Los libros

Un paseo por la vida

Autorretrato sin mí, de Fernando Aramburu.

María Bueno Martínez

Autorretrato sin míFernando AramburuTusquetsBarcelona2018Autorretrato sin mí

 

Al terminar de leer este autorretrato —aunque sería más adecuado hablar de autorretratos, ya que a lo largo de sus páginas nos vamos encontrando con el autor en diferentes edades— de Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), recordé Una forma de resistencia de Luis García Montero, otra obra de prosa poética que me ha fascinado, y cuya frase inicial es: “Los banqueros cuentan sus beneficios, los políticos sus votos y los poetas sus cosas”. Así, Aramburu nos cuenta, en este nuevo libro, sus cosas.

Los 61 textos que componen este autorretrato fueron escritos en lo que Marc Augé llamó “no lugares”: aeropuertos, salas de espera, habitaciones de hoteles, etc., como el propio autor explicó en la presentación del libro en Madrid. Pero en estos “espacios del anonimato”, Aramburu nos va perfilando la identidad de un hombre llamado Fernando Aramburu Irigoyen, construida a través de recuerdos que, por su naturaleza, van apareciendo sin ningún orden, por eso podríamos intercambiar los capítulos y el resultado sería el mismo. Porque, a diferencia de una autobiografía o unas memorias, no busca la coherencia de la linealidad, por lo que van apareciendo personas, cosas, decisiones, momentos que han dado como resultado el yo actual del escritor donostiarra, pero siendo consciente, también, de los yoes que pudo ser, entrando en lo puramente ficcional.

El paisaje de todo el libro es la vida. En “Yo, mi cuerpo”, frente a la alternativa de paraísos –los paraísos siempre habitan en el mundo de las promesas—, ya sean religiosos, políticos o de otra índole, al autor le basta con la realidad y por un buen paseo por la vida. Pero este camino no está exento de dolor porque: “A veces mancha y duele la vida, y uno se retira en silencio a un rincón de su desgracia a esperar que la vida amaine y se enciendan de nuevo las horas azules del gozo. Y aun así, mira por dónde, me gusta la vida. Porque me tiene que gustar. Porque es lo único que hay y yo, a fuerza de vivir y compartir el aire con la gente, no sé qué otra cosa podría hacer sino sacarle gusto a la vida, a esta vida tanta veces malvada que te da un palazo por las buenas y se va”. Uno de esos palazos lo vivirá Aramburu en una tarde invernal de 1989 y, en 2018, nos lo regala en un texto, “Línea de destino”, que al terminar de leerlo, en mi caso con toda la piel erizada, solo nos podemos preguntar: ¿cómo en tan pocas palabras caben tanto dolor y tanto amor? La respuesta, quizás la encontremos en otro texto, que es su canto a la lengua en la que escribe: “Nos ayudabas a manifestar esa cosa íntima que no por dicha con llaneza pierde su tamaño: la ternura”. Es un dolor escrito desde la ternura.

Pero, de los yoes que van transitando por el libro, quizás el que más nos interese sea el que desde niño quiso ser escritor y como nos recuerda en “A propósito del olvido”, la actitud del niño construyendo castillos en la playa que una ola derribará, pero que no se desanima y construye otro más atrás y empieza todo de nuevo, es la que tiene como escritor: “Con idéntica tenacidad, con las mismas breves esperanzas, he sido después, hasta la fecha, un hombre entregado al arte laborioso (que es oficio y es pasión y es juego) de expresarme por escrito”. Y en este terreno uno de los textos más hermosos es su canto a “La lengua castellana”.

También es una identidad que se va construyendo entre el norte y el sur. Un norte natal, que por amor se convierte en sur –“La Guapa”—, y un sur literario. Basta con recordar que uno de los textos del libro está dedicado a Federico García Lorca, cuyo último párrafo es contundente: “Contagiado por Federico García Lorca, he contraído el fervor incurable por la poesía. Ya nunca será lo mismo” . Este transitar entre el norte y el sur, aunque como declara en “Paisaje con abedules”: “Mi ventana y mi vida dan al norte”, otra cosa es su literatura, me recuerda las palabras de Luis Cernuda en “Historial de un libro (La realidad y el deseo)”: “No conocía Inglaterra aunque fuera un país que desde  mi niñez me interesó, sin duda, por esa atracción de contrarios que tan necesaria es en la vida, ya que la tensión entre ellos resulta, al menos para mí, fructífera: mi sur nativo necesitaba del norte, para completarme”. Solo hay que sustituir Inglaterra por Alemania para concluir que esta atracción de contrarios también ha sido fructífera para Aramburu.

En el diálogo mantenido por Fernando Aramburu y Ulf Eriksson, el 2 de mayo de 2017 en la sede del Instituto Cervantes de Estocolmo, el escritor sueco observaba dos líneas en su narrativa. Por un lado, se encuentran aquellas novelas más lúdicas, donde transmite el amor a la literatura, a la cultura; y, por otro parte, aquellas que engloba en la literatura de testimonio, más comprometidas. Una de sus preguntas era cómo las relacionaba en su trabajo. A lo que el novelista donostiarra responde con una reflexión sobre su fuente creativa, que nace de un “matrimonio conflictivo” con la poesía, a la que dedicó “horas, ilusiones y esfuerzos”: “Me recuerdo de noche, fumando, a la luz del flexo, contando sílabas, buscando la musicalidad, buscando la hondura, la densidad de pensamiento… Una cosa que los filólogos no consiguen definir y los escritores para entendernos rápidamente llamamos autenticidad, es decir, que aquello que está o encontramos en el interior de nuestra persona, de alguna manera, se tiene que reflejar en los textos que nacen”. Después de leer este Autorretrato sin mí, tengo la certeza de que Aramburu ha llegado a una unión perfecta entre poesía y prosa y nos ha regalado –“recuerdo” también significa regalo— esa autenticidad de su interior.

Felicidad, no satisfacción

Felicidad, no satisfacción

La belleza del libro parte ya desde la portada, que es una buena imagen de lo que vamos a encontrar en el interior. Los anillos de un árbol nos hablan de su vida, así los recuerdos que están en las páginas de este libro son los anillos de un hombre llamado Fernando Aramburu y que hace realidad la frase de Vicente Huidobro: “Hacer un poema como la naturaleza hace un árbol”.

*María Bueno es crítica literaria.María Bueno

 

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