Desde la casa roja

No quería escribir sobre esto: mujeres y literatura

Yo no quería escribir sobre esto porque tendría que revisar mi propio privilegio. Soy una mujer que escribe. A otras mujeres, el hecho de ser mujer les afecta en asuntos vitales.

“Acuérdate de las mujeres de Chihuahua”, dijo Elena Poniatowska en una entrevista para WMagazín en marzo de 2018.

Yo no quería escribir sobre esto, pero somos un 21 por ciento del espacio de opinión en los medios. Por cada 21 mujeres, hay 79 hombres opinando. Números naturales y sencillos. ¿Se debe esto a que son más hombres que mujeres los que tienen cosas que decir o a un interés innato y masculino en escribir columnas? ¿Que opinan mejor? No soy la voz de nadie. Aunque me gustaría mucho poder escribir este texto siendo hombre, porque –qué profundo este tatuaje en el cerebro– siento que tendría todo una pátina de veracidad y no de pataleta.

Yo no quería escribir sobre esto porque parece que si escribimos nuestra opinión sobre el acceso de las mujeres a la escritura, no lo estamos haciendo sobre otras cosas. No estamos siendo elegantes. Estamos enfadadas, siempre estamos enfadadas. Esto no es lo importante. Que si las mujeres no hemos estado en los espacios creativos es porque no hemos tenido interés en estar. Que las mujeres nos estamos desgastando en señalar. Que si accedemos es por compensar la cantidad y no la calidad. Que, en realidad, deberíamos hablar de las cosas de todos si queremos ser tomadas en serio. Las cosas de todos son las cosas de las que se hablaba antes y siempre y se dicen de la forma que siempre se han dicho. Pero si hablamos de que esas cosas no son justas, entonces nos callan a golpe de columna.

«Es importante que las mujeres escriban en primera persona. Nos han dicho cómo debemos sentirnos y comportarnos. La primera persona es una manera de hablar por nosotras», dice en una entrevista Deborah Levy, quien está construyendo su autobiografía casi en directo (Cosas que no quiero saber y El coste de vivir), Literatura Random House, 2019.

Yo no quería escribir sobre esto, pero alguien decía que las mujeres validan el trabajo de otras mujeres por el simple hecho de ser mujer. Aquí, la trampa. Soy una lectora y admiro a mujeres y hombres que escriben libros. A veces, no me ha gustado el trabajo de hombres y de mujeres que han escrito libros. Como a todos los lectores. Y espero que nadie evalúe o se acerque a mi trabajo, sea el que sea, por ser una mujer. Yo creía en la igualdad y en el criterio.

No quería tampoco porque tendría que reconocer mi contradicción. Que, últimamente, de cada cinco libros que leo, cuatro los ha escrito una mujer, pero es que hubo un tiempo, un larguísimo tiempo, en que de cada cinco libros que leía, los cinco los había escrito un hombre. Algunos construyeron mi mundo; otros, no. Igual que ahora.

«Un modo de entender la literatura que puede llegar a ignorar las vidas privadas de la mitad de la raza humana no está incompleta, está distorsionada de la cabeza a los pies», Joanna Russ, Cómo acabar con la escritura de mujeres, Barret / Dos Bigotes, 2019.

Yo no quería escribir sobre esto, pero vi muchas cifras que decían que los hombres habían accedido a las publicaciones y a premios y a becas y estaban ahí porque siempre tuvieron interés en estar. Nosotras, no. Y no leí nada acerca de dónde estaban antes las mujeres ni cómo aún hoy peleamos por abandonar ese espacio (incluso, mentalmente): replegadas al ámbito doméstico, estaban cuidando y procurando hogares para que esos hombres pudieran presentarse a editoriales, premios y becas. Lo público, como poner tu nombre junto a un título en un libro, como escribir sobre política o la creación artística, no eran cosa de mujeres, no de la mayoría. Y no lo eran, entre otras cosas, porque en el acceso a la educación se primaba que estudiaran ellos y no ellas. Las cifras del acceso a la educación se han invertido, tiene lógica que su acceso a otros ámbitos también cambie.

«Era un chica que había dejado de ir al colegio a los diez años, tuve que ocuparme de mi abuelo, que se había puesto enfermo. Necesitaba un escape, una salida después de ese largo encierro. A mí me habría gustado ir a la Universidad, estudiar con chicos, hacer amistades, aprender». Lo respondió Mercè Rodoreda en una entrevista en 1982 que se recoge en Mercè Rodoreda. Entrevistes, Arxiu Mercè Rodoreda, 2013.

Yo no quería hablar sobre esto, pero en una tribuna se escribió que las cuotas, tener en cuenta que haya la misma presencia de mujeres que de hombres en algunos espacios creativos o literarios destruirían lo más importante, la competencia intelectual y estética. ¿No es esto decir que no hay hoy suficientes mujeres con la calidad literaria para sumar una mitad? ¿Quiere decir esto que la cuota masculina siempre ha estado a la altura de sí misma? No creo que ninguna quiera estar sentada en una mesa solo para ser la cifra adecuada que aparta la polémica de su foto, para sumar partes iguales, pero tampoco no estar porque no sea tan evidente su nombre de mujer para ser convocada. Tampoco hace falta llamar inquisidor a nadie que cuestione lo establecido. Inquisición es justo lo contrario: señalar los nombres que cuestionan algún orden para mantenerlo intacto.

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Yo no quería escribir sobre esto porque hay conceptos que se meten todos en el mismo saco y se agitan y levantan controversia y todos sujetamos lo nuestro y ya no se puede diferenciar entre un presente y un pretérito. Entre la parte y el todo. No quería un tono frío, nunca un tono irónico, un tono réplica. Somos herederas de una mayoría que ha sufrido una discriminación histórica que se lee en cifras en todas las disciplinas y oficios, estoy segura de que puestos a hablar estaríamos todos de acuerdo. Eso no quiere decir que yo me haya sentido discriminada o privilegiada por ser mujer. Y tampoco quiere decir que apoye o no los juicios públicos. Aquí se habla de muchas cosas a la vez y no nos escuchamos con el ruido.

«El feminismo es una forma de ver, entender la realidad. Y la escritura, cuando estás preocupada por cuestiones que tienen que ver con la situación de las mujeres, también se empapa de eso. Vas a ver cosas que otras personas no ven porque miras desde ahí», se lo respondió Edurne Portela a Marta Sanz en una conversación para El salto en mayo de 2019.

En realidad, yo sí quería escribir sobre esto, pero tengo conmigo algunos miedos. Los mismos que tenemos todos: perder nuestros privilegios, nuestras pequeñas conquistas.

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