Qué ven mis ojos

La cama de Feijóo o el ataúd de Vox

Benjamín Prado

Quienes tratan de someterte, primero te humillan, te ridiculizan, intentan que te pierdas el respeto a ti mismo y la fe en tus posibilidades, que titubees para que así tu inseguridad te acobarde, te debilite, haga que te rindas y te conviertas en una presa fácil, porque cuando ya no te sientas capaz de hacerle frente a los problemas, ellos se ofrecerán a solucionarlos en tu nombre: sólo tienes que obedecer sus órdenes y seguirlos en silencio. Tú sacas la bandera blanca y ellos la pintan del color que les interesa. Por todo eso, para que ocurra una vez más, desde que empezó la pandemia que ha hecho temblar el mundo entero, aquí hubo quien dijo que lo haríamos peor que nadie; que en nuestro país habría más víctimas que en Italia, Gran Bretaña o Francia; que no respetaríamos el confinamiento; que en cuanto suspendieran la Semana Santa o la Feria de Sevilla, las Fallas en Valencia o el fútbol en todo el territorio nacional, la gente se saltaría todas las leyes que le pusieran por delante. La gran mayoría de los españoles, sin embargo, ha dado una lección de inteligencia y sensatez con su comportamiento, así que ahora los mismos de siempre y por lo mismo de siempre dicen que en la desescalada fallaremos, que las playas serán nuestra tumba y que habrá una hecatombe. Cuidado con los aguafiestas, que le echan algo al agua para anestesiarte. La mejor forma de desactivarlos es demostrar que se puede ser optimistas a la vez que cuidadosos, disfrutar de nuestro paraíso sin correr riesgos. La viróloga e inmunóloga Margarita del Val nos lo ha advertido: “Es posible que no haya nunca una segunda oleada del virus, eso en gran parte depende de nosotros.” Ya se sabe: nosotros, mascarillas y distancia social; y los poderes públicos, subsanar los recortes que se hicieron en toda la comunidad científica y médica y “recordar que investigación es inversión.”

La cruzada contra los intereses de España de nuestra derecha es cada vez más feroz, según el drama se va amortiguando y las cifras de víctimas y contagios disminuyen. La estrategia de la crispación ya tiene sus rebeldes dentro del propio partido y Feijóo asegura que es un error, que “los españoles no somos así” y que hay que apostar por un “sosiego dinámico”, o sea, bajar el volumen sin que eso suponga bajar la guardia, porque la oposición tiene todo el derecho del mundo a vigilar al Gobierno y a criticarlo en aquellas decisiones que no comparta. Otra cosa es llegar a niveles como los que ha tocado el PP en Europa, donde ha ido a pedir que no nos ayuden económicamente, o que controlen con lupa cada euro que nos corresponda en el proceso de reconstrucción del continente, justo lo contrario de lo que recomienda incluso el FMI: “Estamos animando a los gobiernos a que gasten cuanto puedan, para salir de esta crisis”, acaba de declarar su directora gerente. La van a llamar comunista.

Es comprensible que el PP viva en el alambre y con miedo de caer, porque sabe que tarde o temprano el escándalo de su gestión de las residencias en Madrid acabará por pasarle factura, ya veremos el precio y quién lo paga, es decir, hasta qué despacho llegan las indagaciones judiciales que, en estos momentos, parece imposible que no se produzcan, dado que estamos hablando de órdenes políticas que pudieron condenar a una muerte segura y terrible de miles de ancianos en los geriátricos de la Comunidad, al mandar a los centros en los que estaban ingresados que no los trasladaran a los hospitales donde podrían haberles salvado a muchos de ellos la vida. Mala cosa para la formación de la calle de Génova, cuya única aliada es la ultraderecha y la única consigna es negar que el agua sea transparente y las sombras oscuras, decir que esos documentos que ha visto todo el mundo no existían, y después que eran un borrador, y después que sí pero que no se enviaron, y después que se mandaron por error, y una y otra vez que la culpa es del Gobierno, por mucho que las evidencias y el BOE dejen claro que las competencias sanitarias no sólo eran y siguieron siendo suyas sino que fueron reforzadas. Con las mentiras se puede llegar lejos, pero no volver de allí.

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Ahora, el primer palo en la rueda se ha roto, la jueza que investigaba el 8M, que Casado quería convertir en su 11M quien sabe si por consejo de su mentor Aznar, ha archivado la causa; y la algarabía que montaron con motivo del cese del responsable de la Guardia Civil ha palidecido en cuanto las hemerotecas recordaron cómo el propio PP, nada más llegar a La Moncloa, cesó a diez de los trece altos mandos de las fuerzas del orden, que investigaban sus tramas de corrupción, y entre ellos a su jefe, el Director Adjunto Operativo de la Policía, al que destituyeron mientras agonizaba en el hospital, víctima de un cáncer, sin esperar a su fallecimiento, que se produjo unos días después.

A día de hoy, Casado no ha dado la talla, ha fracasado en todas las elecciones a las que ha concurrido su PP, se ha dejado miles de votos y la mitad de sus escaños por el camino, le ha prendido fuego al centro ideológico al que decía aspirar y que es el espacio que históricamente le ha dado mejores réditos a sus siglas y al final no ha encontrado más salida a la desesperada que aliarse a la extrema derecha para atenuar su debacle con la toma del poder en Madrid, ya veremos hasta cuando, dadas las circunstancias, y en Andalucía; y sobre todo, se ha quedado solo en el Congreso, donde sus continuos intentos de dificultar la acción del Gobierno contra la emergencia sanitaria y su guerra de guerrillas contra todos los grupos han vuelto irrelevantes sus votos e indecentes algunos de sus discursos. Feijóo también le ha dicho eso, aunque sea a su modo, entre líneas, y para marcar distancias: “Basta alejarse del cráter del volcán y acercarse a la mayoría de las comunidades para respirar un ambiente distinto.

No parece que el horizonte sea brillante para Casado. Más bien parece que su única esperanza es que la cama que le prepara Feijóo sea mullida. Será mejor, en cualquier caso, que lo que le ofrece Vox: un ataúd y que cave su propia tumba política, porque ellos no están aquí para encumbrarlo, sino para derribarle y ocupar su sitio. No me dirá que de eso tampoco se había dado cuenta.

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