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Negocios, política, armas: Rusia avanza posiciones en África

El presidente ruso, Vladimir Putin.

Fanny Pigeaud (Mediapart)

Hace algunas semanas apareció una nueva imagen sobre un cartel en la carretera del aeropuerto de Bangui (República Centroafricana) al centro de la ciudad. “Cooperación entre Centroáfrica y Rusia. Hablamos poco pero hacemos mucho”, anuncia en sango, el idioma nacional. Como ilustración, dos soldados y las banderas rusa y centroafricana sobrevoladas por helicópteros militares. En el momento en que se colocaba este cartel, el presidente de la República del Congo vecina, Denis Sassou-Nguesso, era recibido en el Kremlin por Vladimir Putin. Terminada la visita, su homólogo y él anunciaron la firma de acuerdos de cooperación entre sus dos países.

La RCA y el Congo son sólo dos ejemplos entre otros de la manera en que, desde hace dos años, Rusia se va implantando poco a poco en el continente africano. O más bien se va “reimplantando”, pues ya jugó un papel importante en el pasado. En tiempos de la Unión Soviética sostuvo militarmente a muchos movimientos de liberación en África del Sur, Mozambique, Angola, Zimbabue, etcétera. También cooperó en diversos campos con varios estados, entre ellos Madagascar, Benín, República del Congo, República Democrática del Congo, Guinea y Ghana. Decenas de miles de estudiantes africanos han realizado estudios en sus universidades. Pero el hundimiento de la Unión Soviética cambió todo: las relaciones de Moscú con el África subsahariana se distendieron tanto que llegaron a ser casi inexistentes.

El compromiso actual de Rusia en África está en gran parte “ligado a la voluntad del presidente Putin de restaurar el estatuto de su país como gran potencia”, explica Theo Neethling, director del Departamento de Estudios Políticos de la Universidad de Free State, en la República Sudafricana. Publicado a finales de 2016, un documento del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso precisa que “Rusia ampliará su cooperación diversificada con los Estados de África sobre una base bilateral y multilateral a través del perfeccionamiento del diálogo político, el desarrollo de vínculos comerciales y económicos mutuamente ventajosos y el reforzamiento de una asociación global sobre intereses comunes; y contribuirá a la prevención de conflictos regionales y situaciones de crisis, así como a la solución de los conflictos en África”.

En 2018 se hizo evidente la ambición de Moscú. En ese año, el ministro ruso de Asuntos Exteriores, Serguei Lavrov, realizó una gran gira por África austral y central. Su país consiguió en algunos meses convertirse en un actor principal en la RCA, que era hasta entonces coto privado de Francia.

Si Rusia se interesa en África es también porque busca salidas para sus empresas, golpeadas por las sanciones económicas occidentales puestas en marcha contra ella desde 2014, dice Theo Neethling. En la actualidad, las sociedades rusas son muy activas en el sector de la energía en Angola, Kenia, Nigeria, Uganda, Zambia y en países del norte como Egipto y Argelia. Operan igualmente en temas de armamento y seguridad privada. Moscú ha firmado ya unos veinte acuerdos de cooperación militar con Burkina Faso, la RDC, Etiopía y Mozambique, entre otros, y más recientemente con Sudán. El firmado con Congo prevé el envío de consejeros militares a Brazzaville en misiones de formación y mantenimiento de material, estando prevista también la venta de armas. Malí se encuentra también en el punto de mira del Kremlin. A finales de marzo, el primer ministro Dimitri Medvedev dio luz verde a un acuerdo sobre la formación de las fuerzas armadas malienses.

Otro sector codiciado por el poder político y económico ruso es el de los recursos mineros. El gigante minero Alrosa explota ya el diamante en Angola y en Botswana, y acaba de llegar a Zimbabue para trabajar en un yacimiento de platino. Otras sociedades mineras rusas están presentes además en la RDC, en la RCA y en Namibia.

También están en el punto de mira las riquezas minerales de Madagascar, donde Rusia aumenta la presión política. Según una investigación de la BBC, en las elecciones presidenciales de diciembre de 2018, agentes y hombres de negocios rusos entregaron dinero a algunos candidatos. Al menos a uno de ellos le explicaron que le ayudarían si se comprometía a apoyar al candidato de entre sus protegidos que llegara en cabeza en la primera vuelta. ¿Consiguió su apoyo el vencedor de las elecciones, Andry Rajoelina? Preguntado por la BBC, lo desmintió. Igual que “Donald Trump negó que el Gobierno ruso hubiera intervenido en las elecciones presidenciales de 2016”, Theo Neethling ve similitudes en estos asuntos de presuntas injerencias. “En ambos casos ha sido mencionado el nombre de Evgeny Prigogine, un hombre de negocios ruso cercano al presidente Putin”, señala Neethling.

