Muros sin Fronteras

La pesadilla de la criada es nuestra pesadilla

Hasta hace un par de meses no veía series en televisión. Me molesta la dependencia, tener que seguir cada semana el desarrollo de una trama que parece no tener fin. Debo confesar que he caído con todo el equipo. Ahora soy un experto en Juego de tronosJuego de tronos. Tras un atracón monumental (siempre en inglés y con subtítulos) estoy ansioso por ver la octava temporada, por desgracia aún en rodaje. Nada que hacer hasta abril de 2019, que al parecer es la fecha de su estreno.

No era fácil decidir el siguiente paso tras vivir semanas entre reyes asesinos, dragones y caminantes blancos. Estudié la lista de las mejores en busca de ideas hasta que me llegó un soplo: “Ve El cuento de la criada (The Handmaid’s Tale)”.

No sabía nada de ella; ahora sé que es extraordinaria: de la Edad Media a un futuro-presente familiar.

La primera temporada se basa en la novela homónima de Margaret Atwood, publicada hace más de 30 años. Se nota en la riqueza y profundidad de los diálogos, en la complejidad de la trama y en el ritmo, casi literario. La adaptación televisiva presenta una historia construida sobre palabras y silencios en la que es decisiva la interpretación de Elisabeth Moss, magistral en su papel de Onfred-June. Triunfó en los Globos de Oro de 2017. No es la primera vez que obtiene tal reconocimiento. Ya obtuvo premios con Mad Men y Top of the Lake (no es sabiduría serial súbita, sino Wikipedia).

Hoy se emitirá el cuarto capítulo de la segunda temporada en la que los guionistas navegan más allá del texto de Atwood. Acabado el libro, la narración y sus personajes han dejado atrás el universo de la escritora canadiense para seguir su propia senda. Las críticas son tan buenas que ya se ha firmado una tercera temporada. La mala noticia es que no habrá desenlace este año, el que sea.

Antes de que se lo pregunten, una aclaración: no me he pasado a la crítica televisiva, sigo metido, de momento, en las tripas de la política internacional.

El cuento de la criada es la denuncia del mundo en el que vivimos, zarandeados por una ola reaccionaria creciente en EEUU y la UE (de España ni hablamos). Nos sitúa en las consecuencias de esta involución democrática en un país inventado, Gilead (EEUU), en el que tras una guerra civil se ha impuesto una asfixiante teocracia fascista.

Se trata de un mundo degradado por el cambio climático, el vicio (según los ultras es casi todo, sobre todo el aborto y el matrimonio homosexual; en este caso el castigo es de dios) y la contaminación. Es una sociedad en la que la fertilidad de la población ha caído casi a cero. Las mujeres capaces de procrear se convierten en esclavas (las criadas) al servicio de comandantes que las violan cada mes delante de sus esposas en una ceremonia cuasi religiosa.

No debe ser nada fácil dejar atrás el texto de Atwood para moverse por terrenos narrativos nuevos. El riesgo de defraudar es grande. Pero ahí están Donald Trump y sus seguidores supremacistas blancos y ultracatólicos para marcar la pauta. Están también los dirigentes ultras que gobiernan Hungría y Polonia. No es solo EEUU. Existe un crecimiento de la extrema derecha en Holanda, Francia, Alemania, Italia, Suecia, Finlandia o el Reino Unido (el Brexit es un ejemplo de esta deriva). En muchos casos no han llegado al poder, pero sus ideas han contaminado el discurso de la derecha democrática, que ha asumido su visión sobre la inmigración y los refugiados. La seguridad prima sobre los derechos humanos.

También está el machismo militante, que es uno de los vectores del texto de Atwood, los asesinatos de mujeres y las violaciones. Las que se interpretan como abusos, meros accidentes de un relato misógino. La serie ha revitalizado el libro porque lo reconecta con el ambiente político y social actual, el Me Too y el movimiento global del 8-M.

El grupo cristiano-fascista que va a tomar el poder en Gilead (EEUU) prepara el terreno con atentados terroristas contras las principales instituciones del país (Casa Blanca, Congreso, etc), de los que culpan a terceros. Son la excusa para declarar el estado de emergencia y suspender libertades. No estamos aún en esta situación, pero los diferentes Gobiernos han jugado y juegan con el miedo al ‘otro’ para justificar invasiones, guerras, lanzamientos de misiles o la aprobación de leyes que cercenan la libertad.

Aquí, en la UE, no somos mejores que Trump. Tenemos personajes similares y otros que viajan en el vagón de la honestidad y pactan la devolución de los refugiados a gobiernos autoritarios (Turquía) y a bandas armadas (Libia).

EEUU militariza la frontera sur y deporta a decenas de miles de sin papeles y con papeles, que ya les da igual, con la excusa del American First. Resulta sarcástico que este nacionalismo proceda de quienes inventaron e impulsaron una globalización que ha arrasado millones de puestos de trabajo y reducido la capacidad de reacción de los Gobiernos. Hoy mandan los mercados, esa entelequia biensonante que guía el interés del 1% que maneja el chiringuito mundial en beneficio propio.

Mantenemos las formas democráticas, al menos en nuestro mundo en crisis pero bien alimentado si lo comparamos con el Tercero. Hay un abandono creciente de la defensa de los valores fundamentales, como la igualdad de oportunidades, la ética en el servicio público y el mérito como motor. Esto es lo que abona el campo en el que podría crecer un Gilead. No es una exageración.

Ahí fuera están todos los síntomas de la enfermedad, las declaraciones temerarias, los actos insensatos de algunos líderes, la crisis económica y la corrupción.

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Lo advierte la actriz protagonista de El cuento de la criada en una entrevista en The Guardian, y así lo tituló el periódico británico: “Esto está pasando en la vida real. Despertad, pueblo”.

Y está este vídeo del rapero Childish Gambino (Donald Glover) titulado This Is America, que ha causado un gran impacto en las redes sociales: 10 millones de visitas el primer día; más de 24 millones en el segundo. Más allá de su puesta en escena, el vídeo está lleno de mensajes sobre la América actual, la violencia, las armas y el racismo. Aquí The Guardian apunta algunas teorías.

 

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