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Una ola demócrata bate EEUU, ¿y después qué?

Alexandria Ocasio-Cortez, congresista socialista.

Toda una ola. Tras las elecciones de mitad de mandato del pasado 6 de noviembre, la mayoría de las papeletas fueron contadas... e, incluso, en ocasiones, recontadas: en Florida, el proceso electoral, marcado por las irregularidades y la opacidad, una vez más derivó en farsa.

Todo apunta a que los demócratas han logrado una victoria significativa, fruto de una movilización masiva contra la Presidencia de Donald Trump.

El Partido Demócrata ha conseguido el control de la Cámara de Representantes, una de las dos asambleas del Congreso. Se ha revitalizado con un activismo de campo vivo. Sin embargo, ahora que los congresistas acaban de aterrizar, surge una gran pregunta: ¿qué harán con sus nuevos poderes?

La ola demócrata de 2018 no es un maremoto. Los votantes de Trump se movilizaron en masa, garantizando a los republicanos una cómoda ventaja en el Senado (encargado de ratificar los nombramientos de jueces y altos funcionarios), que tiene una mayoría de 53 votos a favor y de 47 en contra. Candidatos emblemáticos –Stacey Abrams en Georgia; Andrew Gillum en Florida; Beto O'Rourke en Texas– perdieron en votaciones muy reñidas, a veces marcadas por la sospecha. De Austin a Dallas (Texas), de Atlanta (Georgia) a Charlotte (Carolina del Norte), la escandalosa manipulación electoral de los republicanos en la última década les ha permitido salvar los muebles.

Sin embargo, en un contexto de movilización histórica (uno de cada dos votantes inscritos participó en los comicios, un récord en el último siglo para estas parciales), los candidatos demócratas a la Cámara de Representantes cosecharon casi 60 millones de votos. O lo que es lo mismo, diez millones más que los republicanos, apenas tres millones menos que Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2016.

Sólo existe un precedente reciente similar (pero menos sorprendente), en 1970, según explica Nate Silver en el sitio especializado fivethirtyeight.com. Entonces, el presidente era Richard Nixon, elegido dos años antes y obligado a dimitir en 1974 tras el escándalo del Watergate.

Una vez confirmados los últimos resultados, la ventaja de los demócratas en la Cámara puede llegar a la cuarentena de escaños; el mayor logro demócrata desde 1974, tras los comicios posteriores a la dimisión de Nixon.

Por su magnitud, la ola de 2018, a la que hay que añadir los más de 300 escaños obtenidos en las legislaturas estatales (un tercio de lo que los demócratas perdieron durante la Presidencia de Obama), ya parece comparable a los avances conservadores de 1994 y 2010, cuando Bill Clinton y Barack Obama sufrieron sendas sonoras derrotas.

Las victorias en el Senado de Kyrsten Sinema (Arizona) y Jacky Rosen (Nevada) reflejan los cambios demográficos y políticos que se están produciendo en estos Estados, antaño conservadores. A pesar de la derrota de O'Rourke en Texas, los demócratas han acabado con la hegemonía republicana, particularmente en el Condado de Harris (Houston), el más diverso de los Estados Unidos. Han hecho una incursión en California, el Estado más poblado de los Estados Unidos, dándole la vuelta al resultado en el Condado de Orange, enorme suburbio del sur de Los Ángeles y antiguo bastión electoral de Richard Nixon (otra vez él).

A excepción de Ohio, cada vez más conservador, los demócratas pueden reclamar victorias emblemáticas en los Estados industriales del Norte que, por poco, le dieron la victoria a Donald Trump frente a Hillary Clinton en 2016. O en Kansas y Oklahoma, bastiones de la derecha dura.

En el biotopo democrático, los republicanos se convierten en una especie en peligro de extinción. En los seis Estados de Nueva Inglaterra (Maine, Vermont, New Hampshire, Massachusetts, Rhode Island, Connecticut, 15 millones de habitantes), sólo queda un representante en el Congreso (de 33): la senadora de Maine Susan Collins, pariente de los Bush y moderada, a la vista del posicionamiento extremo del Partido Republicano.

A dos años de las próximas elecciones presidenciales de noviembre de 2020, se abre un nuevo capítulo. Por definición, la reelección de Donald Trump es una posibilidad seria: el último presidente que no logró revalidar el cargo fue George Bush padre, en 1992. Antes de él, se dieron los casos de Gerald Ford y Jimmy Carter, pero en la historia de Estados Unidos, los ejemplos se pueden contar con los dedos de ambas manos. A pesar de su victoria, el Partido Demócrata sigue perseguido por la humillante derrota de Hillary Clinton frente a Donald Trump, controlado como está por un aparato letárgico, que vive importantes contradicciones políticas y estratégicas. Y, de momento, sin ningún candidato obvio frente al inquilino volcánico de la Casa Blanca.

Agenda demócrata a la izquierda

A principios del próximo año, los líderes demócratas de la Cámara de Representantes pretenden que Donald Trump rinda cuentas. Para ello se van a convocar una serie de audiencias de temática variada: sobre las declaraciones fiscales de Donald Trump (que no hizo públicas), su relación con Moscú, los conflictos de intereses de algunos miembros de su Administración, sus golpes de fuerza contra el Departamento de Justicia, la decisión de separar a las familias de los inmigrantes que llegan a la frontera o su lamentable gestión del caso Jashoggi, el periodista saudí asesinado en Turquía, asesinato en el que Trump se niega obstinadamente –en contra de la opinión de sus propios servicios de inteligencia– a criminalizar al príncipe heredero saudí.

