@cibermonfi

Avísenme cuando alguien dimita

Nunca he entendido demasiado bien la alta consideración que tenía Cristina Cifuentes en ciertos medios supuestamente de centroizquierda, semejante a la que había tenido anteriormente Alberto Ruiz Gallardón. Una y otro me han parecido siempre derechistas de manual, intencionadamente sazonados, eso sí, con una pizca de heterodoxia. Una heterodoxia, precisemos, meramente formal y tan ligerita como un velo de tul. Francamente, no creo que ir en moto o que te guste tal tema de un cantautor te convierta en un rebelde.

A Cifuentes se la ha llegado a presentar como un chorro de aire fresco en las cloacas del PP cuando lleva treinta años ganándose la vida como apparatchik de ese partido. También se la ha tildado de liberal cuando demostró como delegada del Gobierno en Madrid que es más bien de la cofradía de la porra. Hasta se la ha jaleado como doña Manos Limpias cuando ya estaba en lo del tamayazo y, según un informe de la UCO, también en la Púnica, por citar solo dos casos.

Cifuentes es puro postureo. Se le llena la boca de elogios a las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado hasta que la Guardia Civil la asocia con la corrupción y entonces lo que ocurre es que la Benemérita está politizada, sirve a los intereses de los bolivarianos y otros enemigos de la España una y grande. Insta a los vecinos a exhibir la bandera rojigualda y ella misma la ostenta en forma de paraguas ante Felipe VI, pero eso no es nacionalismo, eso es sano patriotismo, chaval. Se proclama campeona de la igualdad de todos los españoles en todo el territorio nacional, pero es incapaz de coordinarse con su homóloga de Andalucía para que los sistemas informáticos de una y otra comunidad puedan leer las respectivas tarjetas sanitarias.

Blablablá. La única “modernidad” de Cifuentes es la de explotar en provecho propio la obsesión por la apariencia de estos tiempos. Que ciertos medios le rieran las gracias solo nos ilustra sobre la decadencia moral y profesional de esos medios y también sobre la habilidad de la jefa de prensa de Cifuentes, que, según he leído, es la misma que la que tuvo Gallardón. Aquello de tú vístete con colores alegres, haz una broma sobre las rubias tontas y seguro que los reyes y las reinas de las mañanas audiovisuales te tratarán divinamente.

El globo del Gallardón centrista se desinfló cuando intentó imponer desde el Ministerio de Justicia una contrarreforma del aborto que les pareció excesiva hasta a muchos de sus correligionarios. Ahora la catarata de informaciones de eldiario.es sobre el máster presuntamente obtenido por Cifuentes en la Universidad Rey Juan Carlos está desinflando el nuevo globo. Tales informaciones plantean dudas muy razonables sobre la limpieza con que Cifuentes obtuvo ese título. Se matriculó tres meses después de que el curso hubiera comenzado, se la vio poco o nada en las clases y los exámenes, las notas de una asignatura y del trabajo final fueron corregidas para que se convirtieran en notables, volvió a matricularse cuando supuestamente ya había obtenido el título, los profesores que la avalan son gente favorecida con mamandurrias por el PP, el rector del centro en la época de los hechos era un drogadicto del plagio, el trabajo final no aparece… El caso apesta, que diría Marlowe.

No me preocupa lo más mínimo que este escándalo termine con la carrera política de Cifuentes, no echaré de menos a esta vendedora de humo. Lo que me preocupa es el daño que le está haciendo al prestigio de nuestras universidades públicas. ¿Cómo les explicamos el asunto a nuestros hijos? ¿Cómo les decimos que no, que a diferencia de la banca, la gran empresa, la justicia, las obras públicas, las concesiones administrativas y tantas otras cosas, la universidad española no está podrida de favoritismo? ¿Cómo les convencemos de que, aunque el caso Cifuentes parezca indicar lo contrario, es imposible que un político en el poder pueda añadir por el morro un máster a su currículo?

Avísenme, por favor, cuando alguien dimita.

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