Desde la tramoya

La política no se juega en cancha de baloncesto

Los deportistas de éxito tienen cualidades muy reconocidas por el público y que pueden ser muy atractivas para la competición política. Las atletas olímpicas, los entrenadores de baloncesto, los seleccionadores o jugadores de la élite del fútbol, son por definición luchadores, disciplinados, acostumbrados a trabajar en equipo y limpios en la competición. Si han llegado ahí arriba, además, serán además admirados por el país al que pertenecen y cuyos colores han defendido frente a otros.

Por eso son relativamente frecuentes los casos en los que las maquinarias políticas los absorben para su causa. Si no es más habitual que suceda, no será porque los partidos no quieran, sino porque muchos de los deportistas no quieren ligar su destino al de una actividad tan ingrata como la política.

Las normas en el deporte protegen la igualdad de los competidores. Los boxeadores compiten por pesos, los terrenos de juego tienen las mismas características de un lado y de otro, el número de jugadores es el mismo, los tiempos y los controles iguales para todos. Se vigila para que no haya la más mínima trampa, y si se descubren, se castigan. Por eso los deportistas suelen reconocer de inmediato la victoria de sus adversarios y solo excepcionalmente discutirán el resultado.

La política es otra cosa. Es cierto que tiende a haber normas para promover cierta igualdad en la competición, pero las normas son mucho más laxas y difusas que en el deporte. Pedro Sánchez va a presentar el domingo en Madrid a Pepu Hernández como pre-candidato a la Alcaldía de Madrid. Con ello está favoreciendo, en contra de las normas del Partido Socialista, a uno de los candidatos y perjudicando a cualquier otro. Manuel de la Rocha, el veterano político, exalcalde de Fuenlabrada, exdiputado y comprometido abogado laboralista, empieza su carrera con esa desventaja evidente. En el mundo deportivo, solo esa trampa habría supuesto la inmediata suspensión del partido.

En la política no hay piedad con las cuentas bancarias y las declaraciones de Hacienda de los personajes. Cristiano Ronaldo puede lucir su impecable traje a la entrada del Juzgado que le sentencia por fraude fiscal. Es probable que no le guste mucho verse en la televisión por tal motivo, pero sus seguidores seguirán vibrando si anota goles en el próximo encuentro. Pepu Hernández no ha tenido ni un día de tregua. A las pocas horas de su nominación, ya tiene que dar explicaciones públicas por algo perfectamente legal en el momento de los hechos –el uso de una empresa para facturar conferencias, seminarios y escritos– y que, sin embargo, en la política española actual ya es un borrón inicial.

Puede que no sea mala idea aceptar un cargo en un Gobierno o un escaño en un parlamento. Se puede ser concejal en un ayuntamiento, presidenta del Consejo Superior de Deportes o diputado autónomico responsable del área correspondiente. Ruth Beitia hizo un buen papel como tal en el Parlamento cántabro, y Javier Imbroda seguro que puede aportar mucho en el andaluz. Pero como la propia Beitia comprobó en su propia piel hace solo unos días, cuando la competición es electoral y tienes que pelear con unos agresivos adversarios que buscan el poder que sólo puede tener uno, entonces los errores no se perdonan, las amistades y las fidelidades se pierden, la admiración decae y la presión se desenfrena.

La elección de Pepu Hernández como candidato socialista a la Alcaldía de Madrid es un golpe de efecto interesante. Pero se equivoca quien crea que la admiración por los deportistas de éxito y la alabanza que merece el carácter de Pepu y su trayectoria son garantías de su éxito en la batalla.

Al recibir su premio Príncipe de Asturias en 2006, el propio Pepu dijo: “Baloncesto equivale a educación, generosidad, solidaridad, trabajo en equipo, talante y tolerancia. Son valores que preparan a un jugador para el futuro". Lamentablemente, le ha bastado anunciar sus intenciones para comprobar que ésas no son virtudes que adornen necesariamente a la competición política.

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