Análisis

Trump: sueños de grandeza

Trump: sueños de grandeza

Vicente Palacio

La victoria de Donald Trump en las presidenciales norteamericanas adentra a EEUU en un terreno por completo inexplorado. Su triunfo se debió a partes iguales a los méritos propios y a la vulnerabilidad extrema de su contrincante, Hillary Clinton. Si Hillary demostró algo en este tiempo es que no es una persona, sino una corporación: según datos de la Comisión Federal, hasta mediados de octubre Clinton habría recaudado en torno a 1,3 billones de dólares, sumando los súper PAC's, los comités de apoyo a los partidos, y demás, casi el doble que lo logrado por el magnate pelirrojo. Pero no ha sido suficiente.

Todo el dinero del mundo fue poco frente al miedo y la rabia de millones de norteamericanos para los que los esfuerzos de la Administración Obama –bloqueada por un Congreso Republicano– resultaron estériles. Ha sido una campaña que ha enfrentado dos miedos, encarnados en los dos candidatos, que remiten a una profunda desorientación. Mientras que Donald Trump disparaba al comercio, la globalización, China, México, los inmigrantes, los terroristas, y a la élite conspiradora, Hillary trataba de azuzar el miedo a Trump. Al final el miedo genuino –el de la angustia cotidiana de la clases medias– ganó la partida a cualquier otra consideración. Una mayoría blanca, a la que se sumó incluso una parte de hispanos y de mujeres, simplemente no creyó a Hillary y prefirió usar a Trump como un ariete para abrirle la cabeza al establishment.

Si en algo se empeñó el presidente Obama, fue en pasar página de los sueños de grandeza del pasado donde EEUU hacía y deshacía a su antojo. Pero Trump ha resucitado ese sueño, utilizando todas las artimañas a su alcance. Ahora tendrá que convertir el humo en cosas tangibles. La era Trump que comienza hoy parece destinada a desmontar el legado de Obama en algunos de sus aspectos fundamentales: los impuestos, el Obamacare, la reforma migratoria para la regularización y las deportaciones, o la reforma energética en favor de las renovables y los acuerdos de París sobre cambio climático. Seguramente va a emplear más músculo contra el Estado Islámico, llegará a un reparto de realpolitik con Putin, frenará el comercio, coqueteará con los populismos europeos, y si es preciso lanzará órdagos a México, China, los socios europeos de la OTAN o Naciones Unidas. ¿Es posible hacer todo eso sin hacer saltar por los aires al país y al mundo entero?

Veremos. La partida no ha hecho más que empezar. En casa, hay una mitad de EEUU –donde se sitúan jóvenes urbanos, latinos, mujeres, grandes empresarios, grandes conglomerados de comunicación y un larguísimo etcétera– a los que el rico inquilino de la Casa Blanca tendrá que seducir si quiere lograr algo en los próximos cuatro años. La agresividad exhibida por el candidato durante los meses precedentes podría resultar una carga. Son muchos los senadores y miembros de la cámara de representantes de su partido que durante la campaña han renegado expresamente de Trump o han marcado distancias con él. Su habilidad política se pondrá a prueba a la hora de congraciarse con el Congreso de mayoría Republicana.

Trump es el presidente

Un cielo sombrío se cierne sobre la democracia norteamericana y sobre el resto de Occidente. Paradójicamente, los sueños de grandeza del machacón Make America great again vienen asociados a un planteamiento reactivo, están llenos de contradicciones insalvables (ausencia / influencia) y en definitiva ponen de manifiesto la falta clamorosa de una alternativa viable, un plan, más allá de la retórica populista. Al igual que en Europa, los partidos políticos tradicionales quedan muy tocados tras la contienda electoral, tanto el Demócrata –herido y fracturado en dos corrientes, la oficial y la populista– como el Republicano –irreconocible y en desbandada–. El movimiento Trump se ha llevado por delante a los dos partidos, sin que sepamos en este momento si serán capaces de reconstruirse y cómo. Con Obama, la separación de poderes que consagra la Constitución nunca funcionó como tal; en la práctica funcionó como un mecanismo de bloqueo mutuo que ha impedido avanzar. Hace falta un Congreso que contrarreste al Presidente y dote de sensatez a la política económica, social, comercial o energética; es preciso también llegar a un consenso sobre la renovación del Tribunal Supremo. Más que perseguir sueños de grandeza, Trump tendrá que regenerar el sistema político estadounidense; de lo contrario éste acabará por desmoronarse arrastrando en su caída a Europa.

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Vicente Palacio es Director del Observatorio de Política Exterior de la Fundación Alternativas

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