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En la cabeza de los terroristas neonazis

Dispositivo de seguridad en el exterior de la sinagoga de Pittsburgh.

En el perfil de Robert Bowers en la red social Gab podía leerse “1488”. El número 88 remite por duplicado a la octava letra del alfabeto en Heil Hitler. El 14 lo sacralizaron los neonazis occidentales, en alusión a una frase del neonazi estadounidense David Lane que contenía dicho número de palabras: “Debemos asegurar la existencia de nuestra raza y un futuro para los niños blancos”. Lane era un supremacista blanco que murió en prisión tras participar en un asesinato antisemita de The Order, grupo terrorista fundado en 1983 por antiguos miembros de la National Alliance, que a su vez había participado en la campaña electoral de George Wallace, un racista que optó a las presidenciales de 1968, obteniendo el 13,5% de los sufragios.

Recientemente, Bowers también escribía en su cuenta cosas como: “No son indocumentados ni siquiera ilegales. Son invasores” o “los judíos son hijos de Satanás (Juan 8,44)”. Las dos proclamaciones parecen referirse a sendas execraciones racistas, pero en realidad se refieren a un único asunto. Éste fue mencionado por Bowers mientras estaba siendo tratado de sus heridas. Luego, supuestamente, le dijo a un policía que quería a todos los judíos muertos, porque estaban “cometiendo genocidio contra su pueblo”. Además, Bowers publicaba habitualmente comentarios negacionistas en su perfil.

De modo que nos encontramos ante una ideología precisa. El apego de los judíos a Satanás es, por supuesto, un clásico del antijudaísmo. Los neonazis norteamericanos aseguran que quieren vencer al poder judío que subyace tras el Estado norteamericano: el Zionist Occupation Government (gobierno de ocupación sionista, conocido como ZOG). Y denuncian el “genocidio blanco” que constituiría la promiscuidad interracial.

El término de white genocide (genocidio blanco) apareció por primera vez en 1972 en la prensa del Partido Nacional Socialista del Pueblo Blanco (NSWPP), cuando se dijo que la promoción de los métodos de planificación familiar tenía como objetivo permitir la destrucción de la raza blanca. En su libro White Genocide Manifesto (El manifiesto del genocidio blanco) de 1995, David Lane explica que el genocidio de la raza blanca, orquestado por un ZOG definido como dirigente de Occidente, implica la promoción de la homosexualidad, del aborto y del mestizaje. Los argumentos de Bowers no representan dos odios diferentes, sino uno solo: la inmigración es un arma del ZOG para destruir a la raza blanca.

El equivalente francés

Este esquema no es exclusivamente norteamericano. La Falange francesa, prohibida por el Estado en 1958, dirigida por el sobrino del colaboracionista Marcel Déat, denunciaba el globalismo judío que mezclaba y orientalizaba a los pueblos de Europa. Maurice Bardèche, el primer negacionista francés, explicó que la inmigración afromagrebí en Europa constituía “el verdadero genocidio moderno”. Después del asesinato de su discípulo y número dos François Duprat en 1978, el periódico del Frente Nacional (FN) publicó este elogio:

“Habías comprendido a la perfección que detrás del ENEMIGO APARENTE se encontraba agazapado el ENEMIGO REAL y te habías atrevido a sacar a la luz su repugnante hocico. Todos conocemos el plan que había tramado contra nuestro pueblo: la gran apertura de las compuertas de la inmigración era sólo el corolario necesario de la campaña antinatalidad y de la propaganda abortiva. Contrariamente a lo que algunos escribieron, nos atrevimos a argumentar que no se trataba de un ‘suicidio colectivo’ de Francia, sino de un asesinato premeditado. Al estudiar los nombres de sus promotores, encontramos a los mismos, incrustados en los MEDIOS DE COMUNICACIÓN, en grupos de izquierda y a la cabeza de ciertos lobbies muy concretos... Y, finalmente, para condicionar aún más a nuestros conciudadanos, estaban todos esos tabúes heredados de la Segunda Guerra Mundial”.

 

Veinte años más tarde, dicho periódico iba a publicar un artículo que decía, entre otras cosas: “La Shoah sirve hoy, entre otras cosas (¿en primer lugar?), para hacer impensables ciertos medios indispensables de una causa justa, la lucha contra la inmigración-invasión”, a saber, “las redadas y los campos de concentración".

Podríamos multiplicar los ejemplos hasta el infinito entre estas dos fechas. En una revista neonazi francesa, un antiguo SS denunció en 1980 “un genocidio anti raza aria, empresa en la que capitalismo, marxismo, catolicismo y todas las formas de globalización actúan como cómplices en la rivalidad”. En una segunda publicación, próxima a la Nueva Derecha, en 1986 se mostraba preocupado por una Europa víctima de un “genocidio por sustitución” debido a la inmigración y a “la pérdida de identidad cultural”.

