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Argelia: una transición controlada por el Ejército

Imagen de archivo realizada el 28 de abril de 2014 que muestra al presidente de Argelia, Abdelaziz Buteflika.

René Backmann

Cambiar todo para que nada cambie”. Según un universitario lector del Guèpard, este es el consejo del ambicioso y cínico Tancredo al príncipe Salina que mejor resume la estrategia adoptada por el entorno, particularmente militar, de Abdelaziz Buteflika, tal como ha revelado el mensaje a la nación publicado el lunes por la tarde por la agencia oficial Algérie Presse Service (APS). El futuro mostrará la magnitud de los cambios emprendidos y confirmará si, gracias a ellos, nada ha cambiado para los beneficiarios del opaco sistema de poder argelino o si, por el contrario, el pueblo que esperaba el cambio, el del régimen pero también el de las personas, se sentirá satisfecho, aunque sea sólo en parte.

“Es verdad, los manifestantes son pacíficos, cívicos, piden una transición serena", advertía el lunes por la mañana un investigador buen conocedor de las fuerzas sociales argelinas, "pero esperar sin embargo que el poder, y en primer lugar el Ejército, responda con el mismo registro muestra un optimismo imprudente e irresponsable. El pueblo está vacunado contra la violencia por los 200.000 muertos de los años negros, pero el Ejército no está curado. El sistema de poder, tal como ha sido construido, y el Ejército, tal como ha sido concebido, acabarán inevitablemente por recurrir a la violencia porque está en su ADN”.

Por esta razón y por algunas otras, ciertos columnistas criticaban la llamada a la huelga general de los manifestantes porque contiene, estiman, el germen de la división del pueblo y podría desembocar en la degradación del movimiento. Sin duda influenciados por el conspiracionismo histórico y la paranoia estratégica del poder, algunos evocaban incluso un escenario basado en la presencia de agentes provocadores en las manifestaciones, e imaginaban tiros causantes de la muerte de policías a los que responderían con tiroteos sobre la muchedumbre con decenas de muertos. Desencadenante que terminaría por la proclamación del estado de urgencia y la ley marcial, especialmente si los primeros disparos fueran reivindicados por una organización islamista. De esta forma, profetizaba un periodista, el poder podría incluso beneficiarse de un apoyo por lo menos pasivo, para empezar, de sus vecinos de Europa. Evidentemente, nada de eso ha pasado pero es, de momento, una visión más política, es decir, pacífica, la que ha sido adoptada por el régimen.

A decir verdad, hace varios días que el Ejército, pilar principal del régimen, venía enviando señales, no siempre fáciles de desencriptar, pero que contenían menos amenazas ocultas que señales prudentes, muy prudentes, dirigidas al pueblo, es decir, a la multitud manifestante. Primeramente apareció, el fin de semana último, el artículo de la agencia APS, que retomaba el editorial de El Djeich, revista mensual del Ejército, para destacar, como si se hiciera esa pregunta, que “el Ejército Nacional Popular (ANP) y el pueblo argelino pertenecen a una misma patria”.

 

Estudiantes argelinos protestan contra la continuidad de Abdelaziz Buteflika.

Después se dieron una serie de declaraciones sucesivas del jefe del Estado Mayor y viceministro de Defensa, el teniente general Ahmed Gaïd Salah, que regresó precipitadamente de un salón de armamento en Abu Dabi, elogiando al “pueblo y su relación con el Ejército” o recordando que “las ambiciones del Ejército son las de Argelia y su pueblo”. Todo en el mismo momento en que “el pueblo” en cuestión invitaba en las calles a Buteflika a “largarse” y reclamaba el fin del sistema cuyo corazón es el Ejército.

Como se sabe, el poder en Argelia es el resultado, a veces inestable, de una convergencia de fuerzas políticas, económicas, formales e informales, civiles y militares, entre las que los militares juegan un papel principal. Entre los escenarios sirio, egipcio, libio y tunecino, mencionado por los diplomáticos y observadores desde el inicio de la protesta popular hace dos semanas, los clanes que controlan el poder, comenzando por los militares, han escogido otra opción que se abre a multitud de posibilidades, tanto las mejores como las peores.

Protegido del conspiracionismo local tal vez por la lejanía, un politólogo argelino instalado en Alemania, Rachid Ouaissa, describió el lunes un escenario de “transición democrática” basado principalmente en el aplazamiento de las elecciones, el mantenimiento en el poder de Buteflika por un periodo limitado, la organización de una primera mesa redonda de personalidades no partidarias para proponer un primer ministro y la formación de un gobierno de transición que prepare, en el plazo de un año, una reforma de la Constitución y la organización de elecciones parlamentarias y presidenciales.

No es exactamente este el escenario que se ha presentado a los argelinos el lunes en nombre del jefe del Estado. El proceso que ha sido ofertado prevé de hecho una transición dirigida por el poder, por lo tanto bajo estrecho control del Ejército, es decir, del omnipresente general Gaïd Salah, cuyo yerno, Abdelghani Zaalane, ex ministro de Transportes, ha sido nombrado la semana pasada director de campaña de Buteflika. Esta conservación del Ejército, garante hasta ahora de la perpetuidad del sistema, en el centro del proceso de “reformas” puestas en marcha por el régimen, explica sobradamente las moderadas reacciones de la población.

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Si la satisfacción de haber eliminado el quinto mandato es real y legítima, la prudencia sigue estando, de forma igualmente legítima, en todo lo demás. Y la ausencia de garantías para el desarrollo del periodo de transición justifica sobradamente las llamadas a continuar con la movilización y a la conservación de una relación de fuerzas entre la calle y el poder. Poder que sólo ha utilizado una vez la palabra “democracia”, justo al final de largo y confuso mensaje atribuido al jefe del Estado. ________________

Traducción de Miguel López

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