Verso Libre

La intimidad del dolor

Leo en este periódico unas declaraciones de Pedro Almodóvar asumiendo su responsabilidad en el escándalo de los papeles de Panamá. Afirma que la ignorancia no le exime de su error. Habla con claridad. Leo también en la prensa que su última película, Julieta, ha tenido durante los primeros días menos público del esperado si se compara con sus estrenos anteriores. ¿Es por culpa del escándalo panameño?

Yo quiero hablar también con claridad: me ha gustado mucho Julieta. No deberían perderse esta reflexión que llega hasta la intimidad del dolor. Ese es el argumento, la trama en la que fija su cámara el director de cine, persiguiendo en el rostro de los personajes el tejido de culpas, malentendidos, soledades y fragilidad que define con mucha frecuencia nuestra vida. A lado del humor que agrieta las convenciones, las mejores películas de Almodóvar encuentran en su sitio las huellas del dolor humano. Y junto a las historias llamativas, raras, neoesperpénticas, suele aparecer su mirada indicativa, su capacidad de crear metáforas, de advertir el sentido de las cosas y de las mutaciones. A Almodóvar le gusta hacernos saber lo que estamos viendo. En Julieta dominan el dolor y la autoridad lenta de la cámara para obligarnos a mirar con atención lo que nos cuenta.

Por eso no sé si la tímida reacción del público se debe sólo al escándalo de Panamá o tiene también que ver con los riesgos que como director ha querido asumir en este caso Pedro Almodóvar de manera consciente. Vivimos en una época que impone la consigna de la felicidad como producto de consumo. Más allá de la alegría y la tristeza del vivir, flota en el arte y en las campañas publicitarias de los grandes almacenes una idea hedonista de la existencia que infantiliza la realidad. Somos eternos adolescentes llamados al espectáculo trepidante, a los efectos especiales, a la llamarada virtual. Elegir la narración lenta del dolor, el deterioro de los cuerpos y de la intimidad supone navegar en contra del viento.

¿Quién vive dentro de nosotros y quién está a nuestro lado? ¿Cómo podemos ser tan injustos con las personas a las que más queremos y cómo llegamos a desconocer tanto a quienes tenemos más cerca? Hay películas que se quedan en la sala de proyecciones, que terminan con el último chiste o el beso final, que cumplen en hora y media con su labor de entretenimiento. Otras películas salen del cine con nosotros, cruzan la ciudad y se vienen a casa. Poco a poco el estado de ánimo se convierte en meditación sobre aquellas cosas que marcan el destino de la gente, que escriben la libertad o la tragedia, porque están en un lugar tan íntimo que no puede ser defendido ni siquiera por la indignación.

Almodóvar, 'Julieta' y la promoción imposible

Observamos el mundo y encontramos motivos de diversión y sátira en la vanidad, el egoísmo, la ambición, el deseo de poder, el rencor, la avaricia, la lujuria y todas las demás pasiones del patrimonio humano. La indignación y la risa que provocan estás pasiones suelen tener un resultado gaseoso, hojas que se lleva el viento. Todo pasa. Pero hay territorios en los que el diálogo con el amor y la muerte nos emociona y nos enfrentan a destinos de los que no se puede escapar, a la pregunta definitiva: ¿en qué me he equivocado?

Está bien que el cine y la literatura se enfrenten a esa verdad, a ese lugar en el que la emoción roba protagonismo al entretenimiento. Frente al naufragio, la muerte de un hijo, el desamparo y el dolor, la mirada adquiere una dimensión narrativa en la que nuestros pasos conviven con el pasado. Son historias de madres e hijas, o de padres e hijas, o de amantes que caminan por la frontera del abrazo y la soledad sobre las huellas del pasado. Son historias que se llenan de preguntas y se sumergen hasta la intimidad del dolor: ¿qué hice mal?, ¿soy injusto?, ¿por qué sentirme culpable?, ¿cómo no me di cuenta de lo que estaba sucediendo?,¿cómo se puede ser cruel con la persona que se quiere?, ¿existen las segundas oportunidades?

Julieta me parece una película importante. No deberían perdérsela. No hay correos electrónicos, pero hay cartas.

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