Muros sin Fronteras

El Tufo

El periodista José Antonio Martínez Soler, un optimista irredento, decía a finales de los 80 que Franco dejaría de estar entre nosotros en el momento que nadie llevara monedas con su efigie en su bolsillo. Han pasado los años, llegó el euro, se fueron las pesetas pero la efigie del enano del Pardo, como le llamaba Alejandro Casona, permanece. Algo no ha funcionado bien.

El Franco físico ha muerto, es evidente: se encuentra enterrado con pompa en el Valle de los Caídos, pero el franquismo sociológico, no. Y se manifiesta a diario.

Un editorial de un periódico que ha sido uno de los pilares de la transición y de la democracia española, sostenía, con cierta razón, que “acusar a Mariano Rajoy de franquista autoritario equivaldría acusar a Angela Merkel de nazi totalitaria”.nazi totalitaria

Es una buena equiparación que explica la persistencia de ese franquismo sociológico que se niega, al que llamaré, solo por abreviar, El Tufo. En España no se ha equiparado el franquismo con sus primos ideológicos en Alemania e Italia. No es delito la exaltación del franquismo.

En este asunto hay, al menos, dos corrientes, la que bebe en la legislación europea posterior a la Segunda Guerra Mundial, que exige la penalización del negacionismo, y la que defiende la libertad de expresión sobre cualquier otra consideración.

Dos cuestiones de procedimiento: ¿primaría también la libertad de expresión en el caso de los racistas, genocidas y feminicidas? Mientras dilucidamos el asunto, ¿es necesario que el Estado financie a organizaciones que se dedican a la exaltación de la figura de un dictador a menudo con información falseada? Tampoco están resueltos el futuro del Valle y del Pazo de Meirás.

El escritor Ivan Klima me lanzó en su casa de Praga una frase, que escuché dirigida a España pese a que él hablaba de Checoslovaquia: “Un país que ha vivido 40 años bajo una dictadura tiene una pérdida de honestidad colectiva”.

Lo vemos en la corrupción sistémica y en decenas de microcorrupciones que los ciudadanos practicamos a diario. ¿Cómo se recupera esa honestidad?

El mayor fracaso de los 40 años de democracia ha sido la educación. No hemos sido capaces de crear un relato judicial de nuestro siglo XX, un periodo al que nunca se llega a tiempo para su estudio en la escuela. Encima estamos lejos de los grandes debates sobre la educación actual.

Madrid es una ciudad suspendida, sin pasado ni memoria. Salta de 1930 a 1976.

No trabajamos sobre el periodo negro que nos ha limitado como ciudadanos y como sociedad. No hablo de perseguir crímenes, pero sí de establecer esa verdad judicial inapelable que afecte a todos los bandos. La izquierda también mató; menos, pero mató. Nadie más allá de las víctimas tiene derecho a la inocencia. Es hora de tender puentes. Ocurrió en Alemania e Italia. Y en Sudáfrica, y está sucediendo en Colombia.

Que aún tengamos más de 110.000 desparecidos y no localizados en las cunetas o apilados y olvidados en el Valle de los Caídos, debajo de la tumba del dictador que los mandó asesinar, es parte de El Tufo.El Tufo

Es un asunto que levanta ampollas en parte de la sociedad, que suele coincidir con los hijos y nietos del bando que ganó la guerra. Aún hay mentalidad de vencedores y vencidos. Basta con darse una vuelta por los pueblos como hizo el domingo el programa A Vivir que son dos días de la Cadena Ser para saber que el miedo sigue presente. Miedo a hablar.

Se acusa a las familias que buscan a sus muertos de aprovecharse de las subvenciones (por lo demás inexistentes), de pretender abrir heridas (cuando lo que buscan es cerrarlas). Se les pide no remover el pasado, olvidar sin más.

Es esencial saber quiénes fueron los héroes y quiénes los asesinos. Un héroe es el anarquista sevillano Melchor Rodríguez, apodado el ángel rojo, que evitó el fusilamiento de miles de presos, entre ellos Muñoz Grandes y otros jerarcas falangistas. Su frase era “se puede morir por las ideas, nunca matar por ellas”.

Necesitamos rescatar las biografías de decenas mujeres y hombres que fueron puentes, antes que muros de fusilamiento, que antepusieron sus principios a la barbarie.

El Congreso de los Diputados aprobó por unanimidad el 20-N de 2002, a los 27 años de la muerte del dictador, una condena del golpe militar del 18 de julio de 1936, además de un “reconocimiento moral” a quienes “padecieron la represión de la dictadura franquista” y se prometieron ayudas para reabrir las fosas comunes.

En España, las declaraciones viajan por una carretera diferente a los hechos. Es una falta de respeto a las familias y a nosotros mismos, porque esta ceguera nos disminuye a todos.

Muchos no terminan de ponerse en la piel de la víctima, de mujeres coraje como Ascensión Mendieta, toda la vida buscando a su padre fusilado. Tampoco son capaces de ponerse en la piel de las víctimas de la crisis, de los recortes. Es la política sin sentimientos.

La desaparición es un maltrato permanente, un crimen de lesa humanidad. No prescribe.

