puede verse como un órdago a la izquierda, pero quizás va todavía más lejos. Traduce un sentimiento de omnipotencia; el de una fuerza cuyo adversario puede estar fuera de combate antes incluso de llegar a entrar en liza.

¿De dónde sale esta seguridad? De los sondeos, por supuesto, que pronostican una segunda vuelta de las presidenciales con el candidato de la derecha y de la ultraderecha. Del resultado sin contestación de todas las elecciones de los últimos cuatro años… Y de la división que reina en la izquierda alternativa, a la derecha del PS. Aunque Jean-Luc Mélenchon ha sido alcanzado por el Partido Comunista, Lucha Obrera enviará como de costumbre a su representante y el Nuevo Partido Anticapitalista también presentará como siempre a su candidato. Los ecologistas han elegido a Yannick Jadot, tras unas primarias. Lo mismo que los radicales de izquierda, mientras que los socialistas dudan entre un primer ministro, un presidente, exministros (y la lista no se acaba aquí). ¿Resulta útil incluir a Emmanuel Macron? Echemos cuentas: si la izquierda obtiene un tercio de los votos, se repartirán al menos entre siete caballeroscaballeros. Con semejantes estadísticas, a los electores de las primarias de la derecha y del centro no les ha preocupado dar miedo a Francia al elegir al hombre de derechas más a la derecha.

Pero el exceso de pretendientes, en unas elecciones supuestamente perdidas de antemano, no es la única razón que proporciona tranquilidad a la derecha en el combate. Observando al Gobierno, así como a la izquierda de la izquierda, la derecha tiene la sensación de haber firmado, por razones políticas, un seguro para cinco años.

El Gobierno actual se encuentra en estado de muerte clínica, hasta un punto de que los rumores de remodelación que circulaban este sábado (se dice que Hollande está muy enfadado por las declaraciones de Manuel Valls al diario Le Journal du dimanche Le Journal du dimanchey que sopesa sustituirlo por Bernard Cazeneuve) parecían responder a los del último espasmo. Esta extraordinaria debilidad es la secuencia lógica de la caída libre iniciada en 2012.

El presidente elegido por la izquierda ha apostado por volver al centro y ha abandonado progresivamente a los marcadores de sus filas para dirigirse hacia los de la derecha. La llegada de Manuel Valls ha acelerado el movimiento, consagrando a una joven esperanza, Emmanuel Macron. Tal que así se presenta el resultado del quinquenato Hollande. La izquierda del PS se ha visto apartada, Macron se ha ido, Valls está a punto de provocar una secesión en el partido y la derecha ha respondido a las quimeras del “ni derecha ni izquierda”, enviando directo a las presidenciales al candidato más a la derecha desde la Liberación.

Tranquilizado por esta hecatombe, la derecha triunfante podría mostrarse preocupada por el auge de Jean-Luc Mélenchon. Ya no. ¿Por qué? Porque está convencida de que el candidato de la izquierda alternativa ampliará su núcleo hasta sustituir a Hollande, pero este núcleo, incluso mayoritario en la izquierda, seguirá siendo un núcleo. La derecha ve en él a un hombre de movilización, pero no de concentración.

A esto, añádase la seguridad de que los sindicatos no van a poder soportar las futuras leyes que creen les priva de su supremacía en beneficio de las consultas realizadas en las empresas y ahí está la clave del resultado de este domingo. La derecha, segura de sí misma y dominadora, está convencida de haber elegido no sólo a su candidato, sino al presidente de la República.

Se trata de un órdago a la izquierda. Demostrar que sigue existiendo, superando sus odios viscerales y sin renunciar a ejercer el poder político. El Partido Socialista sólo sobrevivirá si se olvida de la ilusión electoral de una “apertura” que ha desembocado en las demagogias de François Fillon y en la que ha perdido el norte y a sus electores. En cuanto a la izquierda de Jean-Luc Mélenchon, será necesario que se abra a los electores de la izquierda moderada sin rechazarlos a la derecha, si es que quiere calificarse para la segunda vuelta. Puesto que Mélenchon ha comprendido que hace falta un candidato natural para existir en las presidenciales, admitirá también que hace falta una coalición para poder ganarlas.

Sin el regreso a la izquierda de las fuerzas todavía en el Gobierno, y sin el adelantamiento a sí misma por la izquierda de la izquierda, las elecciones de 2017 cuentan con todos los ingredientes para recordar a las de 1969. Entonces, un centrista, Alain Poher, salió derrotado frente a un gaullista, Georges Pompidou. En la próxima primavera, un candidato de la derecha más dura puede enfrentarse a la líder de la ultraderecha.

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Traducción: Mariola Moreno

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