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La masacre de Las Vegas: ¿es EEUU un Estado canalla?

Imagen del tiroteo ocurrido el 1 de octubre en Las Vegas, Nevada.

La masacre de Las Vegas no es un suceso XXL con visos de convertirse en una producción de Hollywood. No es un accidente, tampoco un episodio fortuito de violencia desmesurada. Esta nueva matanza múltiple causó, el 1 de octubre, 59 muertos y 527 heridos en el corazón de la mitología norteamericana: un concierto de música country, en la ciudad de la fiesta y del juego, Las Vegas. Sin embargo, no es sino un nuevo episodio de barbarie que viene a ilustrar la lenta deriva de la sociedad norteamericana hacia lo peor, una deriva iniciada hace casi 20 años.

Como en un ritual, políticos y medios de comunicación norteamericanos han vuelto a abrir de inmediato el eterno debate sobre las armas de fuego. Sí, 300 millones de armas de fuego circulan en el país, dos veces más que en 1968. Armas y municiones de guerra pueden adquirirse en internet y hace tan sólo unos años la cadena de supermercados Walmart consentía retirar de los estantes el célebre fusil de asalto M16. Sí, la tasa de homicidio por armas de fuego es 50 veces más elevada que en Francia y, sí, el Congreso se ha opuesto a cualquier reglamentación pese a la insistencia reiterada de Barack Obama.

Bien es verdad que este debate es útil, pero no podrá superarse ni desbloquearse mientras se oculten las verdaderas constataciones sobre la evolución de Estados Unidos, de sus representantes políticos y de su sociedad. De inmediato, la Administración Trump se ha apresurado a zanjar la cuestión: “Es prematuro un debate”, ha dicho en un tuit. La NRA (National Rifle Association), el poderoso lobby de las armas, fue uno de los principales apoyos de Donald Trump en su campaña presidencial.

Estados Unidos es ahora ese país donde un jubilado blanco y rico se transforma en un asesino múltiple, donde un agente de Policía puede decir que “sí, aquí, sólo matamos a negros”, donde el Ku Klux Klan desfila en público, donde los enfrentamientos raciales no dejan de multiplicarse, donde el encarcelamiento se ha convertido en una industria, donde las desigualdades sociales nunca han sido tan fuertes, donde la sanidad o la educación funcionan como máquinas de discriminar. Y Estados Unidos es ese país cuyo presidente injuria vía Twitter a sus oponentes, amenaza con “borrar del mapa” a un país (Corea del Norte) con armas nucleares en caso de necesidad, amenaza con invadir otro (Venezuela), sermonea a sus aliados en términos insensatos, amenaza con romper acuerdos internacionales que ha firmado él mismo (acuerdo sobre el clima, acuerdo sobre lo nuclear con Irán, restablecimiento de las relaciones con Cuba).

En resumen, Estados Unidos reúne a día de hoy algunos de esos elementos que George W. Bush defendía en 2002 en su famoso discurso sobre los “Estados canallas” (rogue States) y del “Eje del mal”: Estados en crisis, inestables, agresivos, construidos sobre la violencia, que rompen las reglas comunes. El peligro no es sólo para una sociedad norteamericana sumida en la violencia, donde a las fracturas sociales responde una polarización política sin precedentes. Norteamérica pasa a ser también un peligro para el mundo dado que ahora es imposible excluir que lo peor pueda surgir en una Presidencia errática e imprevisible.

En ese sentido, la matanza de Las Vegas y Donald Trump son dos ilustraciones de la sociedad norteamericana, dos facetas de un mismo rostro, el de una hiperpotencia en plena crisis, crisis de identidad, crisis social, crisis cultural, crisis de proyecto. Se podría decir con ironía que el asesino de Las Vegas surge como una especie de miniDonald. Un hombre de edad avanzada, blanco, que ha hecho fortuna en el sector inmobiliario, que vive en un barrio residencial con campo de golf y que se entretiene en los casinos jugándose decenas de miles de dólares. Sin duda, la investigación revelará muchas otras cosas, quedémonos en este punto para establecer la comparación…

