Verso Libre

Me atrevo a opinar sobre periodismo

Luis García Montero

En los últimos días se ha abierto un debate ruidoso sobre los periodistas, el periodismo y la política. Que si declaraciones desafortunadas, que si profesionales ofendidos, que si errores impropios de un político de Gobierno, que si la dignidad del oficio y el compañerismo. Ni doy nombres, ni creo que sea necesario participar en esta ruidosa polémica. Más que hablar de un error o un derecho, un enfado o un gesto solidario, lo verdaderamente importante es que seamos capaces de meditar sobre la situación del periodismo en las sociedades democráticas y, en particular, en España.

Esta meditación debería empezar por los usos y costumbres de la ciudadanía a la hora de informarse. No critiquemos a los periodistas sin hacer primero un ejercicio de conciencia. Lo normal hoy es que un consumidor de noticias busque en las redes sociales los medios que le van a dar la razón, voces que opinan como él opina. Este círculo vicioso se agrava porque cada cual busca un repertorio mínimo de asuntos que le interesan, desentendiéndose de una información general sobre la realidad colectiva. Es decir, clientes más que lectores de un autoconsumo destinado a potenciar identidades duras y pensamientos cerrados.

Y, desde luego, mucho mejor si es posible encontrar esa información sin pagar el trabajo de los profesionales. Para qué pagar por sentirse rigurosamente informado si uno se acostumbra a convivir con una comunicación en la que las medias verdades se mezclan con las mentiras y los datos falsos, y la información sesgada sirve para crear audiencias en una rueda viciosa. Se calcula lo llamativo como estrategia de autoafirmación clientelar.

El estado preocupante del periodismo tiene mucho que ver con el preocupante estado de la ciudadanía. La posibilidad de una opinión pública resulta cada vez más difícil en un paisaje de fragmentos y degradaciones laborales. Cuando hablaba antes de que el trabajo profesional hay que pagarlo, estaba pensando también en unas condiciones laborales decentes. Al defender la independencia del periodismo, ¿alguien se preocupa por las condiciones laborales de los periodistas? Y conste que esto no es un problema gremial, porque en la Universidad he podido ver cómo a lo largo de los años los departamentos se llenaban de becarios mal pagados y de maestros con jubilaciones anticipadas. La falta de experiencia, los salarios miserables, la imposibilidad de crear mecanismos de convivencia artesanal entre jóvenes y mayores, crean un ambiente poco propicio para la dignidad de las vocaciones y facilitan un instinto obediente de supervivencia.

¿A quién se obedece? Los medios nuevos y modestos, me refiero a los que no tienen ayuda de una cloaca o un gran empresario con ganas de invertir en noticias que favorezcan sus especulaciones, intentan sobrevivir con más o menos dignidad entre penurias económicas. Y los medios tradicionales sufren una dinámica triste para el oficio. Incluso los que no quieren adaptarse a la basura de la de las redes, incluso los que no componen portadas cada vez más parecidas a la zafiedad comunicativa, tienen muy difícil mantener la independencia, porque pertenecen a grandes grupos de inversión o a bancos que entran de forma impune en sus consejos de administración y en sus redacciones. Además de depender de la publicidad o los acuerdos opacos, es que soportan el ordeno y mando de unos dueños que necesitan sacarles rentabilidad ideológica. Buscan el estado de silencios o de opinión conveniente a sus negocios.

Para ser claro: no se trata de que los políticos intenten influir en el periodismo. Es que la mayor parte del periodismo está sometido a unas grandes fortunas que lo utilizan para mediatizar a su favor las decisiones políticas. En España, por ejemplo, no se consideró una amenaza contra la normalidad nacional que un gran partido se convirtiese en una empresa de corrupciones organizadas, o que se confundiera la prudencia con el hecho de cerrar los ojos ante lo intolerable, o que un presidente asumiera el terrorismo de Estado y las puertas giratorias seducido por el mundo del dinero, o que otro, además de rodearse de corruptos, fuese capaz de mentir sobre los culpables de un atentado terrorista, desquiciando su manipulación habitual hasta mancharse los labios con la sangre de las víctimas. No se consideró tampoco peligrosa la destrucción sistemática de la educación o la sanidad pública en Cataluña o en Madrid para desviar el dinero a cuentas suizas y a paraísos fiscales. Y, sin embargo, ahora es anormal, peligroso, preocupante, desestabilizador, que haya una coalición progresista que se atreva a dignificar las leyes laborales y a pedirle a las grandes fortunas que se comprometan patrióticamente con su nación a través de una fiscalidad justa. No, no, no, no son los políticos los que mandan en el periodismo.

Modos de hacer un equipaje

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Y una última pregunta: ¿en una tertulia, es necesario confundir a un sinvergüenza de cloaca con un profesional de la información? La libertad necesita respetar opiniones que tradicionalmente se identifican con la derecha, el centro o la izquierda. ¿Pero tiene eso algo que ver con ofrecerle una pantalla a una persona indecente?

Son reflexiones que la ciudadanía debe hacerse si quiere defender el valor del periodismo como una columna imprescindible para las sociedades democráticas. La historia nos ha enseñado que cualquier injerencia del poder político acaba convirtiéndose en un peligro para la libertad de expresión. Pero también nos ha enseñado la labor que puede desempeñar un Consejo Consultivo, formado por profesionales de prestigio, que vigile con independencia la dignidad informativa en un amplio escenario de asuntos e intereses.

Y para volver al principio y a la responsabilidad de la ciudadanía. El buen periodismo cuesta dinero. Si no lo pagamos nosotros, dejamos las manos libres a los que quieren invertir en la manipulación de nuestras opiniones y nuestras conciencias. Por eso resulta también necesario leer y escuchar a los que no opinan como nosotros.

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