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Desde la tramoya

¿Podemos?

Hay algo muy serio detrás del debate abierto en Podemos a propósito del nombre con el que se sellarán las papeletas de las elecciones autonómicas, locales y europeas del año que viene. Pablo Iglesias ha propuesto someter al voto de sus bases la obligatoriedad –con algunas excepciones como Ahora Madrid o Barcelona en Comú– de que sea el nombre Podemos el que encabece las candidaturas respectivas. Garzón ya le ha advertido: si pone Podemos también tiene que poner Izquierda Unida.

Se ha sabido que la resistencia a dejarse cobijar por la exitosa marca ha venido en este caso de la líder andaluza Teresa Rodríguez, que argumenta que allí también hay nombres muy conocidos, como Ganemos Córdoba o Participa Sevilla.

El asunto va mucho más allá de una mera decisión de márketing electoral. Esconde en el fondo la dificultad de mostrar al público lo que en realidad no se es. En las fotos fundacionales de Podemos, la gente veía a un líder, Iglesias, rodeado de un grupo compacto y aparentemente bien avenido de lugartenientes –Errejón, Monedero, Bescansa y Alegre–. De los cinco de Vista Alegre, ninguno, excepto el líder, sigue ahí. Se han ido yendo uno a uno. En algunos casos, como el de Luis Alegre, con hostilidad pública, como cuando ha señalado a “un grupo de conspiradores” de poner al partido “en guerra interna”. En otros casos, con más sutilidad, como cuando Carolina Bescansa se posiciona contra la posición oficial del partido en debates como el de Cataluña. Y en otros, como los de Monedero o Errejón, manteniendo impecablemente las formas.

La ausencia de un liderazgo único se observa también en la propia configuración territorial de Podemos. Manuela Carmena y Ada Colau han dicho muchas veces que ellas no son de Podemos. Porque no lo son. Son ambas líderes de plataformas electorales instrumentales que agruparon a personas de origen diverso (verdes, comunistas, activismo ciudadano…). Lo mismo ha ido sucediendo en cientos de otros municipios y en las listas presentadas a las elecciones autonómicas. Incluso en las elecciones generales al Congreso y al Senado, Podemos no se ha presentado nunca como una fuerza política única, sino como resultado de lo que la organización llama “confluencias”. De manera que, por ejemplo, cada vez que Podemos habla en el Congreso, tiene que dividir su turno con sus socios catalanes y gallegos.

Para lo bueno –poder contar con muchas organizaciones– y para lo malo –la dificultad de organizarse con una voz única– Podemos no es una unidad política, sino una galaxia de personas y organizaciones variadas.

A veces demasiado variadas. Una organización puede ser percibida como una unidad aunque esté formada por decenas o incluso cientos de partes más pequeñas. Por poner dos ejemplos (no tan) distintos, ahí están la Unión General de Trabajadores o Comisiones Obreras, que son en realidad confederaciones de organizaciones jurídicamente independientes, sectoriales y territoriales. O la Iglesia católica, que por muy jerárquica que pueda parecer, es una inmensa federación de cientos de miles de personas jurídicas distintas.

Para que organizaciones de este tipo puedan funcionar bien, deben contar con un liderazgo moral único y unificador, y con un objetivo mínimo compartido por todos y que se sitúe por encima de los asuntos del día a día.

El 90,75% de los afiliados avala una coalición por el cambio que incluya el nombre Podemos

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El problema fundamental de Podemos es que, detrás de la discusión sobre el nombre que se pone en las papeletas, hay demasiada pelea interna por el control de las decisiones. Las broncas en el Ayuntamiento de Madrid, por ejemplo, son ya épicas. Y también que, sobre asuntos sobre los que el electorado exigirá posiciones claras –como la cuestión catalana, o la relación con la Unión Europea, o sobre Venezuela o Cuba o Rusia como símbolos– Podemos no habla con un solo mensaje, sino que emite más bien disonancias.

Una de las razones del ascenso de Ciudadanos en los últimos sondeos es probablemente que la formación de Albert Rivera no adolece de ninguno de esos dos problemas. Ciudadanos, primero, no es una amalgama de organizaciones diversas, sino un partido único, con un liderazgo orgánico consolidado. Y en segundo lugar, tampoco refleja posiciones contradictorias en su seno sobre los asuntos fundamentales. Podrá ser templado con las feministas, o con los pensionistas, pero es todo él templado. No hay contradicciones, o al menos no se ven tanto.

Karl Rove, quien fuera jefe de Gabinete con George Bush hijo, resumía las campañas electorales diciendo que el elector o la electora se hacía tres preguntas muy simples sobre los candidatos. “¿Es un líder fuerte? ¿Puedo fiarme de él? ¿Se preocupa de la gente como yo?”. Pablo Iglesias hace bien tratando de responder positivamente a esas tres preguntas promoviendo la imagen de una candidatura única y coherente bajo el nombre de Podemos. Y es muy probable que su propuesta gane en la consulta interna prevista para los próximos días. Pero el simple hecho de tener que preguntar demuestra que Podemos está lejos de ser la fuerza política fuerte y compacta que parecía ser en un principio, y que Pablo Iglesias quiere que sea.

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