Pero como esta Norteamérica que descubre hoy un monstruoso asesino múltiple, recordamos lo ocurrido en noviembre de 2016: todos los y las que descartaban una posible victoria de Donald Trump se quedaron estupefactos. El famoso modelo democrático americano llevaba al Gobierno a otro monstruo, ciertamente mal elegido, pero electo a pesar de todo. No sólo Donald Trump no era una anomalía en el panorama político, como demostró su conquista metódica de la candidatura republicana, sino que representaba con talento esa “base” de una Norteamérica blanca en crisis. Y continúa haciéndolo como demuestra la serie de mítines que ha ofrecido a principios de septiembre, en los que sigue recibiendo ovaciones de un público masivo.

Dos décadas de conmociones

La masacre de Las Vegas no es una anomalía. Cierto es que el número de personas asesinadas o heridas supone un “récord histórico”, pero The New York Times ha hecho cálculos: en 477 días (desde la matanza de Orlando, el 12 de junio de 2016), se han cometido 521 tiroteos múltiples. ¿Qué es un mass shooting? Un suceso en el que mueren o resultan heridos al menos cuatro personas… Por tanto, desde Orlando, 585 personas han muerto y 2.156 han resultado heridas.

Los tiroteos múltiples se han convertido en una característica del american way of life, lo mismo que el consumo excesivo de energía, la devastación del medio ambiente (en concreto con el boom de los gases de lutita), la concentración excesiva de la riqueza, las fracturas entre comunidades o la histeria patriótica. En menos de veinte años, este modo de vida, antaño el modelo que debía conquistar el mundo, ha cambiado en profundidad. Y el punto de inflexión es, sin duda, el año 2000, cuando llegó al poder –también mal elegido– un hijo de papá, que dejó el alcohol y born again christian: George W. Bush.

No sólo se produjeron las guerras de George W. Bush, la violencia y la sangre de Oriente Medio, los miles de soldados norteamericanos muertos o heridos, las decenas de miles de veteranos hoy de regreso al país y que ejercen una importante influencia en el cuerpo social. También ha existido la tortura reivindicada desde la cúpula del Estado, la violencia institucionalizada, la influencia sin precedentes de las industrias armamentística y de vigilancia, la militarización del espíritu cívico ahora obligado a movilizarse en la “guerra contra el terror”: el resultado ha sido una difusión en profundidad de una violencia que se ha multiplicado en toda la sociedad norteamericana.

Los tiroteos múltiples se multiplican a un ritmo exponencial desde hace una quincena de años. ¿Cómo no ver, como si fuese el eco, que sucede algo similar con las violencias policiales, los crímenes racistas y con las políticas de encarcelación masivas? “A principios de los 70, teníamos 300.000 personas entre rejas. Hoy son 2,3 millones, a los que hay que añadir siete millones en libertad vigilada o en libertad condicional”, según señala a Mediapart, socio editorial de infoLibre, el abogado Bryan Stevenson. “Este encarcelación masiva me preocupa por la conciencia y la naturaleza misma de nuestra nación”, añade el abogado.

Estados Unidos es hoy ese país donde un hombre negro de cada tres, de entre 18 y 30 años, se encuentra en prisión o en libertad condicional. Donde la “guerra contra el terror” justifica el arresto, violando con ello todas las normas del derecho norteamericanas e internacionales, de casi de cien personas en la base de Guantánamo. Donde el presidente justifica las manifestaciones de la ultraderecha racista en Charlottesville.

Los dos mandatos de Barack Obama ocultaron esta Norteamérica en crisis. A falta de firmeza o de eficacia, la presidencia Obama ha permitido mantener una representación política sofisticada, sensible y consciente de las nuevas fracturas y desigualdades sociales. La irrupción y las erupciones de Trump son como el desenmascaramiento de esta nueva América. Los primeros en descubrirla son esos neoyorkinos (votan demócrata masivamente) o los californianos que, por vez primera, hablar de secesión incluso de proclamar su independencia de la Unión. Para ellos la respuesta a esta pregunta: ¿Qué hacer en un país capaz de producir al asesino de Las Vegas y a Donald Trump? _____________

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Traducción: Mariola Moreno

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