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Cómo ser socialista en 2016 y no morir en el intento

Pablo Reyero Trapiello

En algunos procesos de selección, se espera de los candidatos que tengan perfiles profesionales irreales, como ser joven y contar con una larga experiencia profesional. De igual forma, al PSOE se le han pedido este año cosas contradictorias, casi imposibles, lo que ha llevado a la actual sensación de zozobra que invade a sus votantes, militantes y dirigentes.

En cuanto a la gobernabilidad del país, se le reclama que acabe con la situación de bloqueo político en la que llevamos cerca de un año. Pero, para intentar un Gobierno socialista, se le asignan 90 diputados en diciembre y 85 en junio. Y, cuando se plantea permitir la investidura del PP, se le exige que mantenga su identidad de izquierdas, por encima de cualquier otra consideración.

Por otro lado, no se le da ningún oxígeno ni para una alternativa ni para la otra. Cuando intenta un Gobierno socialista, se le ponen todo tipo de líneas rojas y vetos cruzados. Y, cuando valora abstenerse para que gobierne Rajoy, se le ayuda con la parálisis del presidente en funciones (quizás el único político que avanza sin moverse).

Sorprendentemente, los mismos que esperan cómodamente a que se les lleve la abstención a su sede de la calle Génova, han responsabilizado habitualmente a los socialistas de unas eventuales terceras elecciones.

En relación con su organización interna, se pide al PSOE que sea un partido operativo, que responda con agilidad a las demandas de la sociedad. Lo que requiere un modelo de democracia representativa. Y, al mismo tiempo, se le critica y deslegitima si no recurre a las consultas a la militancia.

Esto ha llevado al partido a ir improvisando procedimientos en los últimos dos años. Se estableció la elección del secretario general en primarias en 2014, y luego se hizo una primera experiencia de consulta a la militancia sobre los pactos de Gobierno en 2016. Por lo tanto, en estos momentos el PSOE es, o podría llegar a ser, un partido parlamentario, presidencialista y asambleario. Todo al mismo tiempo. Lo que lleva a un inevitable choque de legitimidades.

Parlamentario, pues esa es su tradición. La soberanía del partido ha residido siempre en el Comité Federal, máximo órgano entre Congresos, encargado de controlar la gestión de la Ejecutiva, lo que convierte al PSOE en el único partido parlamentario de los cuatro grandes. El PP y Ciudadanos son claramente presidencialistas. Y también lo es Podemos, aunque mucha gente todavía no lo sepa. Solo así se explica que Pablo Iglesias haya podido cesar a su número tres, el ex Secretario de Organización, Sergio Pascual, con una carta firmada de su puño y letra. Y sin encomendarse a ningún órgano colegiado.

Pero, además, el PSOE, desde 2014, tiene un cierto carácter presidencialista, pues al secretario general lo eligen directamente los militantes.

Y, finalmente, algunos sectores del partido consideran que las decisiones importantes, como la posición en un debate de investidura, deben ser consultadas a las bases. Lo cual puede hacerse. Aunque sería deseable que estuvieran bien delimitadas las competencias del Comité Federal y las cuestiones sobre las que deben pronunciarse los militantes con su voto directo. Para que la decisión sobre el procedimiento no fuera controvertida, como ha ocurrido recientemente.

Hay que ser conscientes de la triple crisis que vive el PSOE (declive electoral, pérdida de credibilidad y división interna). Al mismo tiempo, hay razones para un moderado optimismo. El PSOE mantiene la centralidad sociológica en la política española. Es, probablemente, el único partido que tiene interlocución con todos: el PP y Ciudadanos, pero también Podemos y los distintos partidos nacionalistas.

Además, los electores le han asignado al PSOE una función importante para desempeñar en esta legislatura. En una etapa sin mayorías claras, en la que todos los partidos son débiles y limitados, se necesita esa centralidad y esa interlocución a la que me refería antes (algo que, por cierto, ya ocurrió en los años de la Transición). Por tanto, esta crisis institucional puede ser una oportunidad para la política con altura de miras.

Al Partido Socialista le corresponde liderar una oposición dura, pero constructiva. Históricamente, el PSOE ha sabido ser útil a nuestro país, incluso en tiempos difíciles. En la legislatura en la que Zapatero fue líder de la oposición, con mayoría absoluta del PP, los socialistas impulsaron acuerdos de Estado y consiguieron que Aznar firmara el Pacto Antiterrorista. Algo que contribuyó a la unidad de los demócratas contra ETA, y dificultó que el Partido Popular utilizara el terrorismo como arma electoral durante unos años, como había venido haciendo.

De la capacidad de los socialistas para afrontar todos estos retos dependerá que este año tan difícil termine bien o no para sus sufridas bases. Y pueda empezar su recuperación. Si el PSOE toma decisiones estratégicas acertadas, está en condiciones de dar la sorpresa a los que lo consideran acabado como partido de mayorías. Parafraseando al poeta Gabriel Celaya, el PSOE puede ser una organización "cargada de futuro".

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Pablo Reyero Trapiello es militante del PSOE y ex asesor de la Delegación del Gobierno en Madrid.

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