En el periódico del Partido Nacionalista Francés (PNF, fundado por secesionistas del FN, que sirvió de base de repliegue para la Obra Francesa después de su disolución en 2013), fingen sorprenderse en 1999:

“Podríamos creer que una mano invisible está llevando a cabo una monstruosa operación de limpieza étnica de todo un continente, destruyendo por un lado cualquier procreación de pequeños arios más o menos cristianizados para reemplazarlos poco a poco, pero sin pausa, por alógenos [...]. Los gobiernos europeos empujados por unos EE.UU. ya depravados, coloreados como sus películas y multirracializados, ¿han sido contaminados, convencidos o simplemente bloqueados?”

Antisemistismo y rechazo de la sociedad multirracial

Robert Bowers, que entró en la sinagoga al grito de “Todos los judíos deben morir”, prueba cómo el negacionismo del Holocausto conduce al judeocidio que niega, demostrándose así mismo la omnipotencia del complot judío contra la raza blanca.

En Francia, la multiplicación de discursos sobre el llamado grand remplacement [gran sustitución, teoría conspiracionista que sugiere que la población europea va a ser sustituida por población no europea, procedente del África negra y del Magreb] lleva a pensar que si bien la fórmula de Renaud Camus le ha permitido abandonar los círculos clandestinos, esta notoriedad se explica por los nuevos límites de la definición. Resulta sobrecogedor constatar una perspectiva de extrema derecha en la que la islamofobia pretende defender los valores liberales de Europa y en la que la cuestión identitaria se presenta en lugar del racialismo, sin conspiración antisemita alguna.

La ruptura con el antisemitismo y el énfasis de la noción de identidad lo han cambiado todo. Jugar, como hacen las portadas de Valeurs actuelles, con los temas del grand remplacement y la conspiración de George Soros, un financiero judío que supuestamente promueve la inmigración, supone no entender que para algunos radicales estos dos temas son sólo uno.

Robert Bowers muestra abiertamente lo que muchos se niegan a ver: el odio a la “sociedad multicultural”, en la práctica multirracial, no es para todos los extremistas de extrema derecha un signo de transición hacia un neopopopulismo filosófico y filoisraelí (como el de Geert Wilders en los Países Bajos), sino que participa de un objeto único, coherente y movilizador de cierre del mundo blanco. Sin embargo, cada vez es más urgente tomar conciencia de la tensión racista que se está desarrollando aquí.

Guerra racial en Occidente

En sus diversas versiones, esta mitología se está convirtiendo poco a poco en una importante cuestión de orden público.

Precisamente en el planteamiento del ZOG se basó (y readaptó) Anders Behring Breivik, autor de la matanza de Utøya, Noruega, en el verano de 2011 (77 muertos y 151 heridos). Si bien Breivik considera al gobierno legítimo de Noruega cómplice de una verdadera ocupación étnica y cultural, cree que la fuerza disolvente de la civilización occidental es el islam.

También alguien cercano a la National Alliance asesinó a la diputada laborista británica Jo Cox en 2016 –de ahí quizás el verdadero trasfondo del tuit de conspiración de Jean Messiha, miembro de la ejecutiva nacional de la Agrupación Nacional [Rassemblement national] de Marine Le Pen, que establecía vinculaciones hace unos días entre el hombre que envió paquetes con explosivos a destacados demócratas y el asesinato de Jo Cox–. Para evitar que se le acusase de ser responsable de los terroristas de extrema derecha, el jurista de extrema derecha sugiere que en la práctica participan en maniobras de la potencia globalizadora conspiradora.

En Gran Bretaña, en 2017 se produjeron cinco ataques de extrema derecha. En junio de 2018, un miembro de la National Action (NA) fue arrestado por querer asesinar a una diputada laborista judía. Los arrestos en la nebulosa de la National Action involucraron a varios miembros del Ejército, es decir, personas competentes para llevar a cabo la acción.

En Grecia, los crímenes racistas han pasado de 48 casos en 2016 a 133 en 2017.

También en Francia, la penetración de la extrema derecha en las fuerzas del orden se ha convertido en un problema real, sometido a vigilancia por parte de los servicios de inteligencia, como ha revelado Mediapart (socio editorial de infoLibre). Se han desmantelado varios grupos con planes terroristas, uno de los cuales quería perpetrar masacres para imponer la idea de “remigración” a las poblaciones de origen inmigrante.

En Suecia, una investigación puso de manifiesto que una cuarta parte de los 178 miembros identificados del Nordiska Motståndsrörelsen (Movimiento de resistencia nórdica) habían participado en acciones violentas y tres hombres fueron condenados en julio de 2017 por ataques contra sindicalistas locales y refugiados.

En todos los casos, la crisis de los refugiados sirve de justificación: es el móvil que le faltó a Breivik para conseguir imitadores a partir de 2011. No obstante, la situación sigue siendo mesurada; de las 611 personas detenidas en Francia en 2018 por terrorismo, el yihadismo está detrás de 505 casos y la extrema derecha, de 28. Sin embargo, algo está ocurriendo en Occidente: no sólo la derechización del electorado lleva a que los conservadores accedan al poder en los principales países (Brasil, Italia), sino que ahora va acompañada de una radicalización al margen, ya que se considera que las medidas legales nunca serán suficientes para mantener lo que creen que es el equilibrio cultural y racial. ___________

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Traducción: Mariola Moreno

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