PORTADA MAÑANA
Ver
El fundador de una sociedad panameña del novio de Ayuso gestiona los chequeos médicos de la Comunidad

Desde la casa roja

This is water

Esto es agua.

La vida es agua: que se nos va entre los dedos, visible solo en la tormenta. Nos inunda imprevisiblemente los sótanos. Nos cala hasta el hueso porque siempre suele llover cuando te has dejado el paraguas en casa. David Foster Wallace (EEUU, 1962-2008) utilizó una parábola cómica para arrancar un discurso pronunciado en el Kenyon College de Ohio en 2005: Dos peces jóvenes están nadando y se encuentran con un pez más viejo que avanza en sentido contrario y que les saluda y les dice “Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?”. Y los peces jóvenes nadan un poco más y uno de ellos le pregunta al otro: “¿Qué diablos es el agua?”.

El autor de La broma infinita elige y se inclina por la consciencia y un optimismo inusual en él, decide señalar el agua en sus palabras para advertir a una audiencia que está a punto de salir a comerse el mundo y que aún no ha recibido la primera bofetada: “Las realidades más obvias, ubicuas e importantes son a menudo las que más cuesta ver y de las que es más difícil hablar”.

Los recién licenciados en Artes que asistieron a aquella conferencia recibieron el mensaje. Obvio, pero inspirador. “La Verdad con mayúsculas va acerca de la vida antes de la muerte”. Va acerca de vivir conscientes hasta en las situaciones con menos importancia de nuestros días adultos. Va sobre la búsqueda de una libertad de pensamiento. Hablemos de algo más que de la formación académica. Hablemos de la posibilidad de elegir en qué vamos a pensar. Abramos un paréntesis en medio de los tópicos banales. ¿Somos capaces de elegir? ¿No se trata solamente de que nadie nos quite eso? La alternativa es la configuración inicial, una carrera de ratas, la corrosiva sensación de haber tenido y haber perdido algo. Aquella charla se tituló This is water y se publicó en forma de libro apenas unos meses después de la muerte del escritor, en 2008.

Uno no puede decidir siempre qué manos van a zarandearle. En mi caso, hace mucho tiempo que encontré en los libros una forma de abrir mi puerta más allá de su umbral. Fue una intuición personal como podría haber sido otra. Los libros me iniciaron en la empatía y me mostraron el camino de la creación como mecha de un cambio más íntimo. En las páginas de las novelas y en las líneas de algunos poemas reconocí mis angustias y felicidades a través de vidas que nada tenían que ver con mis días. La literatura me salva a menudo de mi propio tedio. Extiende un camino que sé que nunca transitaré por completo: no alarga mi vida, no me hace mejor persona, pero deforma mi tiempo y lo recrea de nuevo. Las mujeres y hombres que he leído forman parte de mi educación, de mi consciencia, de mi libertad. Pero en todos los finales, el último punto, a veces, se escribe un poco más allá de los libros.

Era mediados de julio de 2018 en Madrid. Y el editor Claudio López Lamadrid bajaba inesperado por una calle de Argüelles. Cruzábamos la ola de calor del verano. Íbamos a presentar informalmente y mucho tiempo después La hija del comunista en la librería Alberti. Le dije que me iba a Bolivia. Me encanta cruzar el mar, le conté, pero ahora tengo un hijo y el equipaje pesa más que antes. En su último correo, hoy hace una semana, me deseó: “Escribe feliz y contenta sin quitar un ojo de encima a tu baby”. Acabó su email así, trazándome, sin importancia y en dos brochazos, una escena de algo que se parece mucho a la trinchera donde tiene lugar mi lucha diaria. Murió de pronto el pasado viernes. Gracias a él leímos aquí a David Foster Wallace y a otros tantos autores traducidos a nuestra lengua, a escritores españoles y de América Latina, consagrados y noveles. Vaya en su memoria la invitación a mantener una actitud consciente de la vida.

This is water:

Más sobre este tema
stats