Evgeny Prigogine, de 58 años, originario de San Petersburgo, está acusado en los Estados Unidos de haber interferido en la última campaña presidencial. Él es el presunto director de la Internet Research Agency (IRA) la granja de trolls que inunda las redes sociales de propaganda pro rusa (leer aquí nuestra investigación) y un personaje central de las actividades rusas en África. Se le considera vinculado a empresas mineras y a sociedades de seguridad privada, como el grupo Wagner, sospechoso del asesinato en la RCA, en julio de 2018, de tres periodistas rusos que investigaban sus actividades por cuenta de un medio financiado por el hombre de negocios exiliado Mijail Jodorkovski. Moscú ha rechazado esas acusaciones. Los agentes políticos y los mercenarios de Prigogine “aparentemente ofrecen servicios de seguridad, de entrenamiento con armas y propaganda electoral a cambio de derechos mineros y otras oportunidades. Prigogine parece estar activo o se ha desplazado por diez países africanos con los que el Ejército ruso mantiene ya relaciones: la RDC, Sudán, Libia, Madagascar, Angola, Guinea, Guinea-Bisau, Mozambique, Zimbabue y la RCA”, detalla Theo Neethling. Sus opacos negocios e intereses se confunden, según una fuente diplomática, con los de su país.

Pero no sólo en Madagascar se ha comprometido Rusia en el plano político. Está igualmente activa en Sudán, donde apoya a Omar El Bashir con consejos para desacreditar a sus oponentes, según un artículo publicado el martes 11 de junio por The Guardian. En 2018, Rusia interfirió en el proceso de negociaciones iniciado por la Unión Africana (UA) para acercarse al Gobierno centroafricano y a los grupos rebeldes, organizando consultas paralelas. Luego cambió su estrategia: a finales de enero de 2019 ha participado activa, pero discretamente, en la organización de un “diálogo nacional” centroafricano, llevado a cabo bajo el auspicio de la UA en Sudán. Acompañó hasta Jartún a los jefes de ciertos grupos armados, ofreciendo servicio de guardaespaldas a uno de ellos. Ha presionado además a representantes de los rebeldes para que firmen el acuerdo de paz concluido en ese “diálogo nacional”. El responsable del departamento de África en el Ministerio de Asuntos Exteriores ruso estaba presente.

“Existe una voluntad real de destituir a Francia”

El “regreso” de Rusia no es siempre bien visto, en particular por las autoridades francesas que piensan que les es hostil y no juega limpio en la RCA. Los rusos, por su parte, afirman que su compromiso en África está basado en el respeto mutuo y sin arrogancia, respetando las reglas de juego internacionales al ser Rusia miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. “No creo que Rusia intente deliberada y directamente debilitar o sacudir a las grandes potencias occidentales presentes en el continente”, dice Theo Neethling. Pero sus planes económicos africanos pueden chocar con los de China y de países occidentales, señala.

“Lo que ocurre es más importante que lo que se ve. Hay una voluntad real de destituir a Francia pasando por las vertientes económica y política, con la idea de liberar a los países aún bajo su zona de influencia”, afirma por su parte un hombre de negocios africano que está en contacto con delegados rusos. Unos documentos pirateados entregados al The Guardian por el Dossier Center, una estructura fundada y financiada por Mijail Jodorkovski, vienen a respaldar esa tesis. Según esos datos presentados como procedentes del poder ruso, el plan de Moscú es empujar “fuera de la región a Estados Unidos y a las antiguas potencias coloniales que son el Reino Unido y Francia”. El periódico británico da cuentas también de un mapa que data de diciembre de 2018 que muestra el nivel de cooperación entre las sociedades ligadas a Evgeny Prigogine y los gobiernos africanos, país por país, con símbolos que ilustran los lazos militares, políticos y económicos, proyectos mediáticos y humanitarios así como la “rivalidad con Francia”.

