Desde la casa roja

La casa tomada

Cortázar tuvo un sueño. Una pesadilla. Y le sirvió para escribir uno de sus mejores cuentos, La casa tomada. El relato narra cómo dos hermanos viven en una casa espaciosa y antigua que fue de la familia. Cobran las rentas de unas tierras, así que no tienen preocupaciones económicas. Llevan una vida normal y rutinaria: ella teje, él le compra las madejas, limpian, preparan juntos la comida a la misma hora todos los días, él espera la llegada de novedades de literatura francesa. Un día, empiezan a escuchar extraños ruidos, murmullos. Primero, en la biblioteca, «han tomado la parte del fondo», dice uno de ellos. Poco a poco, la extrañeza, ese ellos desconcertante por su plural, va tomando toda la casa. Los hermanos van arrinconándose, cerrando estancias, lamentando los recuerdos y objetos que van perdiendo en las habitaciones clausuradas. Pero nada cambia en su carácter: no hay rebelión ni enfrentamiento y nunca descubren la naturaleza de la invasión. Pierden después la cocina y, finalmente, completamente replegados, con todas las puertas cerradas, salen. Les dejo sin el punto final para su lectura. Este relato se publicó en 1946 en la revista Anales de Buenos Aires, dirigida entonces por Jorge Luis Borges. En 1951, Cortázar lo recogió en su primer libro de cuentos, Bestiario.

Estos últimos días, me ha venido al recuerdo este cuento del escritor argentino al hilo de todo lo que está sucediendo en torno a la universidad, sea cual sea su desenlace. Parece que no está quedando espacio público, espacios levantados para todos, nuestra casa, seguridad-confianza, no solo heridos de muerte por la escasez de recursos, sino tocados en su esencia. Con una salvedad, aquí conocemos, gracias al trabajo periodístico, y a los que deciden abrir la puerta, la naturaleza de los invasores. Una universidad presionada, con oscuridades desde su propia creación, con un rector que salió acusado de plagio, techo para el abuso de quien no tiene ningún pudor en utilizarla y que después de ver cómo se va desarrollando este caso en concreto, no tienen la altura o la humildad para ser conscientes del fraude y retirarse. Es la percepción de que esto no es más que un poco de luz sobre las sombras dentro de las instituciones, otra arista del gran iceberg, el extraño murmullo que hoy escuchamos con claridad dentro de la universidad.

Estudié en la universidad pública y, con todas sus deficiencias, sobre todo, en una carrera como Periodismo, aquella fue nuestra casa. Entramos en ella porque nos midieron con igual rasero a todos los alumnos. Me desgastaré lo que haga falta en su defensa, con sus temarios obsoletos y carentes de medios, porque de alguna manera forjó nuestra forma de pensar y de trabajar. Sin duda, nuestra forma de enfrentarnos al mundo y de tratar siempre de mantener una actitud crítica frente a él. El lugar que debe ser garantía para la investigación, la ciencia, las humanidades y el desarrollo, se enturbia de falsedades y es bandera de la prevaricación. Y ahí la gravedad: que a su paso, todo ha quedado sucio, aunque esto sea solamente otra habitación más a la que echamos la llave. ¿Casa tomada o casa cedida?

A Cortázar le preguntaron por el significado de su cuento. Fue escrito en tiempos en los que el peronismo escalaba al poder. Él no negó que pudiera darse una dimensión política y simbólica al relato, léase país donde se escribió casa, pero justificó como un mal sueño su origen. Ninguna palabra muere inocente y cada viaje en la literatura es único. Cortázar escribió un cuento fantástico y esto solo es una interpretación personal desde el hoy. Lo que fue escrito entonces, ahora a mí se me revela como la conciencia de que estamos siendo despojados de todo lo que fue nuestro. Podemos hacer ruido como los protagonistas para opacar las voces que van tomando la casa. O como dijo un amigo sobre el cuento de Cortázar: podemos vivir bajo la incongruencia de sabernos expulsados de nuestra propia vida.

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