El vídeo de la semana

El gen bobo

Siempre he pensado que los hombres y mujeres que se dedican a la política sufren en algún momento de su vida, probablemente cuando tocan poder o lo huelen de cerca, una mutación genética que transforma una de sus piezas de ADN en algo que podríamos denominar el gen bobo, del que carecería el resto de la especie humana.

La existencia de esa mutación en una de las 3.000 millones de unidades de ADN que tenemos en cada célula sería suficiente para explicar situaciones como la que nos ha regalado esta semana el hasta ayer ministro de Industria don José Manuel Soria –cuyo principal legado político será haber puesto puertas al campo del desarrollo de las energías alternativas–. Este exempresario en paraísos fiscales, creador del impuesto al sol, ha demostrado tener una especial querencia a la sombra, lo cual no sólo permite entender su aversión a la energía limpia, sino abundar en esta idea de la inexplicable mutación genética.

El tal gen bobo estaría programado para que sus portadores carecieran de perspectiva histórica, no entendieran el valor del juego limpio, apreciaran con dificultad la importancia de la transparencia y rehusaran instintivamente el diálogo abierto con los demás individuos de la especie. Naturalmente podría haber casos en los que algunos políticos no sufrieran la mutación y otros que desarrollaran cierta capacidad para controlar sus efectos. Pero, de ser así, parece que tendrían poco recorrido o serían aislados o atacados por los demás mutantes y seguro que incomprendidos por eso que llamamos opinión pública.

Los papeles de Panamá han demostrado que el hecho puede estar bastante extendido, que no sólo sucede en España. Aunque también es justo considerar que los efectos de la acción del gen bobo variarían según el territorio en el que actúan sus portadores. No es lo mismo, evidentemente, presidir Islandia que ser ministro en España. Todos desconocen el valor de la transparencia, pero unos saben reaccionar con más cabeza que otros. Con más responsabilidad que otros.

La influencia del gen bobo sería tan poderosa en algunos políticos como Soria, que ni siquiera cuando es evidente que su reacción ha sido la peor posible y tiene que dimitir reconoce la dimensión de su error. Ahí está el comunicado en el que dice que se va porque no ha sido “ejemplar en la pedagogía y la explicación”. ¿Es tan difícil decir “me voy porque he mentido”? Aunque me imagino que eso es muy complicado en alguien que hace tres días negaba categóricamente algo que hasta a un niño pequeño sabía que se iba a descubrir más pronto que tarde. Pero, ya digo, la actuación del gen probablemente sea muy difícil de controlar.

Sería el mismo gen bobo en virtud del cual todavía hay políticos que, incapaces de poner en valor la importancia del juego limpio, la transparencia y el diálogo, siguen creyendo que es rentable manipular los medios públicos, y eficaz llamar a los otros para sugerirles lo que tienen que decir. Esos mismos políticos que creen que los ciudadanos tenemos sus mismas limitaciones y nos pueden esconder eternamente sus trucos, o se olvidan lo que prometen y no cumplen. Esos mismos políticos –éstos son los más extremos– que piensan que las hemerotecas desaparecieron con la llegada de internet y sus palabras del presente y compromisos del futuro tienen más peso que sus hechos o mentiras del pasado.

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El mismo gen, me temo, que imposibilitaría el acuerdo en estos tiempos, porque pesa más de lo razonable la incapacidad para dialogar y ceder y, sobre todo, la dolorosa limitación para valorar el juego limpio y la perspectiva histórica.

Y así estamos. Seguimos esperando.

Tanto y tan cansados como para que algunos seamos capaces de convertir nuestro observatorio de la semana en este inclasificable cuento de biología-ficción. Porque, de ser cierta la existencia del gen, habría al menos esperanza de cura… ¿verdad, Doctor López Otín?

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