También propondrán una importante agenda legislativa. De hecho, pocas leyes saldrán adelante, ya que requieren la aprobación del Senado republicano, pero los demócratas no pierden la esperanza de alcanzar compromisos para financiar una infraestructura en ruinas, aumentar el control de armas, repensar un sistema de salud caro y desigual, dar un estatus a los 700.000 dreamers nacidos en Estados Unidos de padres extranjeros o reformar un sistema judicial que criminaliza y encarcela masivamente a los pobres y a las minorías.

Precisamente, en el momento de redactar estas leyes será cuando toda se haga más complejo. Durante la campaña, los demócratas hablaron poco de Trump y se centraron en la sanidad, la educación o el control de armas. A veces en términos muy vagos y ambiguos.

Sin embargo, enseguida aparecerán las diferencias. Y los progresistas, a priori el grupo más importante con el 40% de la futura mayoría en el Congreso, pretenden que la agenda democrática vire a la izquierda. “A los demócratas no les bastará con ser el partido antiTrump”, advierte el excandidato a la presidencia Bernie Sanders.

“Si quieren mantener y aumentar la mayoría en la Cámara de Representantes, recuperar el Senado y hacerse con la Casa Blanca, los demócratas deben demostrar al pueblo estadounidense que defienden y luchan por las familias trabajadoras de este país: negros, blancos, hispanos, asiáticos e indígenas, hombres y mujeres, homosexuales y heterosexuales”, asegura el senador de 77 años.

Bernie Sanders publicaba el pasado 27 de noviembre un libro con un título más que elocuente: Where We Go from Here? [Ahora, ¿adónde vamos?], lo que puede allanar el camino a una eventual candidatura presidencial a principios de 2019. El senador, un independiente que no pertenece al Partido Demócrata, propone no esperar para aprobar leyes “ambiciosas” de su programa presidencial: salario mínimo de 15 dólares, cobertura sanitaria universal garantizada por las autoridades públicas, un billón de dólares de inversión en infraestructuras o incluso educación superior gratuita. “No podemos fingir que todo sigue igual. Nuestro mandato debe ser ambicioso e inspirador”, abunda Ayanna Pressley, recién elegida, por Boston, representante de la nueva generación progresista. Sin embargo, en el seno del Partido Demócrata, estas propuestas, consideradas demasiado extremas, “socialistas” y susceptibles de alejar a los votantes moderados, no son aceptadas unánimemente.

Y hay un tema que divide a la nueva mayoría: la magnitud de la respuesta que se debe dar a la emergencia climática y al negacionismo absoluto de Trump, que ha sacado a Estados Unidos del Acuerdo de París.

Ahora que 13 agencias federales acaban de publicar un informe alarmista que describe el considerable impacto ecológico, sanitario y económico del cambio climático en Estados Unidos en las próximas décadas si no se toman medidas, en estos momentos, tanto congresistas como activistas que tratan virar a la izquierda la línea del Partido Demócrata consideran que se trata de una prioridad política.

El propio Bernie Sanders tiene previsto moderar un coloquio en Washington sobre el clima el 3 de diciembre, junto con investigadores, activistas climáticos y el alcalde republicano de Georgetown, una ciudad de Texas que se ha convertido masivamente a la industria eólica. Dirigido por Alexandria Ocasio-Cortez, la joven congresista socialista elegida por Nueva York, el nuevo icono de la izquierda estadounidense, y otros 12 congresistas, entre ellos recién llegados pero también el veterano de los derechos civiles John Lewis, abogan por la constitución, en el nuevo Congreso, de una comisión ad hoc en la Cámara de Representantes para sentar las bases de un New Deal verde.

Esta comisión, que no incluiría a ningún integrante financiado por las industrias fósiles, tendría la autoridad de desarrollar un “plan nacional integral de movilización industrial y económica hacia una economía neutra en carbono”, en el que se emplee el 100% de energías renovables y se creen millones de empleos verdes. Pero, por el momento, la dirección del partido se resiste.

Ocasio-Cortez, rompiendo con la tradición, incluso habló la semana pasada con 150 activistas de Sunrise, un grupo de jóvenes activistas “unidos contra la crisis climática”. Los activistas acababan de rodear la oficina de Nancy Pelosi, la actual jefa de los demócratas en la Cámara de Representantes, para exigir un Green New Deal –a falta de un oponente, Pelosi, de 78 años, ya speaker entre 2007 y 2011, debería presidir de nuevo la Cámara de Representantes en enero–.

“Debemos alentar a estos demócratas, a todos los congresistas, a comprometerse con un New Deal verdeNew Deal verde”, les dijo Ocasio-Cortez. “Si lo hacen, tendrán nuestro apoyo. Llamaremos a las puertas, nos aseguraremos de que sean reelegidos en todos los distritos de Estados Unidos”.

Desde entonces, los jóvenes activistas de Sunrise no han dejado de presionar a los representantes demócratas. El martes 20 de septiembre, activistas se manifestaron en varias ciudades de Estados Unidos frente a oficinas parlamentarias.

Detener el cambio climático requiere una acción federal masiva, no podemos esperar. Sólo el New Deal verde responde a la emergencia de la crisis climática”, señala Sara Blazevic, de 25 años, cofundadora de Sunrise, a Mediapart (socio editorial de infoLibre) durante una de las acciones llevadas a cabo en Sunset Park, un barrio popular de Brooklyn, Nueva York. “Nuestra generación, en estos momentos, está librando una batalla por el alma del Partido Demócrata. Luchamos por que el partido aborde ahora las soluciones más visionarias y transformadoras. Son las más radicales y necesarias”. _________

Traducción: Mariola Moreno

Bernie Sanders competirá por la candidatura demócrata en las presidenciales de 2020

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