El PP de Guadalajara puso todo tipo de trabas para el desenterramiento de Timoteo Mendieta, el padre de Ascensión. Tuvo que ser la jueza argentina María Servini quien lo lograra. No dice mucho en favor de España y bastante de la persistencia de El Tufo.

El Ayuntamiento de Guadalajara también negó un memorial dentro del cementerio con los nombres de los fusilados que están ahí, en fosas comunes aún no abiertas. A la entrada del camposanto es visible un ángel y la leyenda de los caídos por dios y por España.

Ya no necesitamos las pesetas para saber si Franco sigue en nuestros bolsillos, basta con mirar el callejero de muchas ciudades, como Madrid. Cambiar una calle a Millán Astray, responsable de la muerte de 50.000 personas en Andalucía, choca con la Fundación Franco, que sí está subvencionada, y con algún juez entusiasta que paraliza el cambio. Y está el general Yagüe, el héroe de Badajoz. ¿Aceptaría Merkel que una Fundación Adolf Hitler pleiteara para recuperar los nombres del callejero nazi?

El Tufo se manifiesta en la mala salud de nuestra democraciaEl Tufo, de cómo la falta de honestidad colectiva ha dificultado la existencia de una sociedad civil madura y organizada. La culpa de la desaparición del movimiento ciudadano, nacido alrededor de las asociaciones de barrio a finales del franquismo, la comparten PSOE y el PCE. Lo tumbaron en una OPA hostil bajo el lema Extra Ecclesiam nulla salus (fuera de la iglesia no hay salvación). Querían  el control total. Algo empezó a moverse tras el 15-M, pero aún estamos muy lejos de la sociedad civil catalana, muy activa siempre, y no me refiero solo al monotema.

Sin una sociedad civil activa y con unos medios de comunicación más o menos neutralizados según su dependencia del poder político y el económico no es posible la regeneración.

Es injusto y falaz calificar a España de Estado autoritario, o represor. El cambio desde 1975 ha sido brutal, no solo en modernización de infraestructuras, también en libertades. Desde la llegada de este PP al poder en 2011 con una mayoría absoluta, se ha producido un deterioro: recortes sociales, corrupción sistémica, ley mordaza, incumplimiento de promesas electorales en materia de pensiones y sanidad. (Además de las campañas electorales dopadas con dinero en B. Elecciones falsificadas. En los JJOO expulsan a los tramposos y les anulan los récords).

Aquí no pasa nada, ni quiera con el escándalo del rescate bancario que no nos iba a costar un euro. Esta estafa, como la de las preferentes, no es franquismo sociológico, pero sí lo es la inexplicable parálisis de la sociedad. Hay miedo a ser valiente. El Tufo no afecta solo a Vox, Mayor Oreja y demás amiguitos muy a la derecha dentro del PP. El Tufo nos contamina a todos como sociedad.

Tenemos que sumar al debe del franquismo un siglo XIX poco edificante que empezó muy mal, expulsando a los franceses que traían la razón y la república para quedarnos con las cadenas. Ha sido una lobotomía permanente.

En medio de la mayor crisis territorial desde 1934, carecemos de una estructura mental que permita pensar fuera del marco. Mariano Rajoy y su vicepresidenta son opositores, personas que se aprenden un temario de memoria y solo saben moverse dentro de él. El temario actual se llama Constitución, cuya lectura y cumplimiento son muy selectivos.

Carecemos de una idea de comunidad, de que la calle es de todos, un bien común. Que no nos ocurra como a la exministra socialista Carmen Calvo, aquella que dijo que el dinero público no era de nadie, y ahí sigue dando vueltas con el 155. ¿Lo habrá aprendido ya? Como la calle no es de nadie se puede orinar, destruir papeleras, tirar colillas al suelo, escupir, dejar basura fuera de los contenedores.

El tardofranquismo y en los primeros años después de la muerte de Franco supimos que la calle fue consecutivamente de Fraga y de Martín Villa.

La creación de una ciudadanía honesta y responsable se consigue en la escuela. El PP logró descarrillar la asignatura Educación para la ciudadanía con fines electorales. Los que defienden la religión católica como asignatura en la escuela son los mismos que acusaron a Zapatero de adoctrinar a los niños. Son pajaritos disparando a las escopetas, que diría Jorge Valdano.

El PP logró hundir la asignatura de sus desvelos porque hablaba del matrimonio gay, entre otras muchas cosas. Esta es la plantilla de comportamiento de Génova 13, sea Estatut o cualquier viso de modernización. Y eso es Tufo.

Como lo era el cardenal Rouco Varela que solo veía santos en su bando. Un día le pregunté si no había santos de izquierda. Respondió que los de izquierda no tienen religión.

Tufo es que en el esquema político prime tanto la mano dura, como el 1-O y en otras muchas fechas, como la represión del 15-M en Barcelona a manos de los Mossos. ¿Será también autoritaria la Generalitat?.

Tufo es no saber respetar las opiniones divergentes.

Somos un país rebosante de energía con los dirigentes equivocados. Somos un país con unos dirigentes equivocados porque de alguna manera todos somos parte del problema. Décadas de Tufo nos ha dejado sin capacidad de reacciónTufo. Se nos va la fuerza por la boca y por el tuit. Luego, silencio. Somos un pueblo que prefiere mirar que actuar. Así nos va.

 

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