Una cosa es cierta: Rusia ha explotado el sentimiento antifrancés existente en la RCA y que se va ampliando a los países de la zona franco. Han sido difundidos por los medios y durante las manifestaciones mensajes criticando a Francia, que daban la impresión de haber sido coordinados. Han aparecido también eslóganes antifranceses durante la campaña electoral en Madagascar, pidiendo entre otras cosas que París devuelva al país las Islas Dispersas, ricas en petróleo y gas, en las que Rusia parece interesarse. En Malí, donde crece la hostilidad contra la operación Barkhane, grupos de la sociedad civil hostigan a la “política imperialista de Francia” y se declaran decididamente rusófilos.

De manera general, Rusia ha sabido, en el caso de la RCA, aprovecharse de los errores políticos de Francia y sustituirla. “París se ha equivocado totalmente en la RCA”, juzga un analista francés. Ahora que el país está en plena decadencia, las autoridades francesas han tratado con distancia y desprecio a Faustin-Archange Touadera, elegido en marzo de 2016, porque él no figuraba en la short list de los candidatos a la presidencia que apoyaban. La retirada, en octubre de 2016, de la operación militar Sangaris, considerada demasiado costosa, ha puesto más en dificultades al país y a su presidente. Es verdad que la operación Sangaris era poco eficaz y se le acusaba de contener violencias sexuales y conspiración con grupos armados, pero las fuerzas armadas centroafricanas eran aún menos capaces de mantener la seguridad, al igual que las de Minusca, misión de la ONU, sospechosas también de abusos sexuales y de connivencia con los rebeldes.

Lo que tenía que llegar, llegó: Faustin-Archange Touadera pidió ayuda a Rusia a partir de octubre de 2016. Casi de inmediato, Moscú suministró al país armas, 175 instructores civiles y militares, consejeros y protección para el jefe del Estado. Durante ese tiempo, el poder francés, seguro de sus actos, ignoraba las notas de alerta que enviaban los diplomáticos destinados allí. Cuando París se despertó y trató de reconquistar el terreno perdido era demasiado tarde. Como símbolo de este fracaso, los carteles aparecidos recientemente en Bangui para alabar la cooperación ruso-centroafricana han venido a hacer la competencia, o al menos a añadirse, a los más viejos y aún visibles carteles que glorifican los lazos franco-centroafricanos. El mismo escenario puede reproducirse en otras partes, ya que “el esquema de dejadez francesa es el mismo en todas partes”, dice una fuente diplomática. “Podríamos tener con Francia relaciones justas y provechosas para cada parte, pero las élites francesas no lo entienden. Vamos pues a trabajar con todos los demás, entre ellos los rusos. Son una solución para África”, comenta por su parte el hombre de negocios africano citado más arriba.

El compromiso de Moscú podría en efecto mostrarse beneficioso para los Estados africanos, en particular para los que tienen interés en diversificar sus socios para ganar independencia. “Los países africanos necesitan muchas inversiones internacionales para potenciar su crecimiento económico y podrían sacar provecho de las relaciones comerciales sólidas con las principales potencias mundiales”, observa Theo Neethling. Pero hay riesgos: “Los acuerdos comerciales no deben ser una vía de sentido único que sólo beneficie a las grandes potencias (…) Los países africanos no deben sentirse explotados y víctimas de sus juegos de ajedrez geopolíticos. Los dirigentes africanos deben pues asegurarse de que sus países obtengan ventajas de las relaciones con un Estado como Rusia”.

Recientemente, el Gobierno camerunés, históricamente ligado a Francia y a Estados Unidos, ha podido contar con el apoyo de Moscú en una reunión informal celebrada el 13 de mayo a iniciativa de Washington ante el Consejo de Seguridad de la ONU. Esa cita trataba la crisis humanitaria en las dos regiones anglófonas del Camerún, donde una guerra enfrenta a las fuerzas regulares con grupos armados. Cuando miembros del Consejo pusieron sobre la mesa la idea de una intervención internacional, Rusia se opuso, lo mismo que China. “Nuestra posición es clara. Respetamos el principio de no injerencia en los asuntos internos de ese Estado.  Si el gobierno del Camerún pide a Rusia que venga a hacer algo, vendremos”, precisó poco después el embajador ruso en Yaundé.

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La progresión de Rusia en África franqueará una nueva etapa el próximo octubre: va a organizar por primera vez una cumbe Rusia-África dedicada a la cooperación en materia de seguridad y económica. Esta reunión, que se celebrará en Sotchi, “será una señal clara del regreso de Rusia en tanto que actor importante en África”, estima un diplomático. Está lejos de ser terminada la remodelación en curso de las influencias extranjeras en el continente.

  Traducción de Miguel López.

Aquí puedes leer el texto original en francés:

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